Después de un finde muy afuera, tal vez es momento de socializar en entornos más privados. En tiempos donde muchos restaurantes buscan hacerte sentir “como en casa”, algunos cocineros van un paso más allá y te invitan a la suya. En Buenos Aires crecen las cenas privadas, las experiencias gastronómicas que mezclan hospitalidad, arte y cercanía.
Puertas adentro: comida íntima & gourmet / Seis cocineros que abren su casa (y te están esperando). Por Fiamma Zampino para MALEVA.
Hay algo profundamente humano en comer en casa ajena. En sentarse a una mesa que no está pensada para cientos, sino para unos pocos. Donde los aromas salen de una cocina donde el cocinero no se esconde, sino que conversa, sirve, escucha. Y hasta se sienta, por supuesto.
En Buenos Aires crece una escena íntima & gourmet. Proyectos personales, secretos a voces, donde cada encuentro es diferente. No se trata solo de comer bien (aunque eso está garantizado, claro), sino de vivir una experiencia de contacto, donde la gastronomía se mezcla con las historias.
1) Muy Nuestra: un banquete con sobremesa (que siempre se estira). / Locación secreta
En un PH de Belgrano donde las velas encendidas, las flores frescas y los platos de cerámica artesanal crean una atmósfera íntima, Muy Nuestra rescata la magia de la sobremesa como ritual compartido. El proyecto de Matías Bezruk y Melanie Todres nació del deseo de cocinar para otros sin tener un restaurante a la calle, ofreciendo una experiencia que combina hospitalidad, sabor y cercanía. “Queríamos que cada persona que venga se sienta como en la casa de un amigo”, cuenta Melu, que junto a Matías diseñó el espacio para que sea cálido y único. Inspirados en los sabores familiares y en la cocina judía que marcó su infancia, reinterpretan recetas con influencias de Medio Oriente y de los viajes que los inspiran: dumplings, baos, repollitos con ricota o tiradito de mero. Todo ocurre alrededor de una gran mesa —como en una cena de Rosh Hashaná o Navidad— donde las charlas fluyen, el vino corre y, a veces, entre desconocidos, nacen nuevas amistades. “Nos gusta cocinar platos tradicionales, pero con la calidad y el servicio de un restaurante”, explica. Una vez al mes, organizan una gran cena compartida con banquete, postre y vermut: una celebración de la buena mesa, la conversación y el encuentro.
Inspirados en los sabores familiares y en la cocina judía que marcó su infancia, reinterpretan recetas con influencias de Medio Oriente y de los viajes que los inspiran: dumplings, baos, tiradito de mero. Todo ocurre alrededor de una gran mesa —como en una cena de Rosh Hashaná o Navidad— donde las charlas fluyen, el vino corre y, a veces, nacen nuevas amistades.
2) PeteruCook: el relato que se come y se escucha en un piso 21 con vistas al Kavanagh . / Alvear 548
Pedro Pablo Voss tiene 70 años y un piso 21 en la calle Alvear, con vistas al icónico edificio Kavanagh y al río. En el balcón para 2 a 6 personas, hace más de 8 años que Pedro es anfitrión, chef y narrador. En su cocina, cada plato llega acompañado de una historia: la anécdota, una receta familiar o una sorpresa inesperada. La energía es vibrante, alegre y sincera; uno sale con el corazón lleno y la sensación de haber compartido algo más que una comida en el barrio de Retiro. Entradas variadas que funcionan como gestos de bienvenida, principales clásicos —carnes, pescados, pastas y opciones vegetarianas— y un postre simple pero memorable: helado con frutillas, miel y jengibre.
La energía es vibrante, alegre y sincera; uno sale con el corazón lleno y la sensación de haber compartido algo más que una comida en el barrio de Retiro.
3) Cítrico: una mesa de 10 en un depto de Urquiza que es una secuencia de sabores / Av. Monroe 5172
Miguel Restrepo y Lola Storchi se conocieron hace cuatro años detrás de una cocina y, desde entonces, no se separaron. Hoy, además de pareja, son los anfitriones de Cítrico, una experiencia íntima en su departamento de Villa Urquiza donde solo diez comensales comparten mesa, historias y sabores. La cocina y el comedor son uno: no hay distancia entre quien prepara y quien prueba. Miguel y Lola cocinan, cuentan anécdotas, escuchan y observan las reacciones de cada bocado. Todo es cercano, casi doméstico, pero con la precisión de un restaurante de alta cocina. “Nos motiva interactuar con la mesa, salir de la rutina de estar encerrados sin ver las reacciones y el disfrute de los comensales”, cuentan. Y se nota: en Cítrico cada detalle está pensado para que quien cruce la puerta sienta que vivió algo genuino, con pasión, dedicación y ese toque de calidez que solo tiene una cena compartida en casa.
Proponen un menú diseñado para que cada comensal atraviese diferentes momentos de sabor: un paso dedicado a pescados y productos de mar, otro a vegetales, uno a carnes y, finalmente, el postre. En esta edición de primavera presentan un tartar de pesca curada, condimentado con salsa de ostras, aceite de sésamo, arroz mochi tostado y jugo de lima, que se sirve dentro de un taco de alga crocante, que aporta textura. Lo terminan con un gel de wasabi y lima, mango fresco y una garrapiñada especiada de maní, en un contraste vibrante entre frescura, dulzor y picante.
Cítrico es casi doméstico, pero con la precisión de un restaurante de alta cocina. “Nos motiva interactuar con la mesa, salir de la rutina de estar encerrados sin ver las reacciones y el disfrute de los comensales”.
4) Treinta Sillas: platos profundos en una fusión exclusiva que estrena clases de cocina. / Ramón Freire 700
Con su nombre como declaración de principios, recibe solo a 30 comensales por noche, una cifra que marca el límite justo entre lo íntimo y lo compartido. Una idea de Ezequiel Gallardo que invita a vivir una experiencia donde la cocina y el vínculo humano van de la mano. Con un menú mediterráneo que cambia cada semana, inspirado en libros, viajes y hallazgos cotidianos, cada cena es una historia nueva. “Me importaba tener un trato más cercano con la gente, forjando incluso amistades”, cuenta Ezequiel, quien recibe a los comensales como si se tratara de una comida entre amigos más que de una reserva en restaurante. Por su espacio pasaron desde Shay Mitchell hasta la vecina de al lado, y quizás ahí esté el secreto: buena comida, buena onda y la capacidad de reinventarse para que nadie se aburra en Colegiales. Tal es así que vienen de estrenar: Treinta El Back. Se agrandaron hacia la parte de atrás del local, con una reforma donde construyeron una cocina y una barra para 14 alumnos-comensales. Aquí el plan es clase de cocina+cena que se degusta in situ: “En El Back hacemos menús más sencillos para que puedas aplicarlo a tu día a día”. Mientras tanto, adelante desde 2007 brilla la gastronomía de autor de Ezequiel: hay un sello muy claro, platos breves en texto, complejos en ejecución, con guiños internacionales (tonkatsu, miso, romesco, aioli) integrados con producto local. La experiencia transmite intimidad y enfoque: pocos cubiertos, pocos platos, máxima atención al detalle.
Con un menú mediterráneo que cambia cada semana, inspirado en libros, viajes y hallazgos cotidianos, cada cena es una historia nueva. “Me importaba tener un trato más cercano con la gente, forjando incluso amistades».

5) Casa Coupage: gastronomía y vino en armonía. / Francisco Acuña de Figueroa 1786
En una calle serena de Palermo, se esconde este lugar que redefine lo que significa salir a cenar. Más que un maridaje, acá la cocina y el vino se miran, se buscan y se potencian. Creado por Santiago Mymicopulo e Inés Mendieta, tiene a los sommeliers al frente del servicio, proponiendo un menú de pasos donde cada instancia se convierte en un juego de armonías. En una mesa íntima para dieciocho comensales, los vinos se sirven de a varios —a veces dos, a veces tres— para explorar cómo cambian los sabores y las emociones en cada combinación.
“Comer y beber prestando atención es un juego en el que los límites son los gustos personales”, dice Santiago, convencido de que la verdadera sofisticación está en la conciencia sensorial. Con vinos poco comunes, flores cultivadas por los propios anfitriones y una atención casi artesanal, Casa Coupage es un refugio para quienes disfrutan de comer y beber con todos los sentidos, con la curiosidad de quien sabe que el verdadero lujo está en prestar atención al momento.
El menú propone una secuencia donde cada plato está diseñado para dialogar con distintos vinos: desde un escabeche de chernia de acidez brillante hasta una sopa de brócoli y sésamo, una fideuá con frutos de mar y un principal de carne acompañado por tintos y quesos. Cada paso está creado para mostrar, de manera clara y tangible, cómo los sabores cambian según el vino que los acompaña.
Con vinos poco comunes, flores cultivadas por los propios anfitriones y una atención casi artesanal, es un refugio para quienes disfrutan de comer y beber con todos los sentidos,
6) 4ta Pared: la cocina como escenario y performance. / Habana 3499
En una esquina tranquila de Villa Devoto, este recomendado de la Guía Michelin no cuenta con carta ni repertorios: invita a sentarse dentro de la escena, como en un acto de improvisación. Una cocina abierta donde todo sucede frente a los ojos del comensal. Con veinte cubiertos por noche, el chef Pablo Cerne crea lo que llama una cocina viva que cambia según el clima, los productos y la energía del día. “Siempre me atrajeron las experiencias inmersivas, esas en las que uno no solo come, sino que forma parte de lo que está pasando. Creo que se vuelve realmente especial cuando se rompe ese guión invisible que separa al comensal de la cocina, y todo se mezcla: los sonidos, los aromas, las miradas”, cuenta.
El espacio se completa con mesas íntimas y algunos lugares en la Mesa del Chef, donde los comensales pueden interactuar con Pablo y ser parte de lo que está ocurriendo. Sale la pesca blanca: lisa fresca, crema coco y lima, manzana verde, yuzu kosho hecho en casa y otras encurtidas en vinagre de sake.
Todo se vuelve realmente especial cuando se rompe esa línea invisible que separa al comensal de la cocina, y todo se mezcla: los sonidos, los aromas, las miradas.





