Barcelona tiene algo que te devuelve siempre a la vida y te descongela

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Al menos yo ahora la pregunta que me hago con las relaciones es si me sirven o no

 
NOTA DE MALEVA: El texto y todas las fotos son de Sabrina Ellmann
 
Hace unas cuarenta y ocho horas que tengo sucediéndome en el pecho cosas que quizás antes pasaba por alto,  o hace meses que vengo pasando por alto por una cuestión de supervivencia.  Cuando uno vive solo, cuando uno se muda de país unas tres veces en un período de dos años uno aprende a dejar ir, y a veces el dejar ir hace que nos cerremos en nuestro pequeño universo de significaciones.
Nos volvemos «heart-blinded» o discapacitados emocionales; o al menos yo.  Me pongo ejecutiva y la pregunta esencial que rodea mis relaciones es: «me sirve o no me sirve» y por lo general, no me sirve. Y así voy dando vueltas y me voy manejando y que mi sangre hierva y mi corazón se hinche tanto que parece una tercera teta no importa; me sumerjo en un helado océano mental y voy congelando mis relaciones en el tiempo.  Yo no rompo mis relaciones, las congelo, así si en algún momento me dan ganas, las pongo un poquito a hervir y se reanudan como si nada hubiera pasado.  Es casi tan práctico como tener patitas de pollo en el freezer o esas sonrisas de papa que te venden en el súper que son pura mierda.  Porque sí, lo que estoy haciendo es una mierda.  Me hace mal a mí y al universo entero, cero consideración por el propio cuerpo que pide a gritos que lo alimentemos de rica y sana comida, de rico y sano amor.

«Cuando uno vive solo, cuando uno se muda de país unas tres veces en un período de dos años uno aprende a dejar ir, y a veces el dejar ir hace que nos cerremos en nuestro pequeño universo de significaciones. Nos volvemos «heart-blinded» o discapacitados emocionales; o al menos yo…»

Hace doce horas puse a descongelar un viejo amor.  El alemán.  Si me vienen siguiendo saben de quien hablo y hasta quizás lo vieron en alguna foto.  Se preguntarán por qué y no es exactamente porque tenga hambre.  No.  Estoy en esos momentos en que una persona esta medio enferma, en una especie de estado vegetativo y que no importa si quiere o no quiere, si puede o no puede comer, sabe que tiene que hacerlo, que si no descongela las malditas sonrisas es muy posible que termine muerta.
Me di cuenta de esto después de ir al Centro de la Virreina de la Imagen aquí en Barcelona donde desde el 3 de marzo abrió la exposición retrospectiva de Sophie Calle – artista conceptual francesa que basa su arte y su búsqueda por la belleza a partir de su relación con otros – siempre fue una gran referente para mí propia práctica también.  Pero ese es otro cuento.  La cuestión, es que estaba la famosísima carta que le envió su ex y que ella mandó a analizar e interpretar por 107 mujeres con distintos oficios y perspectivas en la vida en pos de entender mejor qué quería decirle «X» como lo llama ella.  Luego de recibirla, entró en un estado de tristeza extremo.  A mi entender, su análisis y su exhaustiva búsqueda por encontrar la razón y el motivo de la carta, por entender lo que estaba dentro del corazón y la cabeza de X fue su camino al freezer.

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La carta que un ex novio le envió a la artista conceptual francesa Sophie Calle y que ella mandó a analizar por 107 mujeres

«Así fue como me hice la moderna y le propuse una relación abierta que terminé al cabo de unos meses porque, bueno, no sé bien por qué.  Me enteré de que la terminé hace apenas unos días cuando discutimos a llanto y pulmón porque él se estaba congelando y extraña amar a alguien y yo fui algo así como un iceberg y nuestra relación el Titanic.»

Mi camino al freezer pasó porque me rehusé en su momento a tener una relación a larga distancia y porque cuando me propuso de mudarnos juntos a Berlín no me pareció nada divertido el proyecto de vida de seguirle los pasos a alguien y tejer una eterna bufanda de pensamientos, sonreír para la foto, poner el lavarropas y calzarme los guantes de goma rosas.  No.  No señor.  Porque es difícil sino imposible la adaptación en Alemania y ni el apellido me salva del frío berlinés.  Así fue como me hice la moderna y le propuse una relación abierta que terminé al cabo de unos meses porque, bueno, no sé bien por qué.  Me enteré de que la terminé hace apenas unos días cuando discutimos a llanto y pulmón porque él se estaba congelando y extraña amar a alguien y yo fui algo así como un iceberg y nuestra relación el Titanic. 
No sé si es Barcelona con sus olores y su gente, con sus gritos de «gol» y sus pintxos a un euro.  No sé si es porque hablan mi idioma, porque la gente acá se habla en el tren o porque no hay nada más sexy que un español con una guitarra y nada más sensual que el flamenco.  No sé si es por la tradición de la calçotada o porque la marihuana es legal.  Tampoco sé si es por la playa, el sol y el calor o porque me picó la primavera y me hizo estornudar amor.  Pero hay algo en esta ciudad que te devuelve a la vida que te descongela.  
Ahora ya devuelta a la vida y algo ahogada en lágrimas le propongo un nuevo final al Titanic pero él contestó: «necesito pensarlo.»
Me ahogo.
De ser sincera, no es la primera vez que tomo este camino.  Es mi vía de escape a tanta cosa, a tanta locura, velocidad e intensidad.  Mi vía de escape a una capacidad devota y absoluta de amar.  Me pasó con una persona como X y en los últimos meses que estuvimos juntos me temblaron las piernas, lloré, grité y corrí el tren para llegar antes.  Preparé profundas tazas de té y caminamos bajo una tormenta eléctrica en pleno Londres.  Le dije que no quería bailar y bailé con otro, me reí cuando me tomó del pelo y me dijo: «Te odio.»

«No sé si es porque hablan mi idioma, porque la gente acá se habla en el tren o porque no hay nada más sexy que un español con una guitarra y nada más sensual que el flamenco.  No sé si es por la tradición de la calçotada o porque la marihuana es legal.  Tampoco sé si es por la playa…pero hay algo en esta ciudad que te devuelve a la vida que te descongela.»

No me reí cuando lo eché de casa.  Se me cerró la garganta y sentí el miedo recorrer mis venas.  El miedo de no verlo nunca más, el miedo de no volver a hablar con él, el miedo de que de verdad desaparezca para siempre porque echarlo no es congelarlo.  Es hacer que la relación se evapore dejando nada más que un poco de humedad.  Lo peor de que se vaya es que puede volver.  Lo peor de que se evapore es que se condense y vuelva a llover.
Jugué con fuego y me quemé.
Por esto me convertí en un ser frío, mental, distante porque el hielo es más sólido y contenido.  El hielo tiene forma, cosa que la razón comprende y puede ver.  Sufro de una discapacidad emocional auto-inducida.
Es mi Modus Vivendi.
Pero no os preocupeis que otra cosa buena de Barcelona es que está a cuarenta minutos de Ibiza.
«Tripulación, prepárese para el aterrizaje.»
(A más calor, mejores playas y a una semana de vida hippie.)
A continuación les dejo unas fotos que expresan esto que vengo contándoles.

 

A COLOR, FOTOS DE MI RELACIÓN CON JUAN

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MARVIN: EL ALEMÁN

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FOTOGRAFÍA ANALÓGICAS DE CEREBROS QUE HICE PARA INTENTAR ENTENDER A JUAN

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