Because this is China (tierra Adentro)
Por Josefina Winograd, desde China (texto y fotos)
Sin más preliminares, ¡me lancé a China, tierra adentro! Fui a Pu Ning, donde me estaban esperando Nana y Boia, dos chicas chinas con las que había viajado en Dalat, Vietnam. Ya en el trayecto de diez horas de Hong Kong a Pu Ning empecé a tener recuerdos de Vietnam: escaso inglés, buses con camas en vez de asientos, «toco bocina, luego pienso» y mujeres gritonas que retan a todo Cristo, a las que cualquier exorcista estaría feliz de encontrar. No importa la edad, gritan y dan órdenes como si fueran agentes de la Gestapo. Se dirigen de la misma manera, con la misma «agresión», a sus propios hijos. Al ver el trato pensé: «así es como se crían parricidas». Pero no, son sus peculiares formas.
Li Hui, un chino que conocería más tarde, me explicó la importancia del peso de las palabras en China, «tienen que hacer ruido cuando caen». Las palabras sin peso hacen que la persona sea menos confiable. Me pareció una buena (y poética) explicación para algo que nos cuesta tanto entender. Cuanto más «ruido hacen las palabras al caer», más seria es la persona. Todo indica que «¡pay noooow!» (la recepcionista del hotel de Macau) era una señora de lo más confiable.
Con mi cabeza en los cuestionamientos culturales, me puse a pensar en lo ridículos que nos debemos ver los occidentales en ciertas ocasiones. ¿Por qué les hablamos en inglés cuando definitivamente no entienden nada de lo que les estamos diciendo? Podríamos hablar en «geringoso» y seria exactamente lo mismo. ¿Por qué en la desesperación por hacernos entender con señas, seguimos gesticulando las palabras con la boca? ¿Y por qué en inglés nuevamente? Pero sobretodo, ¿Por qué en mute y len-ta-men-te?
En Pu Ning me alimentaron como si viniera de la guerra y aterrizara en los estudios de grabación del programa Gourmet asiático. En esta región se comen cinco comidas fuertes en vez de cuatro. ¡Un paraíso! Un día visitamos el pueblo de donde era oriunda la familia de Nana. Era a veinte minutos de la ciudad donde vivía ahora ella, pero se sentía como un viaje al pasado: las calles eran muy estrechas, las casas con una arquitectura típicamente china, y la vida de pueblo. Según ella, nunca había ido ningún western –así nos llaman a los occidentales-, así que estaban bastante revolucionados. Nana, muy orgullosa, decía que se haría famosa después de haber llevado a la primera occidental en la historia del pueblo. Sin embargo, mi bronceado de mochilera amenazó los delirios de fama de Nana. Los campesinos estaban bastante desilusionados con mi visita. «¡Ésta es más negra que nosotras! ¡Ni siquiera es rubia!”, me traducía Nana. Para ellos estar bronceada es de cuarta. Regocijándome en no ser el prototipo de su imagen occidental, me concentré en aprovechar para ver cómo es la vida en el pueblo.
Los habitantes del pueblo estaban organizando una fiesta, que se repite cada doce años y justo tocaba este año, exactamente dentro de tres meses. Iban a gastar 1,5 millones de dólares en la celebración y lo habían estado ahorrando entre todos los habitantes del pueblo durante los últimos doce años. Me llevaron a ver a las chicas que practicaban cómo cargar los adornos florales en los hombros durante la celebración. Ya llevaban dos meses de práctica y aún les quedaban tres. La instructora de las chicas parecía tomarse el trabajo con una disciplina feroz. No quiero imaginarme qué pasa si a una se le cae el florero en el medio de la celebración. Me vinieron a la cabeza pay nowwwww, las mujeres de la Gestapo y la mafia china en un solo escenario.
VISITA A UNA FÁBRICA EN LA QUE TODOS – EMPLEADOS Y DUEÑOS – VIVEN IGUAL DE MAL
Visitamos también la fábrica del padre de Nana, que, como millones de chinos, produce ropa. Esperaba encontrarme con trabajadores exhaustos y explotados, pero el tema es más complejo. Trabajan siete días a la semana y paran sólo en año nuevo (su Año Nuevo) por cuatro días. A veces, se toman otro día libre durante el año si necesitan hacer un trámite. Y eso es todo. ¡Suena tremendo! Pero parece que a los trabajadores, que vienen de zonas más pobres de China, a veces hay que frenarlos a la noche. Quieren seguir trabajando, para producir más, y así mandar más plata a sus casas. Todos duermen y viven en la fábrica: trabajadores y dueños. Cada empleado tiene su cuartucho, y el de los padres de Nana (dueños de la fábrica) es tan miserable como el resto.
LA PARADOJA DE LA VIDA DE LOS RICOS (UN MIX ENTRE AUSTERIDAD Y LUJO)
Lo extraño es que los papás de Nana tienen tres casas: dos en el pueblo a veinte minutos de la fábrica y una en Pu Ning, donde Nana nos hospedó a Boia y a mí. Es un muy buen departamento de 200 m2, bastante lujoso. Algo no me cerraba. Pregunté y parece que muchos dueños de fábricas viven así, aunque tengan casas lindas, hasta lujosas, a tan sólo diez minutos de distancia. Hay que tener presente que el cambio que vivió esa generación, la de los padres de Nana, es inimaginable: pasaron de la miseria absoluta a ganar enormes sumas de dinero. Dicho así, cobra más sentido, aunque seguiría siendo extraño en Occidente, ¿no?