«Me encanta el riesgo frente a lo desconocido»: entrevista en su taller de Congreso a Elena Dahn (una artista que conmueve con gestos mínimos)

Dueña de una melena de rulos envidiable, una elegancia imperceptible y una mirada única como artista/¿Cómo logra conmover a través de la escultura, la performance y cualquier formato que llegue a sus manos «y la desafíe a explorar por fuera de lo convencional»? Además: el riesgo de que el personaje se coma a la obra, el color como momento espiritual y la fascinación por el látex y el cuerpo humano.

Esculturas, obras en látex, pintura y performance: la carrera de Elena Dahn aborda un montón de roles como artista. 

«Me encanta el riesgo frente a lo desconocido»: entrevista en su taller de Congreso a Elena Dahn (una artista que conmueve con gestos mínimos). Por Melisa Boratyn para MALEVA. Fotos: Thalía Gómez para MALEVA.

Elena Dahn es una de las artistas más singulares de la escena local. Curiosa, experimental, meticulosa y de perfil bajo, es dueña de una melena de rulos envidiable y una elegancia imperceptible. Como artista ha conseguido conquistar un terreno dificil de abordar; el de conmover con gestos mínimos a través de la escultura, la performance y cualquier formato que llegue a sus manos y la desafíe a explorar por fuera de lo convencional, investigando materiales como el látex en vínculo con el cuerpo. Desde su taller en el barrio de Congreso comparte con MALEVA su mirada única.

Vamos por el principio. ¿Cuando empezó tú recorrido en el arte y qué despertó ese interés?

Cuando tenía 14 años viajamos a Europa con mi familia, uno de esos viajes menemistas donde conocías muchas ciudades en un mes. Ahí ví obras de Miguel Angel, de Bernini, pintura prerrafaelita y muchas cosas más que dejaron una impresión muy fuerte en mí y aunque no entendiera nada, sabía que el arte era especial y que me hacía especial. En casa veíamos muchas películas de danza con mis dos hermanas, a mi papá le encantaba la música y a mi mamá coser y pintar. Sin embargo, existía el típico prejuicio a la hora de pensar al arte como una profesión.

¿Hiciste un camino largo hasta lograr identificarte como artista?

Si, creo que es algo que se va conquistando con el tiempo pero hubo un momento clave, cuando cambié de rumbo y empecé a hacer mis primeros talleres, donde me sentía como en casa. Me enamoré de la vida de los artistas y todo ese folclore. Estaba muy entusiasmada, me compraba materiales y libros de historia que resaltaba y que después de años detectaba que no incluían a artistas mujeres a pesar de tener cuatrocientas páginas. En cuanto al hacer, mi primer interés fue el dibujo pero me conecté en serio cuando descubrí la escultura, porque había algo en el proceso que me sacaba la ansiedad de principiante y enseguida aparecieron cosas que me resultaron muy interesantes, como trabajar con materiales de una manera no convencional.

¿Y cómo surgieron esas alternativas?

En el primer taller que hice ya surgió la necesidad de revertir las formas. Por ejemplo, con la silicona se hacen moldes pero yo la usaba para crear piezas inflables que perdían el aire y quedaban en el piso como sacos pero eso no importaba porque era parte del recorrido. Lo mismo me pasó cuando empecé a estudiar el yeso y hacía obras en la pared que terminaban estalladas en el piso hasta que le encontraba la vuelta. Después de eso llegué al látex y finalmente lo relacioné con el cuerpo, siempre abierta a conocer lo nuevo.

«Me enamoré de la vida de los artistas y todo ese folclore. Estaba muy entusiasmada, me compraba materiales y libros de historia que resaltaba y que después de años detectaba que no incluían a artistas mujeres a pesar de tener cuatrocientas páginas. En cuanto al hacer, mi primer interés fue el dibujo pero me conecté en serio cuando descubrí la escultura…»

Tus procesos no buscan lo permanente sino que se nutren de materiales y formas que mutan o se desintegran. ¿Hay un factor de rebeldía en eso?

Después de muchos tiempo entendí que siempre estoy buscando lo que está en un estado de permanente transformación aunque a veces siento que estoy a merced de esos comportamientos y otros que puedo manejarlos bien. Pero si, esa necesidad está desde el comienzo.

¿Pensas que esa manera de vincularte con el arte viene de no haber elegido un camino de formación tradicional?

No estoy segura pero si soy consciente de que en todos los roles que fui ocupando – la escultora, la performer y ahora incluso la pintora -, en el que más me siento como una impostora es en el último porque no tengo un legado. De chica bailaba frente al televisor y me pasaba horas cosiendo vestidos para mis muñecas, no pintando como otros artistas, por lo que entiendo que todos mis modos están atravesados por la falta de tradición. Sin embargo, me encanta el riesgo frente a lo desconocido y elijo no trabajar a partir de lo preexistente.

¿Inventar es parte del desafío de crear?

Es una parte muy importante porque si empiezo desde la idea para luego materializarla, perdí. El proceso es el gran salvador y la escultora un bálsamo dónde puedo pensar mientras hago.

«Si bien creo que el cuerpo siempre estuvo presente en la obra, cuando me acerqué al látex, que está tan cerca de la piel en su forma y materialidad, me conecté de una manera mucho más primaria…»

Hace unos años empezaste a meterte en el terreno de la performance, haciendo evidente la incidencia del cuerpo en tú trabajo. ¿Cómo abordás ese tipo de procesos?

Siempre tengo una hipótesis que tiene como raíz lo que investigo en el taller, donde me hago preguntas como qué pasa si pellizco un material o si lo arranco. Las pruebas son medio científicas, con instancias de prueba y error que me sirven para animarme a probar. Lo que más me impulsa a mostrar todo eso es la necesidad de poner la obra en el mundo. Y si bien creo que el cuerpo siempre estuvo presente en la obra, cuando me acerqué al látex, que está tan cerca de la piel en su forma y materialidad, me conecté de una manera mucho más primaria.

La primera vez que presentaste una performance fue a través de un video, dónde más que mostrar el material compartiste el proceso. ¿Cómo pasaste de eso al vivo?

Después de la performance filmada que presenté en Móvil, un espacio muy especial, entendí que era momento de ocupar el lugar real e incluso dejar que otros también ingresen aunque mí relación con el látex, el material que uso ahora, es muy personal y por eso a veces me parece difícil transmitir esa intimidad. No vengo del mundo del teatro o la performance pero me animo a entregarme a esa experiencia motivada por la naturaleza de mi trabajo.

En una época de personalismos por momentos exagerada, ¿Creés que es importante que se conozcan los «secretos» y la historia de quién está detrás de la obra?

Si tengo que elegir un bando, entonces te digo que me gusta que la obra tenga su autonomía y que prevalezca en el tiempo, pero vivimos en una época en la que eso es un poco complicado y si no tenemos cuidado la biografía del artista se puede comer a la obra. Nunca me sentí identificada con tematizar lo biográfico pero con el paso de los años y particularmente con la obra Cámara, la que se mostró en Móvil, sentí que era imposible separar mí trabajo de lo que había vivido en ese tiempo. Concebir, tener otro cuerpo dentro del mío y traerlo al mundo, una experiencia común y extraordinaria al mismo tiempo. Quise hacerme cargo de algo trabajoso que convive con lo placentero sin caer en lugares obvios sobre lo que implica ser madre. Más que satisfacer las demandas de la época y sus discursos, busco qué posición quiero ocupar.

«Cuando preparo un color es cuando más tengo que abstraerme de las distracciones. Es el momento más espiritual y si me surgen dudas me gusta abrir un libro que tengo de Georgia O’Keeffe, una pintora que le gustaba mucho a mí mamá. También tengo libros enciclopédicos y del cuerpo humano que me permiten entender que casi todos los colores que uso están dentro nuestro, asociados a lo visceral…»

Tenés un tratamiento muy específico con el color. ¿Cómo te manejás durante esa instancia?

Cuando preparo un color es cuando más tengo que abstraerme de las distracciones. Es el momento más espiritual y si me surgen dudas me gusta abrir un libro que tengo de Georgia O’Keeffe, una pintora que le gustaba mucho a mí mamá. También tengo libros enciclopédicos y del cuerpo humano que me permiten entender que casi todos los colores que uso están dentro nuestro, asociados a lo visceral.

Me queda preguntarte qué te pasa cuando la gente interactúa con tu obra, que en estos años estuvo presente en muchas partes del mundo. ¿Te gusta saber lo que le pasa al otro?de

Me encanta ese intercambio, por eso hacer performance en vivo es tan interesante. Es el momento en el que recibo las respuestas no verbales y puedo atestiguar como otro se emociona. Es una experiencia con otra inmediatez.