Le digo pasá, pasá con una sonrisa y me pregunta por qué. No le respondo y subo pero por dentro freno y pienso: hace largo tiempo que hago lo mismo y antes no tenía problema. Es como si de un día para el otro el vecino me dejara de devolver el saludo. ¡Si te conozco hace años, 4 A! Una sensación rara en definitiva, ¿vio? Y digo vio porque queda bien, no porque crea que no puedo vosearte. Disculpen, así estoy, dando explicaciones que no tienen sentido.
No tiene tantas vueltas. Es un gesto que curtí desde mocoso, en un intento de demostrar que te tengo presente, que no me interesa subir antes que vos porque llegaste siete segundos después. De la misma manera que si te busco por tu casa hay bastantes chances de que me anticipe y te abra la puerta del auto. Y si cuando nos estamos por ir te querés poner el saco, seguramente vaya a sostenerlo para que ingreses primero una manga y, al girártelo, la otra.
«Hasta acá hablamos de una unilateralidad en la que el hombre sabe que está socialmente aceptado agasajar a la mujer. Y ahí está el error. Dejemos de hablar de hombres caballeros y empecemos a incorporar la noción de personas atentas. Apunto a que el sexo es indiferente, a que tiene que ser recíproco y a que sencillamente seamos un toquecin más cálidos entre todos.»
A estas y otras actitudes mal llamamos caballerosidad. Quienes rechazan esta idea sostienen que, si bien por momentos es imperceptible, esto etiqueta a las mujeres como damas delicadas y vulnerables que requieren del cuidado de sus caballeros. Y todos, o al menos eso espero, sabemos que esa premisa es un absurdo. ¿No estás de acuerdo? Entonces abrí la cabeza, mostrito.
Paro el reloj y les comento que la época de crecimiento se demóro bastante en mi experiencia. No porque ahora sea la Torre Eiffel quien escribe este artículo pero sí es cierto que ese estirón tan deseado por la comunidad puberta recién me tocó a los 16. Hasta entonces , jugaba petiso en defensa, gordito en el mediocampo y, para rematar, voz de muñeco de torta en el ataque. Y aunque la cortesía me condenaba todavía más a la amistad eterna con el sexo opuesto, por entonces entendía que eso no se negociaba.
Arranco nuevamente las agujas. Mis padres están casados hace 30 años. Y hace 30 años ya que el viejo conserva determinados hábitos. Si se larga a llover, intentará que el paraguas cubra más a ella que a él. Si se sientan a tomar un café, él se ubicará mirando hacia el baño para que ella apunte hacia el sol de la ventana. Incluso si ella se llegara a manchar, él sería capaz de donar su corbata para que Greeny se limpiara el vestido.
«No tiene tantas vueltas. Es un gesto que curtí desde mocoso, en un intento de demostrar que te tengo presente, que no me interesa subir antes que vos porque llegaste siete segundos después. De la misma manera que si te busco por tu casa hay bastantes chances de que me anticipe y te abra la puerta del auto.»
Hasta acá hablamos de una unilateralidad en la que el hombre sabe que está socialmente aceptado agasajar a la mujer. Y ahí está el error. Dejemos de hablar de hombres caballeros y empecemos a incorporar la noción de personas atentas. Apunto a que el sexo es indiferente, a que tiene que ser recíproco y a que sencillamente seamos un toquecin más cálidos entre todos.
Durante esos mismos 30 años, mi mamá cada noche le dio un beso en la frente al viejo antes de irse a dormir. Tampoco dudó en prestarle su suéter cuando a él le agarraba frío mientras vivíamos en un departamento en el sur. Y mucho menos le molestó escucharlo y luego aconsejarlo para que Morris (ya ahora saben los apodos de ambos) se retractara en la toma de determinadas decisiones.
Es una cuestión pragmática que depende de las situaciones que se presentan. A veces a vos, otras a mí; pero lo importante es que cuando nos llegue el momento de ser atentos (repito el término porque entiendo que esa es la palabra indicada), no dudemos en hacerlo. Así que la próxima vez, directamente, dejame pasar cuando llegue siete segundos después que vos.