Siglo XXI, el de las comunicaciones, la información, internet. Aquel que nos permite poner agua para un té y hacer tiempo hasta escuchar ese sonidito de la computadora que nos confirma que sí, del otro lado está Inés Efrón, 28 años, serenidad, ojos celestes enormes. Niña mimada del cine argentino contemporáneo, fue hija de Cecilia Roth y Oscar Martínez en “El nido vacío” (Daniel Burman); también fue Lala, una colegiala “chica bien” que se enamora de la mucama de su casa en “El niño pez” (Lucía Puenzo); le puso el cuerpo a Álex, la hermafrodita hija de Ricardo Darín y Valeria Bertuccelli en “XXY”, de la misma directora, papel por el que ganó los premios Cóndor de Plata, Sur y Clarín a Mejor Actriz (que dedicó tímida y amorosamente “A Zulema, mi bobe”); la pequeña mujercita a la que un chico hermoso y canchero le rompió el corazón en “Amorosa Soledad” (Victoria Galardi y Martín Carranza); Candita, esa joven enferma de hepatitis enamorada de otra mujer en «La mujer sin cabea» (Lucrecia Martel), entre tantas otras películas: “Cara de queso”, “Medianeras”, “Cerro Bayo”, “Días de Vinilo”, y más, pero nos detenemos acá.
Hasta hace pocos meses, Inés estuvo interpretando a Paula en “Demo”, la exquisita pieza teatral del joven dramaturgo Ignacio Sánchez Mestre, que contó con muy buena aceptación por parte de la crítica teatral especializada y del público. Pero ahora si bien no está la cuarta pared, hay una pantalla de computadora de por medio, como en esa serie que escribió y protagonizó Lisa Krudow (la eterna pelilarga Phoebe de “Friends”) por HBO. Y esto, por la magia de internet, se convierte en una charla de chicas.
Hola, Inés. ¿Dónde estás?
¡Hola! Estoy en México, es el país en el que nací pero donde nunca viví. Desde casi siempre tuve pendiente poder estar acá un tiempo, y ahora todo en la vida se organizó como para que éste sea “el” momento.
Hace unos meses te vi en «Demo», una gema del under teatral de Buenos Aires. Como espectadora de esa obra sentí algo similar que cuando te vi en películas como «Glue» o «XXY». Componés personajes en piezas muy únicas. ¿Cómo los elegís?
Lo más importante para poder elegir un proyecto es que el guión o el texto me entusiasmen, y que yo me pueda ver ahí, poniéndole el cuerpo a la historia. También es importante para mí sentirme a gusto con quien vaya a dirigir ese proyecto, y entender qué es lo que lo motiva a contar esa historia. Además me gusta ver cómo es la forma en la que me ofrecen el proyecto: lo que más me gusta es que me llamen por teléfono.
«También es importante para mí sentirme a gusto con quien vaya a dirigir ese proyecto, y entender qué es lo que lo motiva a contar esa historia. Además me gusta ver cómo es la forma en la que me ofrecen el proyecto: lo que más me gusta es que me llamen por teléfono.»
Hace un tiempo también dabas junto a una profesora de yoga un taller de teatro. ¿Cómo fue ese proyecto?
La idea del taller era principalmente generar un espacio de exploración personal, un lugar de experimentación con uno mismo, de observación profunda tanto de los pudores como de los prejuicios, las ganas de hacer, de mostrar. La práctica del yoga y el teatro eran una excusa para armar ese espacio de desinhibición y juego compartidos.
Practicás yoga, también te alimentás según los principios del ayurveda. Desarrollás tu espiritualidad…
Sí, llegué a la medicina ayurveda por medio de Nora Moseinco, mi maestra de teatro y de vida. Desde siempre estuve interesada en la posibilidad de que el cuerpo fuera una herramienta para elevar al alma, y el ayurveda es hasta ahora la más interesante de las antiguas medicinas que conocí. Me ayudó mucho a saber qué es lo que me hace bien y lo que no. Y a ver que sabiendo eso yo elijo a conciencia cómo quiero alimentarme y cómo quiero vivir. Por momentos estoy más atenta a seguir las rutinas ayurvédicas. Pero, por ejemplo, ahora estoy en un momento en el que necesito vincularme con la alimentación desde un lugar más afectivo, ligado a los recuerdos de mi infancia, que son sabores y costumbres muy diferentes de las que propone el ayurveda.
«Gran parte de mi imaginario de infancia está gestado por la lectura, y también por las altas dosis de televisión que miraba. Me gustaba mucho un libro llamado “Pido gancho”, de Estela Smania, que contaba los vaivenes emocionales de la preadolescencia. También tenía locura por Mafalda. Y era adepta a los libros de la colección “Elige tu propia aventura”.
Hablando de la infancia, ¿fuiste una niña lectora?
De chica fui una de las primeras que aprendió a leer en la primaria. Las maestras armaban una especie de tour para que los que ya sabíamos leer fuéramos a mostrar nuestra habilidad a otros grados. Gran parte de mi imaginario de infancia está gestado por la lectura, y también por las altas dosis de televisión que miraba. Me gustaba mucho un libro llamado “Pido gancho”, de Estela Smania, que contaba los vaivenes emocionales de la preadolescencia. También tenía locura por Mafalda. Y era adepta a los libros de la colección “Elige tu propia aventura”. Tengo también buenos recuerdos de “Dailan Kifki”, un clásico de María Elena Walsh,
¿Ahora qué estás leyendo?
En este momento estoy leyendo un grandioso libro que se llama “El telo de papa”, de la argentina Florencia Werchowsky; hace tiempo que no que leía algo que me entusiasmara tanto. Es la historia de la familia y de la vida de la autora, que fue criada en un pueblo de la Patagonia, donde su padre era dueño de un hotel alojamiento. Y también estoy leyendo por segunda vez “El poder del ahora: Una guía para la iluminación espiritual”, del alemán Eckhart Tolle, que es de esos libros que se pueden leer cien veces, porque hace recordar eso que es fácil de olvidar. Ahora leo, pero menos de lo que me hace bien.