A Maslatón no le da ningún tipo de miedo ni pudor contar su verdad sobre lo que sea: exponerse, opinar, decir, desdecirse, cambiar de opinión, repensarse, ir, venir, hacer, deshacer/El Kavanagh, Florida Garden, Dada: nos aventuramos una tarde y noche completa por Retiro con uno de los personajes más polémicos y singulares del momento.
Para Maslatón, ante todo «la vida tiene que ser divertida» y el que vive en Retiro quiere conocer y hablar con gente «sino estaría en el campo…»
«A un amigo deprimido le diría que salga, que no se quede…»: una tarde a pie con Carlos Maslatón por cada rincón de Retiro, su barrio – «que está en el piso, pero va a levantar…» – . Por María Paz Moltedo. Fotos: Anita Pareta para MALEVA.
Carlos se retracta de lo que acaba de decir en plena charla: da el consejo de no reencontrarse amorosamente con personas del pasado de uno, y de repente recuerda que él, con su esposa Mariquita estuvo diez años, se separó cinco, y después volvió hasta el día de hoy. “Puede haber reencuentros, pero generalmente no sirven”. A Maslatón no le da ningún tipo de miedo ni pudor contar su verdad sobre lo que sea: exponerse, opinar, decir, desdecirse, cambiar de opinión, repensarse, ir, venir, hacer, deshacer; le es natural. Porque ante todo, para él, “la vida tiene que ser divertida”. Y en esa diversión está su inmersión profunda en múltiples temas a la vez, que lo convocan y lo llevan a expresarse desde un lugar de asombro, humildad y curiosidad: el ideal para el aprendizaje. Porque si hay algo que hizo en sus 65 años de vida fue aprender.
«Maslatón le abrió a MALEVA las puertas de su casa en el Kavanagh una tarde. “Carlos, estamos afuera.” Le avisé por whatsapp. “Y, subí”, respondió, como si fuera obvio que podíamos adentrarnos en su espacio más íntimo sin habernos conocido. Mariquita nos hizo pasar, pero no la vimos…»
De chico sintonizaba transmisiones de onda corta para escuchar radios de otros países, como estudiante de abogacía tuvo años de militancia en la UBA, donde fundó la agrupación política Upau (de orientación liberal de derecha); fue concejal de la Ciudad de Buenos Aires. Hoy es analista técnico de los mercados financieros. Esa sería un poco su descripción más básica; pero él en su Instagram se autopercibe y se describe a sí mismo como “Indestructible, invencible, inmortal”. Hoy para el común de las personas, existe incluso una “retórica maslatoniana”. Un pensador contemporáneo que se anima a decir lo que siente sin pensarlo demasiado, y que, en sus palabras, “dice lo que se le canta las pelotas”, porque no tiene compromisos políticos con nadie. Y agrega que “es de poco humano descalificar al otro porque piensa distinto a vos”.
«Salimos de Florida Garden, y le tocaron bocina varias personas: “¡Carlos!” Le gritan todos. Nos cruzamos también con un hombre grande, que vive en las calles del barrio. Lo saluda y nos cuenta: “Este tipo el año pasado fue candidato a presidente de la Nación. Le pagaron unos mangos y lo hicieron candidato. Todas las cosas que pasan son absurdas…»
Con ese libre albedrío como bandera, Maslatón nos abrió las puertas de su casa en el Kavanagh una tarde. “Carlos, estamos afuera.” Le avisé por whatsapp. “Y, subí”, respondió, como si fuera obvio que podíamos adentrarnos en su espacio más íntimo sin habernos conocido. Mariquita nos hizo pasar, pero no la vimos. Al entrar nos llama desde un estudio, en donde está con tres monitores, y anteojos negros puestos. Nos recibe con la Marcha Turca de Mozart a todo volumen. Le apasiona la música clásica, pero también Dillom. Lo va a ver seguido.
Nos invita a admirar la vista impresionante que se ve desde su departamento. La sensación es la de estar en la cabina de un barco, casi por llegar al Puerto, con la línea del horizonte entre el río y el cielo casi naranja que baña las obras de arte exóticas y grandilocuentes que colecciona. Dos máscaras gigantes de teatro japonés, un escudo nacional corpóreo, un kimono japonés antiguo enmarcado, esculturas gigantes en los pasillos. Le da igual que saquemos fotos. No tiene nada que esconder. Nos hace pasar a la otra casa que se está construyendo en el edificio, con arquitectura brasilera. Todo está cubierto de cemento y polvo, pero ya tiene colgada una obra con negativos de fotos de Esteban Pastorino. “Cuando termine esta segunda casa voy a hacer una fiesta de inauguración con una orquesta de cámara”, cuenta.
Le sacamos unas fotos en su terraza, y en todas hace el gesto de “Proceda”, hoy devenido en meme. Explica el origen: “Cuando lo están por matar al general Aramburu, uno de los montoneros le dice: ‘Lo voy a tener que matar, general´. El tipo dice ‘proceda’. De ahí viene el término, una chica me sacó una foto y se hizo meme”. Salimos a la calle, porque ese era el objetivo de este encuentro: pasear con Maslatón por su barrio de Retiro, donde vive hace 22 años. “Yo soy un hombre de ciudad”.
«Le preguntamos qué le diría a un amigo deprimido, y a dónde lo llevaría: “Le diría que salga. Que no se quede”. Maslaton va a boliches como Afrika y lo invitan a muchas fiestas. Prueba de esto, de repente entran al restaurante dos chicos que trabajan en el Hotel Undici en La Boca, justo al lado de la Bombonera. Le preguntan si va a ir a la cancha al día siguiente, y Carlos responde que obviamente sí, que va a comer antes con amigos en el Genovés. Lo convocan al after del partido…»
Nos cuenta de algunas figuras que viven y vivieron por la zona: Borges, María Kodama, Rómulo Macció, Damián Santoro, Morales Solá. “Lo único que no tiene que cambiar, es lo histórico” clama mientras caminamos, y nos encontramos con el Hotel Plaza, hoy cerrado. “Acá está la desgracia del barrio. Este hotel cerró en 2017, y ese día desayuné, almorcé y cené acá. A la noche hice una fiesta con 30 personas para agradecerle al personal”. Carlos nunca come en su casa, siempre afuera. “El tipo que vive acá quiere ver gente, no es que dice, ‘me voy al campo, que no me joda nadie’.
Nos movemos por la calle Florida, hacia la primera parada obligatoria para él: Florida Garden. “El barrio fue para abajo, para mí hay un montón de cosas que en Argentina cayeron. Estamos en un piso, pero vamos a subir. Esta zona estaba ligada mucho a la parte de la city financiera, por eso fue bajando la importancia. Pero los procesos pegan la vuelta.
Hoy está el Club del Bitcoin en Retiro. Pasamos de un mundo físico a un mundo más digital. Yo creo que hacemos esta nota dentro de cinco años, y esto es otra cosa, va a estar mucho mejor. Pensá que en Florida al 900, antes en el año 91, había grandes tiendas de marcas, era como la Via Condotti en Roma. Y ahora tenés lugares comunes. Yo soy analista de los ciclos de las cosas, y ya lo veo: esto va a levantar”. Con optimismo posa para la cámara y se ajusta los lentes negros, que hasta ahora no se sacó, ni siquiera adentro de Florida Garden; un café histórico de 1960, que es una verdadera obra de arte para él: “Fijate la arquitectura que tiene, es muy de Brasilia, de la escuela carioca, las molduras en cobre. No hay lugares así, esto es modernismo brasilero”.
Se pide una torta de queso espectacular y una Sprite zero, más allá de su fanatismo por la soda, en especial por la Morgade. En este spot, suele tener reuniones de hasta cinco personas, aclara, mientras pide que en la foto se vea bien el “Florida Garden” del platito. Este fue y es un gran lugar de reuniones políticas, culturales. Dada su apertura a nivel pensamiento político, le preguntamos en qué lugares se juntaría a debatir: “Si sos de izquierda, el Café Paz. Ahora ya no está más. Si sos peronista, hoy hay muchos restaurantes temáticos peronistas, pero al margen de eso, los lugares de la calle Corrientes, o Pipo, el lugar de pastas, ha sido un lugar fundamental, porque era una comida que podía pagar cualquiera: rica, barata, de alta calidad, todavía sigue. Yo voy bastante”.
«Mientras miramos un librito sobre el Circuito Gay de Buenos Aires, cuenta que hace treinta años, iba mucho a América, Gaysoline, Morocco. “Yo, solo mujeres, no me generan nada físico los hombres, me sería imposible. Pero soy totalmente liberal…»
Salimos de Florida Garden, y le tocaron bocina varias personas: “¡Carlos!” Le gritan todos. Nos cruzamos también con un hombre grande, que vive en las calles del barrio. Lo saluda y nos cuenta: “Este tipo el año pasado fue candidato a presidente de la Nación. Le pagaron unos mangos y lo hicieron candidato. Todas las cosas que pasan son absurdas”.
Nos vamos a El Establo, una parrilla clásica, con mozos que le dan un abrazo y nos cuentan anécdotas que vivieron con él. “No tomo alcohol, no me hace bien. Solo en algunas situaciones para celebrar ciertas cosas, puedo tomar alguna botella de champagne al año”. Pedimos empanadas fritas de carne, con Tabasco, para calmar su sed de picante.
Le preguntamos qué le diría a un amigo deprimido, y a dónde lo llevaría: “Le diría que salga. Que no se quede”. Maslaton va a boliches como Afrika y lo invitan a muchas fiestas. Prueba de esto, de repente entran al restaurante dos chicos que trabajan en el Hotel Undici en La Boca, justo al lado de La Bombonera. Le preguntan si va a ir a la cancha al día siguiente, y Carlos responde que obviamente sí, que va a comer antes con amigos en el Genovés. Lo convocan al after del partido, y enseguida les confirma asistencia. “No tengo una situación de aburrimiento, tengo emoción por los sucesos del mundo”, aclara.
Ya es casi de noche, y llega el momento de ir a Dada, último lugar de este recorrido guiado y aprobado por Maslatón. En 2020, en plena pandemia, Carlos empezó a armar fiestas clandestinas, en contra del encierro y el confinamiento obligatorio. Le gusta ir, porque siempre se genera mucha conversación. “Lo más probable es que uno termine conversando con alguien acá. Conocido o desconocido. La luz ayuda mucho. ¿Alguien quiere un postre?” Pregunta, y pide un volcán de dulce de leche.
Mientras scrollea en su celular una noticia sobre la guerra en el Líbano, cuenta que tiene 55 años de convivencia con la información. Hasta fue a la Franja de Gaza porque sintió el llamado de estar ahí, y recibió un disparo en la tibia derecha. “La realidad me sigue impactando fuerte, pero tengo un sistema de interpretación y graduación de la sensibilidad, basada en la racionalización de las cosas. Con el paso de los años, podés procesar mejor las cosas buenas y malas; convivís mejor con las decepciones o lo que sale como no querías”.
Mientras miramos un librito sobre el Circuito Gay de Buenos Aires, cuenta que hace treinta años, iba mucho a América, Gaysoline, Morocco. “Yo, solo mujeres, no me generan nada físico los hombres, me sería imposible. Pero soy totalmente liberal”. Un buen lugar para una primera cita, es para él, él lugar que la mujer quiera, depende de lo que ella elija. Cuenta que lo convocaron para actuar en la publicidad de Tulipán, que promueve el sexo como la actividad que impulsa el crecimiento económico del país. Dijo que no, y al verla, le gustó y se arrepintió.
«Casi al momento de despedirnos, aparece en Dada el ex dueño del boliche Portezuelo, y le cuenta que abrió bares en Madrid. Lo invita a visitarlo pronto. De ahí surge una anécdota más. Una vez, un amigo lo invitó a una fiesta de tres días en Grecia. La condición para entrar era abandonar el teléfono durante esos tres días. Prefirió perderse la fiesta. “Yo no puedo estar desconectado sin saber lo que pasa…»
Hoy no solo es consultor financiero, sino que mucha gente lo invita a hablar sobre relaciones, vínculos, sexualidad. “La mujer cambió mucho en los últimos 30 años. Es un gran momento para la mujer. Hoy se habla de demisexulidad. Yo creo que se da porque como hoy la mujer avanza sin drama hacia los hombres, el hombre siente que puede conseguir cualquier cosa. Nosotros cuando éramos chicos, teníamos que pelear mucho para lograr salir con una chica. No me sorprendería tampoco que haya un cambio biológico, menor calentamiento sexual en general, y también un exceso de conversación. Hoy por chat, podés hablar con 18 personas a la vez. Tal vez decís ‘quedamos en tal lugar’, y después te olvidás, ni siquiera es por ghostear”.
Carlos mira su teléfono cada vez que puede. “Salió esa película de Suar, No puedo vivir sin ti. Mariquita se sentó a putearme para que la vea. Yo tengo la mente para hacer cosas en paralelo mientras miro el celu. Si salgo con una chica, y se ofende porque miro el celular, y bueno, no tenemos nada que ver”.
Casi al momento de despedirnos, aparece en Dada el ex dueño del boliche Portezuelo, y le cuenta que abrió bares en Madrid. Lo invita a visitarlo pronto. De ahí surge una anécdota más. Una vez, un amigo lo invitó a una fiesta de tres días en Grecia. La condición para entrar era abandonar el teléfono durante esos tres días. Prefirió perderse la fiesta. “Yo no puedo estar desconectado sin saber lo que pasa.”