GPS PARA DISFRUTAR A LA INFINITA LOS ÁNGELES. POR CAYETANA VIDAL BUZZI (DESDE LOS ÁNGELES). #MALEVAENCALIFORNIA
Los Angeles es infinita. Tiene 1300 km2 de extensión entre el Pacífico, el desierto y las montañas y sólo puede recorrerse en auto. No es una ciudad que se brinda. Hay que hurgar para conocerla y cada barrio esconde sus secretos. Lo mejor es investigar antes, pedir recomendaciones y hacerse de un GPS. (Alguna vez, por consejo de un local, hice el Tour de las Estrellas: seas o no cholulo, es una excelente manera de tener un pantallazo general de la ciudad.)
Pero en este viaje, no fui a conocer L.A. Fui cinco días, de camino a un casamiento en San Diego, y quería cero stress turístico, sólo pasear sin rumbo y comer rico. Me instalé con amigos en la costa, entre Santa Monica y Venice Beach, de las pocas zonas donde se puede caminar. Además en verano son más frescos (¡de salida hacia San Diego paré a almorzar en Echo Park y hacían 40 grados, 10 más que en la costa!). Tomé recomendaciones de locales, me dejé llevar y esto fue lo que descubrí.
Hay dos cosas que no se pueden dejar de comer en L.A.: comida mexicana y sushi. También es el paraíso de la comida saludable (kale is king) y, sobre todo los bares de jugos, merecen la visita a pesar del sonido taladrante de las mega jugueras, muy poco zen. También, al igual que en Buenos Aires, están en boga los cafés de calidad y los food trucks.
Me topé con este bar de jugos en mi primera caminata. Tomé el signature drink de la casa, The Greenie: perejil, espinaca, kale, apio, pepino, limón y manzana. Una ensalada exprimida que te levanta la moral de un trago. También son furor los bowls de açaí, un fruto ultra nutritivo (del Amazonas directo a California) que se consume molido. Lo licúan con frutas y leche de almendras o coco (¡nada de lácteos!) y lo sirven en un bowl con granola y néctar de agave para endulzar.
El creador es José Acevedo, un cocinero de Guanajuato, y un angelino descendiente de mexicanos, Jesse Gomez. Tiene una carta de clásicos mexicanos muy cuidados y con una vuelta de tuerca. Comimos tacos de pescado (con chile de árbol y aioli) y tacos de alambre de arrachera (se llama alambre a una especie de longaniza, en este caso hecha con arrachera, un corte de carne que proviene del diafragma del animal). Lo más sorprendente fue una ensalada de pepinos: eran pepinos persas, más finitos y duros, cortados en trozos grandes y con cáscara, con tomate, choclo, cebolla colorada, palta, queso picante, y un toque mágico: cilantro frito. Nunca probado, desde hoy venerado. Para tomar, Margarita de Jamaica (tequila, triple sec, hibiscus fresco).
Tres locales coincidieron en la misma recomendación: Gjelina. Es un bar de tapas, vinos (sólo europeos y por copa) y pizzas, sobre la cancherísima avenida Abbot Kinney, en Venice. Es imposible estacionar, siempre está lleno y solo tiene mesas compartidas, pero aún así vale la pena ir. Tuvimos suerte: ese día tenían la Squash Blossom Pizza -pizza con flores de calabaza, un producto que tengo que pedir si lo encuentro- una variedad que no siempre está disponible.
Además de flores tiene burrata, tomates cherries y aceite de oliva, una masa crocante y esponjosa en su punto justo. Acompañamos con una ensalada de kale toscano (cavolo nero lo llaman en la Toscana, y es más dulce y de sabor más delicado que el kale rizado) con hinojo rallado, ricota y migas de pan. Ambos platos memorables, volvería mil veces. Otro punto a favor, es que se puede comer hasta la medianoche, algo imposible en Los Angeles.
Como su misterioso deletreo lo indica, Gjulia es del mismo dueño de Gjelina. La entrada es un frente blanco que no dice nada, frente a la primera sede del Golds Gym, gimnasio de culto donde entrenaba el ex alcalde de California Arnold Schwarzenneger. Adentro, Gjusta es un galpón enorme, 80% cocina 20% mostrador vidriado donde se exhiben manjares. Es una bakery/rotisería/deli donde se come la barra o se compra para llevar. Tiene panes de todo tipo, desayunos poderosos como los huevos horneados en salsa picante, smoothies como el de banana y semilla de hemp (caañamo, pero en una subespecie del cannabis sin THC), yogurt de leche de cabra, gravlax curado con hierbas, pizza con huevo frito, arenques en vinagre, mousse de chocolate y palta. Si viviera en L.A., viviría en Gjusta.
Los coffe shop norteamericanos parecen laboratorios de computación. La gente se instala a tomar espresso con sus Macs, decenas de ellas, aunque sea domingo. Esa fue la imagen al entrar en Intelligentsia, también ubicada en la cool Abott Kinney. Es como un laboratorio de look industrial con varios niveles y una isla central llena de máquinas manejadas por hipsters. El café es muy bueno y con dibujito en la espuma.
Pensamos en el restaurante del maestro de Niki Nakayama (ver episodio 5 de la serie de Netflix Chef’s Table) y muy sudacamente preguntamos el precio promedio de una comida. Ciento cincuenta dólares nos resultaban impagables así que nos fuimos derecho a Sugarfish. Es un omakase con varios locales en L.A., ideados por otro célebre sushi chef, Kazunori Nozawa, que sirve solo sushi tradicional -nada de California Rolls ni queso Philadelphia- y se prepara en la cocina, no a la vista del público. El arroz del sushi viene apenas tibio, algo que nunca había probado y me pareció un hallazgo. El pescado es fresquísimo: atún blanco, mero, lenguado. Los rolls son más cortos, no vienen cortados en rodajas sino envueltos en el alga nori crocante y rellenos de arroz y cangrejo. Manjar. El hit fueron las dos piezas de erizo de mar. Un sabor extremo, ultra marítimo y memorable.
En Santa Mónica tienen una parada fija, un gran estacionamiento junto a un parque donde se juntan a comer las familias, en lonas sobre el pasto. Uno de los camiones más visitados era el de sushi burritos, un engendro que combina las dos obsesiones gastronómicas de los californianos. Es como un roll obeso, recubierto de arroz y masa. No me tentó. Fui directo a Oaxaca on Wheels, a comer la empanada de flor de calabaza (ya lo advertí: las veo, las pido, no se encuentran fácil ¡y acá las comí dos veces en una semana!). También probé la hamburguesa de Baby Badass, super ancha y jugosa, y descubrí la Fanta de ananá, demasiado dulce pero original.
Sigo sin entender cuál es la clave, pero siempre, sea donde sea, en Estados Unidos las hamburguesas son perfectas. Las cadenas californianas por excelencia son In-N-Out y Shake Shack y se caracterizan por hacer la hamburguesa más finita y con salsa. Nosotros caímos en Ruby’s Diner, en medio de la ruta entre Los Angeles y San Diego, típico diner de las películas. Las hamburguesas vienen en una canasta de plástico, medio envuelta en papel y con muchas papas fritas. El milk shake es opcional, el programa imperdible.