Artista de tierra adentro – criada en la naturaleza y la libertad de Cafayate -, hoy su obra tiene proyección internacional (como pocas de su generación)/Charla a fondo en una galería que es uno de los secretos mejor guardados de San Telmo/Además: sus próximas muestras en Barcelona y México.
Sadir se prepara para exponer en Cataluña y Baja California. Su obra se volvió universal.
«Mi trabajo se aleja del ritmo de la inmediatez y la necesidad de control…»: entrevista a la artista Florencia Sadir en la galería W. Por Melisa Boratyn. Fotos: Rocío Aznarez para MALEVA.
Sobre el jardín caen los últimos vestigios de la tarde y en su centro nos recibe una instalación de la artista Florencia Sadir. Una obra suave y contundente que nos invita a recorrerla y que fue concebida en San Carlos, Salta, su lugar en el mundo. El oasis que nos acoge es W galería, uno de los secretos mejor guardados de San Telmo. Florencia por su parte es una de las artistas más activas del momento. Entre pájaros, árboles y mariposas nos sentamos a hablar acerca de su infancia rodeada de naturaleza, su incansable labor y los muchos proyectos de esta artista, artesana y embajadora del arte argentino.
Si bien vivís en San Carlos, naciste y te criaste en Cafayate. ¿Cómo fue tú infancia en uno de los lugares más lindos de nuestro país?
Crecí en un pueblo con muy pocos habitantes donde las relaciones son estrechas. De chica empecé a interesarme por el arte aunque nunca había ido a un museo y nadie cerca mío era artista, sino que el vínculo estaba relacionado con la artesanía y los oficios. Vivíamos una vida de pueblo, en estrecho contacto con la naturaleza y en una familia matriarcal con una madre que trabajaba mucho, por lo que había una red de tías y amigas que nos cuidaban.
«Sobre el jardín caen los últimos vestigios de la tarde y en su centro nos recibe una instalación de la artista Florencia Sadir. Una obra suave y contundente que nos invita a recorrerla y que fue concebida en San Carlos, Salta, su lugar en el mundo. El oasis que nos acoge es W galería, uno de los secretos mejor guardados de San Telmo…»
Para las personas que nos criamos entre los años 90 y 2000 es difícil pensar en la posibilidad de la libertad absoluta ¿Qué significa eso para vos? ¿Cómo te conectabas con esa naturaleza que te rodeaba?
Hasta que fui grande, ser libre y estar en vínculo con lo natural era lo único que conocía. De hecho todavía me siento así, más allá de que ya no vivo en el lugar exacto en el que crecí sino a unos veintidós kilómetros. De chica me gustaba armar fuegos con cosas que iba encontrando, dibujaba en la tierra y pasaba mucho tiempo en la calle con amigos. Entre mi hermana, mi mamá, mi abuela y yo siempre existió un vínculo sagrado que me emociona muchísimo. Esa libertad también la obtuve gracias a ellas que nunca me dijeron que no podía, sino que me apoyaron de manera incondicional.
«Hasta que fui grande, ser libre y estar en vínculo con lo natural era lo único que conocía. De hecho todavía me siento así, más allá de que ya no vivo en el lugar exacto en el que crecí sino a unos veintidós kilómetros. De chica me gustaba armar fuegos con cosas que iba encontrando, dibujaba en la tierra y pasaba mucho tiempo en la calle con amigos…»
Hay vínculos y espacios que marcan muestras vidas para siempre. Valoro que compartas esto y nos ayudes a entender tú trabajo desde otro lugar. En esos primeros años, cuando te diste cuenta que lo tuyo con el arte era más que un simple interés, ¿dónde encontraste referentes y maestros?
En la secundaria tuve mi primer taller de pintura con Josefina Garon y recién entonces empecé a ver imágenes de la historia occidental, eso que llamamos «Bellas Artes». Igualmente creo que una de las grandes responsables es mí abuela, aunque sea de manera indirecta. Ella es profesora de telares y siempre le interesó el arte. Hasta el día de hoy pinta y yo le llevo libros para colorear como una forma de devolverle su enseñanza.
En un momento sentiste que tenías que dar un salto, primero hacia Buenos Aires y finalmente al exterior, no sólo para tener más posibilidades sino también para mostrarle tú obra al mundo. ¿Cómo empieza esa aventura?
Primero busqué lo que tenía más a mano y me anoté en la Universidad Nacional de Tucumán que queda a cinco horas de Cafayate. Me formé en el taller C, al igual que otros artistas de mi generación y armé un proyecto que se llamó Lateral con el que empezamos a movernos para dar visibilidad a nuestro trabajo. En 2018 apliqué a una beca para la residencia Flora en Bogotá, que tenía un particular interés por mezclar saberes ancestrales con una cuestión más tradicional. Esa fusión me ayudó a comprender que lo que para mí era cotidiano se podía transformar en arte y que no todo tenía que venir de las prácticas occidentales.
¿Cuáles son esas cosas cotidianas que traés a tu obra?
El cuidado de la tierra y las semillas por ejemplo. Durante finales de los 90 y principios de los 2000 hubo un desplazamiento de muchos trabajadores de las fincas alrededor de Cafayate por quemas accidentales, algo que ya conocemos. Se cerraron bodegas y echando a personas que tenían sus casas y tierras ahí. Entonces apareció en nuestras vidas Don Cruz, que trabajó en mí casa desde que yo era chica hasta el 2019. Con él aprendí todo acerca de como hay que cuidar, sembrar y compartir, tres pilares muy importantes en mí trabajo. Recordarlo también me emociona profundamente.
«Me gusta que la gente se vincule con todo el cuerpo. Busco desplegar formas en el espacio, cosas que se repiten y crean un lugar para estar. En este caso la instalación tiene que ver con cómo se disponen en torres los ladrilleros en la ladrillera donde trabajo, para que se sequen desde el aire. Una labor muy repetitiva y artesanal…»
Hablaste de técnicas ancestrales que aprendiste y heredaste de personas que reivindican otra manera de hacer, como Don Cruz en el caso de la siembra, y que valoran el respeto por el tiempo y la naturaleza. ¿Dónde vemos eso en tus obras?
Intento comprender diferentes prácticas relacionadas con la naturaleza que históricamente fueron desplazadas y que aprendo de personas que entienden que vivimos en un mundo entrelazado de conexiones. Para ellos y para mí hacer obra y crear estos ladrillos requiere del sol, del agua, del humo y del fuego. Por eso mi trabajo se centra en la geografía que habito y su tiempo, que se aleja del ritmo de la inmediatez y la necesidad de control.
¿Cómo te llevás con la idea que desde un lugar tan íntimo y argentino creas obras que pueden terminar en cualquier parte del mundo?
Esta buenísimo, me interesa «desterritorializar» a la obra y observar como en otro lugar se puede entender de diferente manera e incluso cambiar de estado, como pasó con la instalación que está acá, que nació en un lugar muy árido y ahora habita un patio selvático, donde le llueve encima y eso va haciendo lo suyo. La obra vive de otra manera y yo no puedo controlarlo.
El resultado final de tus procesos suelen ser instalaciones. ¿Pensás en las personas que las van a habitar y recorrer?
Me gusta que la gente se vincule con todo el cuerpo. Busco desplegar formas en el espacio, cosas que se repiten y crean un lugar para estar. En este caso la instalación tiene que ver con cómo se disponen en torres los ladrilleros en la ladrillera donde trabajo, para que se sequen desde el aire. Una labor muy repetitiva y artesanal.
«En ese lugar hay una sabiduría que no es la formal» afirma Federico Curuchet, responsable de la galería mientras nos muestra fotos del imponente horno de barro que conoció cuando visitó a Flor el año pasado. «También tuve la fortuna de ver la gran obra de sitio específico que realizó en los Valles Calchaquíes. Sólo éramos cuarenta y dos personas y ella nos explicó que esta era una instalación para ver desde el cielo, para las vidas no humanas, los astros, el sol y la luna»
«Federico Curuchet, responsable de la galería W: tuve la fortuna de ver la gran obra de sitio específico que realizó en los Valles Calchaquíes. Sólo éramos cuarenta y dos personas y ella nos explicó que esta era una instalación para ver desde el cielo, para las vidas no humanas, los astros, el sol y la luna…»
Este año tenés la oportunidad de trabajar en nuevos territorios gracias a varios proyectos en Barcelona, México y Brasil. Me gusta pensar que te convertís en una embajadora del arte argentino.
Ahora inauguro una muestra en Barcelona, donde mucho de lo que hablamos se va a ver reflejado, en especial por qué una parte de las obras se van a producir allá. En marzo presento una instalación en Baja California, un desierto al lado del mar, por lo que me enfrento al desafío del territorio y sus inclemencias, algo que me entusiasma. Por último en septiembre me voy a una residencia en Sao Paulo y allí también habrá que ver como responde mí trabajo. Por suerte en el medio tengo tiempo para volver a casa, mí lugar en el mundo.
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