El asombroso skyline de la ciudad de Panamá
En un estrecho de tierra se unen dos océanos. “Las puertas de los mares, las llaves del universo”. La ciudad de Panamá es un epicentro de negocios y una mezcla de culturas. La capital más cosmopolita de América Central sorprende con un skyline que recuerda a Miami. En esta ciudad de avenidas elegantes que tienen pantallas publicitarias donde se proyecta un corto de Chanel (acaba de terminar Panama Fashion Film Festival, un evento que los hace pioneros en Centroamérica del nuevo género artístico), también conserva calles adoquinadas, edificios coloniales, plazas y mercados. Hay que escapar de los rascacielos para ver la cara más verde de Panamá, un país tropical con dos costas. Te proponemos una ruta entre el Casco Viejo y las maravillas naturales.
1) DOS DÍAS EN LA CAPITAL (CON PARADA OBLIGADA A UN BAR DE RON, OBVIO)
El centro histórico es un entramado para descifrar. Hay que caminar, perderse, curiosear y sentarse en Rum Bar (Avenida A. Entre Plaza Herrera y Calle 8A, Portal de Caldas, Casco Viejo, Panamá), por uno de sus cócteles elaborados exclusivamente con el ron Pedro Mandinga. Esta marca realza los sabores de la tierra panameña y rinde homenaje a una figura legendaria: Pedro Mandinga fue jefe de los Cimarrones, la primera comunidad africana que huyó de la esclavitud en el siglo XVI y formó pequeñas poblaciones ocultas a lo largo de la Costa Caribe.
Es fin de semana y en Villa Agustina (Avenida A Y CALLE 9a./Diagonal a la Plaza Herrera) se arma un pop-up de artesanías, una feria colorida entre paredes grafiteadas en la que se venden accesorios hechos a mano con membrana de la hoja de palma. La moda está en Selina, un surf store con mucha onda que además tiene un drink truck adentro del local. Aquí también se pueden contratar excursiones a San Blas.
En algunas esquinas, hay carritos de helados y de frutas, en algunas fachadas, obras de Rolo de Sedas, un artista local que retrata mulatas desde una perspectiva cubista.
Hay que ir hasta Flamenco Island y elegir alguno de los bares de la marina para disfrutar de la vista de la bahía y de un “cubetazo”: una frappera llena de hielo y media docena de cervezas. No te olvides de llevar el pasaporte para poder ingresar al freeshop Amador (en realidad lo mejor es llevarlo siempre con vos, te lo pueden pedir en cualquier momento, hay controles por los problemas migratorios que están teniendo con Venezuela).
No es de extrañar que el año pasado aumentaran las frecuencias de vuelos a este archipiélago caribeño: es el primer lugar de vacaciones de Panamá. Hasta aquí llegan viajeros de Europa, Asia, Estados Unidos y, por supuesto, Argentina. Playa de postal, mar verde esmeralda. A los surfistas, la lancha los deja directamente en la ola en Carenero; también se puede bucear y hacer un voluntariado.
Llegar es muy fácil: Air Panamá sale desde el diminuto aeropuerto cercano al centro de la ciudad conocido como Albrook, donde sólo hay una cafetería, Kotowa, ideal para probar un café de altura con trazabilidad garantizada: cada bolsa tiene un código de identificación que permite documentar información sobre las actividades de la finca. Los aviones son pequeños así que todo es simple, check in y abordaje sin filas eternas. Casi como un taxi aéreo, después de una hora aterriza en el también pequeño aeropuerto de Bocas del Toro, desde el que podés salir caminando directamente al pueblo.
Esta es la isla más urbanizada del archipiélago, la que alberga la capital provincial, surf bars, dive centers, restaurancitos italianos y franceses. Lo mejor es dar una vuelta por el centro de Colón y tomar un desayuno caribeño en La Buga (con pan de coco, mermelada de piña) antes de subirse a la lancha de 10 minutos hasta Bastimentos y abstraerse en la naturaleza. “Mar adentro se habla Guari-guari, un dialecto que no tiene escritura. Es un inglés mal hablado que usaban en la época de la construcción del canal para q los gringos no los entendieran, una mezcla con español y creole”, me cuenta un pasajero. El lugar es tan mágico que hasta aquí vino Bono para dormir bajo las estrellas.
Descansar en un bungalow construido sobre el agua con maderas autóctonas de la región y piso de cristal para ver a la vida marina pasar por debajo de tus pies. Lo último en travel trends es el eco-turismo de lujo y Eclypse de Mar tiene todo para cumplir el deseo.
Donde no llegaban ni la luz eléctrica ni el agua corriente, hoy hay un eco-resort con siete cabañas individuales construidas sobre un arrecife con terraza a la mejor vista del atardecer de Bocas y muelle privado para saltar al mar. Energía solar, tratamiento de aguas negras y un triple sistema de filtrado a través de técnicas naturales, por ejemplo, la limpieza con arcilla. “Por eso podemos tener techos de paja, además la hoja de palmera natural asegura una atmósfera fresca, si no deberíamos aprovechar los techos para recolectar agua”, explica Malena, una argentina que emigró para armar de cero este paraíso junto a su familia. No hay que tirar el papel al inodoro ni encender la luz antes de las 18. Para unas vacaciones conscientes sin resignar confort (sí, hay wifi, también agua caliente).
Aunque todo está a un taxi-boat de distancia, a la noche no hace falta salir: el restó Eclypse de Mar funciona sobre una plataforma oceánica, en una de las pasarelas del lodge que también te lleva hasta la costa, donde está la reserva. Un monte natural donde habitan osos perezosos, armadillos, boas y el marikiná norteño –un mono con cara de búho. El sendero conduce a un estanque con tortugas, camarones, caimanes y flores flotantes que se abren de noche, un jardín que ellos mismos construyeron al encausar un río. También hay manglares, que protegen de la erosión. “Mamá no hace falta la linterna”, acota uno de los hijos de Malena, descalzo y sin miedos, acostumbrado a la vida isleña. Y tiene razón: lo mejor es entregarse a la oscuridad y al misterio de la selva.
En el lado oriental de Isla Bastimentos, frente al mar Caribe, en un entorno ecológico y aguas cristalinas, emerge una playa inolvidable para quien busca naturaleza en parajes poco explorados. Sólo hay que informarle al chofer del taxi-boat la hora de regreso para que te pase a buscar, porque en Red Frog se puede pasar todo el día.
Hacia la izquierda está la playa Wizard, y escondido entre los bosques caribeños nos encontramos un negocio orgánico llamado Up in the hills, un espacio al aire libre con muy buenas intenciones donde se puede aprender sobre permacultura, flores y hasta el proceso del chocolate en su “cacao tour”.
A la derecha está La Rosa, un club de playa épico que emerge sobre una antigua roca volcánica para acompañar el paisaje que es tapa de revistas internacionales. Se puede seguir hasta Playa Tortuga, un santuario al que estos animales en peligro de extinción vienen a reproducirse. “Lo único que perciben es el reflejo de la luna en el agua, por eso la importancia de que no haya otras luces que las mareen, así pueden volver.” Después vienen Playa Polo y Playa Larga, que forman parte del Parque Nacional Marino. Un sueño de cocoteros y pececitos de colores.
Otro de los paseos nos lleva hasta la Isla de los pájaros, meca de aves migratorias. En el trayecto, nos vienen a saludar unos delfines y vemos a unas gaviotas jugando al juego de silla en los pilotes de un viejo muelle. ¡El que se fue a Sevilla!
La parada para comer es Playa estrella (sí, hay estrellas de mar, no hay que tocarlas por favor, sólo descubrirlas en el fondo del mar). Hay varios paradores rústicos que sirven pescados y mariscos frescos preparados con ingredientes autóctonos. Quiero atún en leche de coco, acompañado por arroz y patacones, unas rodajas aplanadas y fritas de plátano verde. Los jugos de frutas son deliciosos, el escenario también. Adelante, la orilla, detrás, la selva y después nada más.
Un poco más lejos está Zapatillas, una de las playas que lidera todos los rankings del mundo. Transparente y remota. Con arena blanca y palmeras. Estos cayos tienen todo lo que uno se imagina del Caribe.