Desde mediados de la década del ochenta, el arte contemporáneo se ha convertido en el movimiento cultural por excelencia. Varias generaciones de artistas han contribuido para que así fuera, pero esa no es la única razón. En paralelo, un mercado que ya estaba desarrollado se multiplicó varias veces, creando un microcosmos con leyes propias, con sus propios valores y discursos, con sus propias redes de comunicación, sus héroes, heroínas y herejes, sus organizaciones profesionales, sus eventos paradigmáticos, sus encuentros y monumentos y sus mercados que van de las subastas a las galerías, de las Bienales a los encendidos debates de la crítica, de las Ferias internacionales a la revalorización de los museos, los coleccionistas y las grandes muestras. Un cocktail fascinante de talento y glamour, de osadías vanguardistas y especuladores financieros, de excéntricos, estrellas fugaces, maestros y simuladores.
Ya todos sabemos – o creemos saber – lo que es el arte. Hoy, además, todos hablan de arte y no de cualquiera sino del contemporáneo. Es un concepto que está en boca de todos, que se escucha en todas las mesas. Todos vamos a Arte BA o al Malba, y los más osados a la Bienal de San Pablo o a Basel. Viajamos y registramos una visita al centro Pompidou o al Moma y subimos instantáneamente dos escalafones en la escala social. Muchos pretenden montarse al arte. Lo toman como una insignia que da accesos ilimitados, que acorta distancias. Pero si uno le formula a esa gente la pregunta más simple, es decir: ¿qué es el arte contemporáneo? ¿Obtenemos respuesta? ¿Cuántos de todos aquellos que apelan a la categoría arte contemporáneo tienen una idea clara de lo que significa?
Se me ocurrió hacer un machete al respecto:
En sentido literal – googleen y verán – es el arte que se produjo en nuestra época: el arte actual. En el uso cotidiano es eso, un término muy general para referirse al arte de nuestros días en su totalidad.
Arte contemporáneo es lo que nosotros decimos que es, es lo que hacemos, es el arte que mostramos, vendemos y compramos, el que promovemos e interpretamos. Es una escena que se define a sí misma a partir de la práctica y la promoción constante de su auto representación. Tiende a sostenerse en complicidad consigo misma, a menudo por medio del reciclaje de conceptos centenarios, románticos y oscuros acerca de la práctica estilística. Tales como el expresionismo intuitivo, el genio, la belleza y el gusto.
Un arte, en oposición al arte moderno (Que para mayor confusión, el concepto de Arte moderno no se aplica al Arte de la Edad Moderna, siglos XV al XVIII, sino a nuestro arte contemporáneo, porque se aplica no con un criterio cronológico, como una periodización, sino estético, definido por su ruptura con el academicismo y por su adecuación a renovadas y provocativas teorías del arte). Por su parte, el término «posmoderno», en los muy pocos casos en que todavía se lo emplea, se refiere a la existencia de un momento de transición entre estas dos épocas y, como tal, constituye un anacronismo de los años setenta y ochenta.
Durante los años noventa y a principios de 2000, paradójicamente, cierta idea muy extendida sostenía que el arte contemporáneo se realizaba «más allá de la historia» o bien «después de la historia», siendo aparentemente «posthistórico». «Contemporáneo», entonces, bien podría significar «sin período», perpetuamente fuera del tiempo o, cuanto menos, no sujeto al despliegue de la historia.
En lo concerniente a las artes visuales, resulta evidente que, desde los años setenta, ninguna tendencia logró una prominencia similar, capaz de posicionarla como firme candidato a ser el estilo dominante de la época. En los últimos años, las instalaciones, la fotografía de gran escala, el video y la proyección digital se han multiplicado por todas partes. Sin embargo, en términos de estilo, no existe ningún sucesor del minimalismo o del conceptualismo…
¿Volverá a existir otro estilo artístico predominante, otro período cultural o época en la historia del pensamiento humano? Fredric Jameson demostró que uno de los impulsos fundamentales de la modernidad fue su ansiedad por definir los períodos históricos, su incesante afán de periodización. Por el contrario, la palabra «contemporáneo», en esta interpretación, no significa «con el tiempo» sino «fuera del tiempo», quedar suspendido en un estado posterior o más allá de la historia, permanecer para siempre y únicamente en un presente sin pasado ni futuro. ¿Resultaría esto terrorífico, debilitante o liberador?
Como fuera, Los artistas comprometidos con la creación de arte en las condiciones de la contemporaneidad saben que traen de arrastre distintos asuntos pendientes de la historia del arte. Muchas de las extrañas innovaciones de aquella época no fueron sino el fruto de extraordinarios esfuerzos por captar la contemporaneidad de las cosas, de los demás, de las imágenes. Y continúan vigentes. Al mismo tiempo, los artistas son cada vez más conscientes de que las poderosas corrientes que influyen sobre las culturas visuales, regidas por la imagen, el espectáculo, las atracciones y las celebridades, en una escala totalmente distinta de la que enfrentó cualquiera de sus antecesores. Por si fuera poco, están atravesados de una manera u otra por el hecho de que esta economía de imágenes va formándose y transformándose merced al enfrentamiento constante entre las urgencias viscerales de la inervación y una tendencia debilitante hacia la enervación . En sus esfuerzos por encontrar la figura dentro de la forma, por rescatarla de lo informe, los artistas no pueden evitar el empleo de prácticas de búsqueda y exploración que, junto con el auge cada vez mayor de lo fotogénico (fotográfico, cinematográfico y digital) y el impulso conceptualista a que el arte adopte un carácter provisional, constituyen los mayores legados técnicos y estéticos de los siglos XIX y XX.
Mataburros sugeridos…. Altamente sugeridos:
- 1- Siete días en el mundo del arte, Sara Thorton.
- 2- El tiburón de diez millones de dólares, Dom Thomson
- 3- La estética de esta época, Terry Smith
foto: CC Infomofo