El Vip
Por Alejandra Koser
Vinimos por la promesa de la música y otra cosa y subimos, el calor en la espalda, subimos, en el tercer piso con balcón nos admiramos por la destreza después de los whiskies de la planta baja. Mi amigo saluda a las siete personas que hay en un salón oscuro, con mucha madera, caras que aparecen cuando se acercan a su cara, se ríen, dueños y señores como si hubieran muerto ahí hace cien años. Mi amiga da un paso atrás y pisa a Sofía Gala, que dice aauuch, con el cuello volcado hacia adelante, el pelo lacio y oscuro le sirve de burka, y mi amiga pide perdón y se acerca y me dice que Sofía está ahí por celosa, para vigilar a su concubino rockero; algo que duele, el precio fatal del aburrimiento y las pérdidas de tiempo, la sensación corporal de ponerte en bolas en un teatro y meter la lengua en la boca gomosa, botulínica, de tu mamá: contra quién es eso, contra mamá. O contra quién.
Más tarde caminamos por el microcentro como en una película de gangsters, traspasamos una puerta y cortinas, traspasamos gente entusiasmada, traspasamos codos, y nos encierran en un corral, en el vip, el vip es un corral, una porción de territorio delimitada por sogas que cuelgan como en un banco francés. El raro privilegio de estar como yendo a pagar el monotributo, marcados con una pulsera de papel. De estar tranquilos: solos, aislados, los tres. Aparece un trago fucsia cortesía de la casa, lo aceptamos y agradecemos. La casa es un señor enorme y pelado que hace veinte años que está en la noche, el oficio de meter gente en galpones con niveles sonoros violentos, de distribuirla, de distribuirles, de preguntarnos a las chicas si está todo bien con amabilidad, de contarle las pérdidas a nuestro amigo, de sentir la vibración de la guita que se asoma y se esconde en una red subterránea. En la pared del vip hay muñecas barbies encerradas en una burbuja de plástico: como no hay más espectadores me lo tomo personal, parece una venganza por mi post anterior.
No puedo creer que todavía decimos vip, que hay un perfume de Carolina Herrera que se llama VIP. Sí lo puedo creer, porque estos días puedo creer cualquier cosa, pero más allá de la circunscripción lastimosa de chicas con vestido y señores aburridos, es lastimosa la falla en la fabricación de la segregación, no ser convocante del otro lado de la soga. Y sin embargo a veces nos enojamos, pensamos en las injusticias, en las jerarquías, aparecen proyectos en la legislatura para eliminar los vips, cuestionamos unos privilegios que nadie se toma el trabajo de hacer brillar. Cuidado: nos estamos poniendo bizarros. Empezamos a preferir el baño. Una chica que espera para entrar apoyada en la pared, pregunta toda seria dónde se compra la pastilla del día después de mañana. Gracias, ojalá sea falsa alarma. Gracias, de verdad.