Hay una costumbre clásica de los españoles, que sorprende a los argentinos la primera vez que la ven, que es pedir una ronda de tragos y tapas y mudarse al siguiente lugar; y luego al siguiente, y así hasta que dé el cuerpo o los echen del último. Los argentinos somos más de la larga sobremesa en el restaurante, de colgarse charlando en el restaurante donde fuiste a almorzar y terminar pidiendo ahí también la merienda. Sin embargo, a veces dan ganas de seguirla en otra parte; la pregunta que surge, claro, es: ¿dónde? Bastante trabajo te costó ya encontrar y elegir el lugar donde estás sentado ahora. En esta nota te propongo cuatro combos: lugares que quedan cerca entre sí (a distancia caminable, siempre: nunca más de cinco cuadras) y que por sus respectivas propuestas combinan bien para una salida con dos escalas.
Este es el combo que me inspiró esta nota, por lo brillantemente calculado que parece: es ideal para una cita chic y a la vez (relativamente) gasolera. Verneclub (Medrano 1475) es una de las aperturas más celebradas de 2013: bar de tragos para toda ocasión, suficientemente oscuro para estar con un susodicho, divertido para ir con amigos (especialmente jueves, viernes y sábados) y, como ya he escrito alguna vez, amigable para ir solo. La comida es correcta pero es comida de bar: panchos y picadas. Si querés sentarte a comer con cubiertos, sea con un special someone o para ponerse al día con una amiga, a pocas cuadras tenés Phuket (Honduras 4169), íntimo y cálido restaurante de comida del sudeste asiático, tentador para foodies y también apto para paladares más tradicionales (los cocineros te asesorarán si, por ejemplo, no querés un plato demasiado picante). Recuerdo con cariño los curry de colores (mi preferido es el rojo). De ahí, a buscar tu Manhattan a Verne: no puede fallar. Bonus track: si estás sintiéndote más barrial que gourmet, podés ir a pedirte una pizza a Punto y Banca, a una cuadra de Verne, cuyo mejor testimonio de calidad es la invariable fila de taxistas esperando su porción en la puerta. Y el propio Fede Cuco, bartender de Verne, que se come una antes de entrar a trabajar.
«El procedimiento es el siguiente: te anotás en la lista de las Cabras y te cruzás a pedir un alguito a Negroni, con amigos, sin prisa pero sin pausa. Cuando terminen la ronda crucen a ver por dónde va la lista: casi seguro que faltan 5 minutos. Win-win.»
La combinación más bohemia y europea de todas, que nunca logré hacer completa pero que haría todos los findes si pudiera. El Caseros (Caseros 486) es un restó un poco del estilo de lo que era el Café San Juan antes de su explosión: con un ambiente sencillo pero cuidado (mi detalle preferido: las coloridas verduras que ponen de centro de mesa), una carta corta de platos porteños gourmet y unos postres con los que varios restaurantes de lujo no podrían ni empezar a competir. Encima, ubicado en la que probablemente sea la cuadra más linda de Buenos Aires (sí, en ese barrio: chequeá si no me creés). Por su cercanía con la Rosada (y porque hasta bastante tarde he visto la cocina abierta) es usual cruzarse allí comiendo personalidades de la política. De ahí seguís la noche en Doppel (Juan de Garay 500): un reducto ideal para tragos potentes y desafiantes (para el paladar y para el hígado), para charlar con tus amigos (o con los bartenders) hasta bien entrada una de las noches porteñas más complejas e interesantes de todas, la de San Telmo.
Otro combo que parece a propósito: Las Cabras (Fitz Roy 1795) es una parrilla que, sin ningún lujo, se hizo famosa por una excelente relación precio-calidad, más contrastando con la zona de Palermo en que se encuentra. Y basta pasar cualquier día de la semana a la hora de la comida para notar que no es ningún invento: está absolutamente repleta constantemente, al punto que yo nunca había logrado ir, me anotaba en la lista y me terminaba yendo a otro lado. Eso hasta que abrieron Negroni (El Salvador 5602) en frente, un bar abierto a la calle, ideal para tomar a la vereda, especializado, como indica su nombre, en aperitivos y variaciones de Negroni. Podés armar el tuyo propio (eligiendo bitter, vermú, base y garnish), con el asesoramiento de los chicos de la barra, o pedir alguna de las variantes que ya están en carta. El procedimiento es el siguiente: te anotás en la lista de las Cabras y te cruzás a pedir un alguito a Negroni, con amigos, sin prisa pero sin pausa. Cuando terminen la ronda crucen a ver por dónde va la lista: casi seguro que faltan 5 minutos. Win-win.
«No puede faltar la más chic de todas las combinaciones. La cuadra de Leopoldo está llena de restaurantes, algunos muy buenos, pero yo creo que no hay mejor maridaje que el restaurante del Museo Evita. Las opciones son 2, entonces: te sentás a merendar, a estudiar, trabajar o con un buen libro, en el Evita, y después marchás a comer a Leopoldo, o comés con un buen vino en el Evita y enfilás a Leopoldo para los tragos.»
No puede faltar la más chic de todas las combinaciones. La cuadra de Leopoldo está llena de restaurantes, algunos muy buenos, pero yo creo que no hay mejor maridaje que el restaurante del Museo Evita. El Evita (Lafinur 2988) tiene un patio precioso, ubicado atrás del museo, donde hay excelentes opciones de cena (deliciosas las pastas) y también unos famosísimos waffles de merienda. Leopoldo (Cerviño 3732), a pocas cuadras, es un restó-bar super cool, muy neoyorquino (pero neoyorquino high-end, no onda tugurio), que hace las veces de restaurante con una comida excelente (especialidades en pescado y también en excentricidades como el wok de pato) o de bar, post medianoche, con la música fuerte y la cuidadísima coctelería de Carlo Contini, bartender que ya por sí solo vale la pena la visita. Las opciones son 2, entonces: te sentás a merendar, a estudiar, trabajar o con un buen libro, en el Evita, y después marchás a comer a Leopoldo, o comés con un buen vino en el Evita y enfilás a Leopoldo para los tragos. Cualquiera de las dos, satisfacción garantizada.