«Dejemos de llamar healthy a los restaurantes al menos por dos años…»

Están por todos lados y se definen por lo que no se puede comer/¿Una dieta determinada significa que cocinan sano y el resto no?/¿Quién estableció que comerse unos ravioles con estofado hace mal?/¿Acaso hay restaurantes enfermos?/¿Por qué salir a comer afuera no debería ser sólo un proceso para alimentarse sino también un placer? Ortorexia, obsesión por el control del cuerpo y discursos contrapuestos/En una nueva columna exclusiva para MALEVA, Rodo Reich pone el dedo en la llaga y abre el debate

«La obsesión por la cocina «saludable» tiene un nombre: ortorexia», explica la filósofa eslovena Renata Salecl

«Dejemos de llamar healthy a los restaurantes al menos por dos años…» Por Rodolfo Reich para MALEVA.

De pronto están por todos lados, multiplicándose como los panes bíblicos. Lo que supo ser la excepción, comenzó a convertirse en regla: son los restaurantes healthy, que sin falsa modestia levantan en lo alto la bandera de “lo saludable”. Y lo explican a través de diversos discursos, en muchos casos incluso contrapuestos entre sí: hay propuestas plant based, sin gluten y orgánicas; de kilómetro cero, sustentables y de bajas calorías. Vegetarianas y crudívoras, low carb y keto, paleo y fit, sin lactosa o sin azúcar, entre otras. Un sin fin de corsets alimentarios que a veces responde a necesidades médicas estrictas (como le sucede a un celíaco o un diabético, por ejemplo) y que en otros se relaciona a ideologías y moralidades individuales.

– Y cuál es el problema, Rodo. ¿Acaso está mal que haya diversidad de opciones? ¿Acaso todo tiene que ser pastas y milanesa?

Por supuesto que no. No sólo no están mal, sino que incluso muchas de las aperturas más interesantes de los últimos años responden a algunos de estos modos de consumo. Hay restaurantes plant based fantásticos (como Sacro, Donnet o Jaam, entre muchos más), hay lugares que apuestan a lo orgánico y son deliciosos (como Naranjo Bar), hay espacios sin TACC haciendo un gran trabajo (como los pioneros de Sintaxis). Mi problema no es la dieta elegida, tampoco me molesta que se sean dietas basadas en exclusiones, definiéndose a sí mismas por lo que no se puede comer: ya somos grandes, con varios miles de millones de personas sobre la faz de esta tierra. Cada uno deberá encontrar su lugar en su mundo y su comida en su plato. Lo que no quiero es que a todo esto se lo llame “lo sano”.

«Mi problema no es la dieta elegida, tampoco me molesta que se sean dietas basadas en exclusiones, definiéndose a sí mismas por lo que no se puede comer: ya somos grandes, con varios miles de millones de personas sobre la faz de esta tierra. Cada uno deberá encontrar su lugar en su mundo y su comida en su plato. Lo que no quiero es que a todo esto se lo llame “lo sano”…»

En su libro Tyrany of Choice, la filósofa eslovena Renata Salecl habla de la creciente ideología del self making, la idea que todos somos capaces (y por eso también responsables) de cambiar el cuerpo de acuerdo con los propios ideales y deseos (que además, no hace falta decirlo, rara vez son realmente propios). En una entrevista para la publicación chilena The Clinic, Renata habla de la ortorexia: “Es la obsesión con la comida saludable. ¡Eso tiene un nombre! (…) Todo es rotulado como orgánico, vegano, saludable, sin gluten, etc. Conozco personas que planean obsesivamente cada comida. Toda la ocupación del día está relacionada con ello, tienen todo tipo de prohibiciones con la comida. Parece como si en esta sociedad neoliberal, altamente individualizada, el cuerpo fuera el único objeto que podemos, de algún modo, controlar”, explica.

No soy médico; no intento -jamás lo haría- recomendar a otro qué es lo que le hace bien comer. Pero sé que a veces saborear un huevo frito en manteca le hace realmente bien a mi salud. Y lo mismo me sucede cuando pido en una cantina unos buenos ravioles con espinaca y seso con un estofado de carne o en una pastelería me sirven una tremenda torta de chocolate. Está claro que esa no será mi dieta de cada día, pero la idea de que uno va a un restaurante para alimentarse es, como mínimo, anticuada. Más aún en medio de una pandemia, sin esos obligados almuerzos de oficina céntrica. El objetivo de ir a comer afuera es otro: es una experiencia, una salida, un descubrimiento, un desafío. Y especialmente un placer, que es parte primordial de lo que considero saludable.

No llamemos healthy a restaurantes que implican una dieta determinada. Hacerlo significaría admitir que los otros lugares están enfermos. Y con eso, sí, no estoy de acuerdo.

///

Sobre el autor de la nota: 

Rodo Reich (@rodoreich) es periodista. A los 25 años probó una sopa tailandesa que le rompió la cabeza y desde entonces reflexiona sobre gastronomía en medios como La Nación, Brando, Página12, Maleva y Radio con Vos. Tuvo un bar, un catering y cada tanto escribe algún libro.

///

Fotos: son todas gentileza Unsplash (PH Thought Catalog, Mariana Rascao)