Existen tres tipos de no bebedores de vinos: el que no lo consume porque no está acostumbrado, el que prefiere bebidas más dulces y el que lo odia rotundamente. A este tercer grupo le hablamos desde MALEVA.
Salida del trabajo con amigos. Grupo grande y conocidos desde hace muchos años. Están los clásicos fans del Fernet, los amantes del Campari con naranja y los nuevos descubridores del Cynar con pomelo o agua tónica. Obvio que los nunca faltan los amantes de la cerveza (más en esta época de boom cervecero), pero esos son para las salidas a los nuevos bares de cervezas artesanales que poblaron la ciudad.
Los bebedores de vino en los after office son pocos, aunque cada vez se los vea más en las barras. Lo cierto es que una botella sobre la mesa y sus delicadas copas siempre garpan: el glamour que otorga esa frappera no lo tiene casi ningún trago.
¿Pero cómo convencerlos de pedir una botella? La forma más fácil es pensar en los costos: por el precio de tres tragos te llevás una botella entera de (buen) vino. Sin embargo, siempre habrá uno que dirá “odio el vino” y no habrá billetera que pueda contra su “xenofobia vitivinícola”.
Ahí es dónde hay que aplicar todo nuestro fanatismo y fijarse qué bebe. Si es de tragos simples y aperitivos, le gustará algo más amargo, pero que refresque. La opción Sauvignon Blanc no fallará, pensar en alguna botella joven. El Alto Sur de Finca Sophenia es una gran opción: con su mezcla entre ácida y un pequeñísimo dulzor que le da una elegancia en boca con un final refrescante.
¿Qué pasa si le gusta el Campari con naranja? Este trago clásico –bautizado como Garibaldi– tiene todo el dulzor de la naranja con un pequeño amargor del aperitivo italiano. ¿Qué vino podría reemplazarlo? Uno dulce, pero no tanto. El Santa Julia Chenin Dulce Natural es infalible. Su bajo contenido de alcohol y el toque dulce sin llegar a empalagar lo convierten en casi un “juguito” de uva: suave, rico y muy peligroso. Proponé un brindis y que el “odiador” se vea obligado a agarrar una copa, aunque sea para brindar: Si la bebe completa, podremos cantar victoria.
Ella no toma vino, en la primera salida dijo que lo odiaba. Vos –de religión casi “vinófila”– sabés que si eso no cambia, la relación será casi imposible que funcione. Pero ella te gusta de verdad, ¿qué hacer entonces?
Te la jugás el todo por el todo y recordás las palabras de Confucio: “Hasta la más larga caminata empieza con un pequeño paso”, y el primero es lograr que deje de odiarlo. Para ese momento hay que comenzar por la ceremonia del vino.
Invitala a comer, pero cociná vos. Recibila con una mesa vestida para la ocasión: Los dos platos, servilletas de tela, cubiertos lindos, dos vasos, dos copones y una botella de vino en el medio. La escena parece de película, y debe serlo. Ella debe recordar por siempre esa cena romántica, y pensar también que no sería igual si en vez del vino hubiera una gaseosa cola.
El primer paso ya lo dimos, difícil que después de semejante imagen siga pensando en que odia el vino. Sabe de tus gustos y de la importancia que tiene para vos acompañar la comida con el fruto de la vid, es casi un ritual.
La pregunta que surge ahora es qué vino ofrecer entonces. Tiene que ser fácil de beber, nada de barrica ni estiba en toneles, algo ligero y pensado solamente para ser bebido. Es el primer paso. Un buen ejemplar de este estilo es el Padrillos Pinot Noir: simple, claro y directo. De una uva delicada, de color sutil y bien fácil en boca. Pensá que tu objetivo es que beba aunque sea una copa, no más, y que diga en voz alta: “no es tan feo”, con eso sólo, habremos logrado el objetivo: que deje de odiar el vino; si al final de la noche nos “portamos bien” en su memoria tendrá siempre la cena romántica con una copa de vino.