En la primera columna de #MyFriendDateCuenta para MALEVA, Paige – cronista norteamericana viviendo en Buenos Aires -, se planta sin filtros (para bien y para mal) frente a la amistad en la Argentina, y su retorcido adn/Grupos herméticamente cerrados, sensación de competencia entre los miembros y «las chicas con las chicas, los chicos con los chicos»/Pero: si hay que ayudar, el amigo argentino siempre está/Además: ¿cómo es tener amigos en Estados Unidos?
«Si no estuviste en el momento de la fundación (del grupo), lo lamento por vos», asegura la autora de la nota.
My friend, date cuenta: «¿por qué hacerte amigos en Argentina es más difícil que entrar a la CIA?». Por Paige Nichols para MALEVA.
De todas las cosas que me tuve que enfrentar al emigrar a la Argentina – desde qué cuadro apoyar hasta aprender a no pisar caca de perro -, jamás pensé que hacer amigos sería lo más complicado. Así es: luego de casi catorce años, puedo declarar con confianza que conseguir amigos en la Argentina es más difícil que entrar a la CIA. ¡Y eso que soy simpática! Tal vez la institución más sagrada dentro del territorio nacional, la amistad, me ha atormentado y enseñado tanto desde que me vine desde Washington, D.C. en 2007.
Empecemos por los grupos. ¡Tantos grupos! Están los del colegio, de la facu, del máster. También los de fútbol, de biodanza, de terapia holística. Cada uno un es como un micro mundo herméticamente sellado, con fronteras tan definidas que no admiten ningún tipo de ajuste. Si no estuviste en el momento de la fundación, lo lamento por vos mi amor, jamás sabrás cómo es puertas adentro. Ah, y esto no disminuye con el paso del tiempo. Vas a tener casi cuarenta y esa sensación te va a perseguir hasta el final.
Dedicada a salir de la burbuja “expat”, estaba lista para hacer un súper esfuerzo para hacer amigos locales. En casa, tenía una mezcla de amigos varones y mujeres. Era lo más normal, no se cuestionaba. Pero acá se parece a la canción de Las Primas: “los nenes con los nenes, las nenas con las nenas.”
A su vez, las mujeres se miran con desconfianza: se palpita una tensión que me extraña, y me alejaba. No eran compañeras, eran competencia. Por suerte, gracias al feminismo, esto siento que empezó a quedar atrás. Durante mis primeros años tuve que aprender nuevas reglas y entender nuevos códigos.
«Cada grupo de amigos en Argentina es un micro mundo herméticamente sellado, con fronteras tan definidas que no admiten ningún tipo de ajuste. Si no estuviste en el momento de la fundación, lo lamento por vos mi amor, jamás sabrás cómo es puertas adentro. Ah, y esto no disminuye con el paso del tiempo. Vas a tener casi cuarenta y esa sensación te perseguirá hasta el final…»
No siempre me divierte ser la “token yanqui”. Adoro la curiosidad de los argentinos, sin miedo me hacen todo tipo de preguntas. Pero si no superamos la etapa de “wow, qué bien que hablás” y “pero, ¿qué hacés acá?”, la cosa se va a complicar. Cuando piden mi opinión sobre política de Estados Unidos, siento una responsabilidad enorme y es una tarea casi imposible. A los argentinos les encanta pinchar, meter púa, y me tildan de la “politically correct” por intentar mostrar la realidad de mi país, la que no se vive y no se entiende cuando estás de paso por Miami, y de vacaciones.
Ahora hablemos de la duración de las juntadas. En casa, si me encontraba con un amigo, sabía que iban a ser dos o tres horas máximo. El foco está más en “ponerse al día,” digamos. En Buenos Aires, el límite no existe. Salís para brunchear, y con suerte volvés antes de las nueve. No hay apuro ni agenda. Es implícito: el tiempo con los amigos no se negocia. Aprendí a amar el arte de “hacer huevo.” De dejarme llevar y ver qué aventuras nos esperan. Igual, con estar tirados en el living, hablando de la vida, estamos más que bien. Nunca voy a entender por qué se grita tanto, pero apoyo el entusiasmo.
Cuando vuelvo a mi país, me cuesta cambiar ese chip y volver a las interacciones más guionadas. Todo es un toque más superficial, más frío. La gente no se anima a revelar sus problemas sin antes aplicar un gran filtro. Tal vez sea por respeto – no quieren molestarte con sus problemas -, pero se siente distante. Extraño a mis amigos porteños contándome como «están del orto» en un audio de WhatsApp completamente histérico que dura 4:45.
La frutilla en la torta es el Día del Amigo, la fecha más argentina por goleada. En ningún lugar del mundo se vive algo igual. La locura de organizar los planes, saber con quién te juntás y dónde. No lo entiendo, pero lo amo. Encima, no jodamos…¡Todos los días son día del amigo acá! Las ganas de concentrar todo en un período de 24 horas es demencialmente genial. Podría pasarme el día leyendo los saludos en redes: “gracias por estar en las buenas y en las malas, siempre me bancaste, al pie del cañón, no estaría acá hoy si no fuera por vos.” Esa intensidad no te la robo.
Creo que logré descifrar el ADN de la amistad argentina. Son vínculos profundos, eternos, incondicionales. Las emociones siempre a flor de piel, nada de tibiez. Quinta a fondo, siempre. Si alguien necesita ayuda, de inmediato están para brindar cualquier tipo de apoyo. Tener amigos argentinos es contar con ellos de por vida. Supongo que todo esto respalda mi decisión de vivir acá, a pesar de tanta incertidumbre y locura. Los amigos de fierro son más estables que cualquier moneda.
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Sobre la autora de columna: Paige es de Washington DC y vive en Buenos Aires desde el 2008. Es amante de los perros, la garnacha, y el helado de menta granizada. Cuando no está recorriendo la ciudad en búsqueda de algo rico para comer, se encuentra debajo de la mesa del comedor grabando sus podcasts «Bad Information» y «Finanzas con Sentido Común.«
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Fotos: son gentileza de Unsplash (PH Annie Theby, Hannah Rodrigo). / La de Paige es gentileza de Paige Nichols (PH Catalina Bartolomé).