En la última sección de la muestra, el artista explora la naturaleza muerta y experimenta con la abstracción
“Estamos terminando los últimos detalles”, dicen desde el otro lado de una gran puerta blanca que no podemos cruzar. Detrás de aquellos portones aguardan más de 700 imágenes, la mayoría inéditas, del reconocido fotógrafo Aldo Sessa. Se trata de “Archivo Aldo Sessa 1958-2018: 60 años de imágenes”, la nueva exposición en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (MAMBA), abierta hasta el domingo 27 de mayo. La antesala, sin embargo, es una muestra en sí misma. Vitrinas con material documental, desde los folletos de sus primeras exposiciones hasta manuscritos originales de Manuel Mujica Láinez, descansan junto a seis de las cámaras que han acompañado al artista a través de los años. En las paredes, una fila de polaroids con flores, gatos y personajes de tez blanca con ojos profundos como protagonistas. Una frase acompaña a la muestra: “Estoy descubriendo un fotógrafo que desconocía” dice Aldo, una y mil veces, impreso en cursiva.
El relato es fácil de leer. Iniciando el recorrido por la izquierda, lo primero que capta el ojo es el horizonte de fotografías pequeñas que delinean todo el cuarto y que guían la narración. Dividida en ocho núcleos temáticos sin división pero con imágenes de transición que hacen de esta narrativa una línea sin costuras…»
Al fin, ya está todo listo y podemos entrar. La sala del subsuelo del edificio – ubicado en Avenida San Juan 350 – es un rectángulo amplio, blanco, y luminoso. En sus paredes, cientos de fotografías de todos tamaños parecen jugar al tetris, y encajan perfectamente para contar su relato. La muestra, cuyo montaje fue realizado por la diseñadora, escenógrafa y cineasta brasileña Daniela Thomas, navega a través de la vida de este artista, sin epígrafes ni textos explicatorios, en su intento por sintetizar la obra de Aldo Sessa iniciada allá en el 1958 y que cuenta con más de 800.000 imágenes en planchas de contactos, negativos y copias impresas o digitales. “Por cada foto que está acá hay veinte amores que quedaron fuera” confiesa Victoria Noorthoorn la curadora y responsable de inspeccionar cajas, desempolvar contactos y revivir el pasado de este fotógrafo que trabaja en el presente y el futuro, pero no mira hacia atrás. Y es esta espontaneidad al observar al mundo y capturarlo en un segundo lo que intenta transmitir el equipo del museo, con el cual Aldo dialoga desde 1972, desde aquella vez en que Rafael Squirru –fundador de esta institución – escribió el prólogo de la primera exhibición de pinturas de Sessa en la Galería Bonino.
El relato es fácil de leer. Iniciando el recorrido por la izquierda, lo primero que capta el ojo es el horizonte de fotografías pequeñas que delinean todo el cuarto y que guían la narración. Dividida en ocho núcleos temáticos sin división pero con imágenes de transición que hacen de esta narrativa una línea sin costuras, esta exposición no fue nada fácil de organizar: cada día había nuevos hallazgos que cambiaban el camino a tomar. “Podríamos hacer otra muestra con la misma temática, cambiar todas las fotografías, y sería igual de espléndida”, ríe Victoria Noorthoorn.
Por último, la octava sección (y la favorita de la curadora), conjuga dos importantes investigaciones del artista: su trabajo sobre la naturaleza muerta y los experimentos entorno a la abstracción, un concepto presente ya desde 1958. Entre las imágenes, la foto del cono de papel que protagoniza la portada del catálogo.
La primera sección recupera las fotografías iniciales de Sessa (1958-2001), cuando la vieja Buenos Aires era su mayor obsesión. “Acá mentimos un poquito”, admite Noorthoorn, “hay algunas imágenes de Los Ángeles, de cuando Aldo fue a estudiar, a los diecinueve, cinematografía”. La segunda porción nos enseña a Aldo el fotoperiodista, una pasión iniciada en su temprana juventud como colaborador de La Nación y La Gaceta de Tucumán. Llena de “perlitas”, aquí hay de todo: manifestaciones de las madres de Plaza de Mayo, el “corralito” e incluso el traslado del fénetro de Perón. La tercera etapa abarca los años de trabajo en el Teatro Colón (1982-1987), sin flash ni trípode, en las que cubrió “situaciones milagrosas”. Años que Aldo Sessa recuerda con cariño y en los que tuvo el honor de fotografiar el emblemático teatro todas las noches (realizaba un promedio de 500 fotos por día) para documentar todo lo que allí ocurría. Tras bambalinas y sobre el escenario, encontró los momentos de color, la cara de concentración de un bailarín o la espera paciente de un músico. A continuación, los retratos, elegidos a partir de las relaciones importantes de Sessa, como su gran amigo Nicolás Uriburu, su familia y artistas argentinos presentes en la colección del museo, en una suerte de homenaje. La quinta sección demuestra el amor de este artista por Nueva York, la ciudad a la que, después de su primer viaje en 1963, regresa todos los años. La sexta retrata todos sus viajes desde los setenta, por Inglaterra, Turquía, Tailandia, La India, China o Birmania. Regresamos a Argentina en el séptimo núcleo, entre 1980 y 2010, con paisajes inéditos y hasta gauchos en primera persona. Por último, la octava sección (y la favorita de la curadora), conjuga dos importantes investigaciones del artista: su trabajo sobre la naturaleza muerta y los experimentos entorno a la abstracción, un concepto presente ya desde 1958. Entre las imágenes, la foto del cono de papel que protagoniza la portada del catálogo.
Al llegar a esta última sección, el fotógrafo irrumpe en el relato para señalar la imagen de unos pedazos de vidrio en su estudio. Aldo Sessa habla muy bajo, quizás acostumbrado a expresarse en otro lenguaje, el visual. Su prosa y poesía es la imagen. “Estaba en un restorán cuando a alguien se le rompió una copa en cuatro pedazos. Todos se horrorizaron, pero yo pedí que pongan los pedazos en una bolsa para llevar”, relata. “Una noche, solo, la agarré y prendí la luz para descubrir que las sombras formaban la reconstrucción de la copa”. Porque es este espíritu inquieto, esta cualidad de observador, todavía presente a sus casi ochenta años al fotografiar al propio equipo del museo revisando su archivo, lo que realmente está en exposición en el MAMBA, prueba irrefutable de la esencia del gran artista.
Fotos: gentileza
Fotos: gentileza Museo de Arte Moderno