Sucede cada vez que asoma la primavera de un año par: los artistas, los curadores, los alumnos de escuelas y universidades, pero también los vecinos inquietos del centro financiero de Brasil saben que llegó la hora de agendar una visita obligada al edificio Ciccillo Matarazzo en el Parque Ibirapuera. La Bienal de San Pablo suma charlas, debates y múltiples actividades artísticas a la de por sí frenética agenda cultural paulista. Creada hace 65 años, la de San Pablo es la segunda bienal de arte contemporáneo más antigua del mundo, después de la de Venecia, y convoca durante tres meses a los habitantes de la ciudad y a turistas de todo el mundo. Vale aclarar: no solamente a aquellos vinculados con el arte. De manera cada vez más frecuente, se impone como excusa para visitar la ciudad por unos días y conocer (o empezar a conocer) todo lo que tiene para ofrecer. A menos de tres horas de avión desde Aeroparque, es un pretexto grandioso para una escapada. Acá, una lista de buenas razones para no dejar pasar una edición más sin conocer este gran acontecimiento cultural y confirmar, de paso, que Brasil no es solamente caipirinha y playas.
Inaugurada al calor de los debates políticos en toda Latinoamérica y en la misma semana en que Dilma Rousseff fue destituida de su cargo, la edición curada por el alemán Jochen Volz (que, a sus 45 años, ya fue también curador de la Bienal de Venecia) lleva un título que le calza perfecto a este momento en que las certezas caen y los discursos absolutos se derriten: “Incertidumbre viva”. En la Oficina de Imaginación Política, que puede visitarse en el primer piso del Pabellón, un grupo de artistas brasileños organiza debates y encuentros para elaborar, en conjunto con todo aquel que quiera participar, una lista de ideas que cambien el orden social preestablecido y sacudan un poco lo que no está bien del mundo. Por supuesto, en un entorno rodeado de arte: lo primero que hay que cambiar, parece decir el grupo, es el concepto de mitín político.
Situado en el pulmón verde de San Pablo, el Pabellón Ciccillo Matarazzo es un centro de exposiciones diseñado por Oscar Niemeyer que acoge a la Bienal desde su cuarta edición. Tiene tres pisos unidos por rampas circulares que desde algunos puntos estratégicos admiten una vista panorámica de lo que sucede en otros espacios y superficies enormes que lleva tiempo recorrer. Pero también tiene rincones escondidos, casi secretos, para escapar del bullicio general, pequeños cuartos que no admiten más de diez o quince visitantes a la vez y donde es posible, si se tiene suerte, pasar un rato a solas, o más bien en compañía del arte. Por esa multiplicidad de posibilidades que brinda a los curadores y a los visitantes, el de Niemeyer es un edificio maravilloso que sorprende incluso a quienes no suelen conmoverse con la arquitectura. Es la primera gran obra de la Bienal, la que aloja a todas las demás.
A diferencia de los mercados de arte, donde el foco está puesto en exhibir obras que sean vendibles, una bienal de arte habilita la exhibición de todo tipo de lenguajes y formatos sin otro propósito más que el contacto de una serie de trabajos artísticos con el público. Para decirlo de otro modo: en una bienal hay de todo y un poco más también, porque no existe la necesidad de vender. Por eso, es improbable que alguien se vaya sin haber encontrado alguna obra que lo inspire, lo interpele o lo conmueva en ese monstruo de cien cabezas que es “Incertidumbre viva”. El catálogo está conformado por instalaciones (no perderse la carpa de Em’kal Eyongakpa, que sumerge en un mundo por fuera de todos los mundos, donde lo biológico y lo artificial crean un ecosistema nuevo; ni dejar de ver “Naturalizar al hombre, humanizar a la naturaleza” del argentino Víctor Grippo), por experiencias audiovisuales (atención a “De-extinction”, de Pierre Huyghe y el genial proyecto “Vídeo nas Aldeias”, que forma cineastas dentro de comunidades originarias brasileñas para romper con la mirada externa del antropólogo y generar relatos desde la propia tribu) y las performances (chequear fechas en el sitio Web). Pero también hay esculturas y cuadros para los que se pierden entre tanta propuesta conceptual.
Como nunca en su historia, esta edición de la Bienal se brinda como un espacio para conocer trabajos interesantísimos de artistas mujeres, y hacer una selección de obras femeninas bien vale como un recorrido posible que organice todo lo que hay para ver. Entre todas ellas, hay que prestar especial atención a las instalaciones de la alemana Hito Steyerl, la escosesa Ruth Ewan y la jamaiquina Ebony Patterson.
En “Hell Yeah Fuck We Die” (el título deriva de las cinco palabras más usadas en canciones angloparlantes de la última década), Steyerl sincroniza una serie de videos sobre robots con música electrónica compuesta especialmente para su obra, que invita a sentarse y contemplar el absurdo de la vida cotidiana como quien mira a los pajaritos deambular por un parque.
Ewan, interesada en deconstruir las ideas sobre el mundo que modifican nuestra manera de verlo y entenderlo, siempre logra echar luz sobre una verdad que muchas veces olvidamos pero es bueno que el arte refresque: las cosas son de este modo, pero podrían haber sido de cualquier otro. En “Back to the fields”, la artista se inspira en el calendario republicano francés para crear una instalación que se pregunta qué forma tendría el tiempo si lo midiéramos de otro modo.
5) PORQUE ES UNA EXCELENTE EXCUSA PARA VISITAR SAO PAULO
Y, casi a modo de bonus track, no puede dejar de decirse que la Bienal es un pretexto ideal para visitar San Pablo, el corazón cultural de Brasil. Si después de hacer compras en la avenida Oscar Freire o en el exclusivo JK Iguatemí, visitar la hermosísima librería Cultura, pasear por Liberdade y comer el mejor sushi de Latinoamérica que legó la enorme comunidad japonesa, tenés ganas de seguir viendo arte, van dos recomendaciones más: el MASP y el MAM (también en Ibirapuera, a metros del Pabellón Matarazzo) te van a encantar.
Gentileza Foto: Eduardo Eckenfes e Eduardo Ortega – Leo Eloy Bienal de San Pablo