«Tan grande como el cosmos: así fue la historia de amor de Carl Sagan y Ann Druyan (que viaja para siempre en la sonda Voyager)»

El divulgador científico (y astrofísico) que más fascinación provocó y que mejor reveló los secretos del espacio vivió un romance maravilloso que hoy viaja, en parte, hacia el espacio para toda la eternidad en la sonda Voyager/Un disco de oro, los sonidos del corazón de una mujer locamente enamorada, y el maravilloso azar de haber «compartido un planeta y una época»/Una nueva columna de Alexia Martinez de Hoz para emocionarse, reflexionar y soñar con las estrellas en vísperas de San Valentín

Para el 2030 perderemos contacto con las Voyager y el disco de oro donde viaja para siempre un vestigio poético de la historia de Carl Sagan y Ann Druyan

«Tan grande como el cosmos: así fue la historia de amor de Carl Sagan y Ann Druyan (que viaja para siempre en la sonda Voyager)». Por Alexia Martinez de Hoz.

Hay historias de amor que viajan en el tiempo. La de Carl Sagan y Ann Druyan literalmente viaja en el tiempo y el espacio. Es que el amor del astrónomo y la productora es el que más lejos llegó. Pero es por sobre todas las cosas, una historia sobre el romance y el misterio de la vida. Y eso es lo que quiero compartirles hoy: una historia de amor tan grande como el cosmos.

“En la vastedad del espacio y en la inmensidad del tiempo, mi alegría es compartir un planeta y una época con Annie”, dijo alguna vez Carl Sagan sobre su mujer. Ellos se conocieron a mediados de los años 70 cuando la NASA le pidió al también astrofísico y cosmólogo participar del proyecto Voyager: dos sondas con la misión de volar por primera vez entre los planetas gigantes gaseosos del sistema solar exterior, para luego seguir rumbo hacia el espacio interestelar – cosa que logró en 2012 – y de paso llevar consigo un disco que sintetizara la cultura de la humanidad.

“En la vastedad del espacio y en la inmensidad del tiempo, mi alegría es compartir un planeta y una época con Annie”, dijo alguna vez Carl Sagan sobre su mujer. Ellos se conocieron a mediados de los años 70 cuando la NASA le pidió al también astrofísico y cosmólogo participar del proyecto Voyager…»

Ann Druyan era parte del equipo de Sagan, quienes fueron responsables de preparar aquel mensaje para una posible civilización extraterrestre. Algo así como un “mensaje en la botella” interestelar. Pero en esta historia nada fue casual. A mediados de los años 70´, justo cuando la humanidad había aprendido a viajar en el espacio, los astrónomos se dieron cuenta que Júpiter, Neptuno, Urano y Plutón iban a estar alineados. Esto permitiría visitarlos en pocos años mediante maniobras de asistencia gravitatoria sin necesidad de consumir combustible. Esa estrecha ventana no sucedía desde 1800 y no volvería a darse hasta mediados del siglo XXII. Así que, en 1977, despegaron las dos sondas Voyager llevando consigo un Disco de Oro titulado “Murmullos de la Tierra”. Imágenes, canciones (¡recomiendo chusmear cuáles fueron incluidas!), sonidos de nuestro planeta, y hasta la descripción de la posición de la Tierra en la galaxia fueron lanzados al espacio con la esperanza de algún día ser encontrados, e interpretados a través de pulsares y códigos binarios inscriptos en él, por otras vidas inteligentes.

Si bien sabían que las posibilidades de ser encontrado eran casi nulas, tomaron muy en serio el proyecto porque que se trataba nada más ni nada menos que del famoso “primer contacto”. Cada contenido seleccionado fue fruto de largos debates que generaron una creciente complicidad entre ellos. Durante esos años de trabajo, mantuvieron una intensa amistad alimentada por una mutua admiración, pero sin la más mínima sospecha de dar un paso más allá de su relación profesional.

Ann participó activamente en la grabación del disco endulzando los aspectos puramente tecnológicos. Para ella no bastaba con explicar intelectualmente que la Tierra era un punto azul pálido en el universo, sino que debían traspasar lo físico para transmitir la esencia del ser humano. Su idea fue incluir la grabación de un electroencefalograma con sus pensamientos. Pero una llamada telefónica inesperada modificó los planes y las emociones registradas a través de ondas cerebrales fueron finalmente las de una mujer enamorada. Lo que no imaginaba es que serían sus propias ondas las que viajarían a través del espacio y el tiempo infinito.

Carl y Ann pensaron este disco de oro que sintetiza a nuestra civilización y que, quién sabe, algún día lo encuentre una especie extra terrestre 

Carl se encontraba de viaje realizando una conferencia y ella quiso compartirle un avance importante del proyecto. Llamó al hotel, pero al no encontrarlo dejó un escueto recado. “Annie te llamó” fue el mensaje que él recibió y esa llamada desató la mecha de un amor que hoy avanza a más de 21.000 millones de kilómetros de la Tierra. ¿Por qué no me dejaste un mensaje como este hace varios años?, dijo Carl. ¿Por siempre?, respondió Ann mientras su corazón empezaba a latir. ¿Te refieres a casarnos?, preguntó él.

“Todos los sonidos de mi corazón y las ondas de mis pensamientos de mujer locamente enamorada se grabaron dos días después de aquellas llamadas. Eso es lo que despegó en las Voyager. Cuando estoy triste me animo pensando que son para siempre. Será verdadero dentro de millones de años. Para mí ese disco es una especie de alegría tan poderosa que me aleja del miedo a morir”, contó en una entrevista años más tarde. Dos días después que partieran las sondas, la pareja anunció su compromiso y estuvieron juntos hasta el día de la muerte de Carl, a causa de una neumonía en 1996.

“Todos los sonidos de mi corazón y las ondas de mis pensamientos de mujer locamente enamorada se grabaron dos días después de aquellas llamadas. Eso es lo que despegó en las Voyager. Cuando estoy triste me animo pensando que son para siempre. Será verdadero dentro de millones de años. Para mí ese disco es una especie de alegría tan poderosa que me aleja del miedo a morir”, contó Ann Druyian…»

“Cuando mi esposo murió, era tan conocido por no ser creyente que muchas personas me preguntaron si Carl había cambiado su manera de pensar sobre la vida después de la muerte. También me preguntaron con frecuencia si creo que lo volveré a ver. La realidad es que los dos sabíamos que nunca nos volveríamos a ver. Pero siempre supimos que habíamos sido beneficiados por el azar, que éste haya sido tan generoso para que nos pudiéramos encontrar en la vastedad del espacio y en la inmensidad del tiempo”, explicó.

Carl fue sobre todo un gran divulgador científico. A través de su serie Cosmos, aportó conocimiento al púbico no especializado de manera simple y entretenida. Ann fue la productora de aquella serie original y hoy continúa su legado gracias al remake que se transmite por Fox. “Me quedo con la forma en que me trató y lo traté, la forma en que nos cuidábamos el uno al otro y a nuestra familia mientras vivió. Eso es algo que me sostiene y que es mucho más significativo que la idea de volver a verlo algún día. Vivimos con una apreciación real de lo breve que es la vida y lo preciosa que es. Nos vimos el uno al otro. Nos encontramos el uno al otro en el cosmos, y eso fue maravilloso”.

Hasta el día de hoy, el Disco de Oro sigue siendo el mensaje físico más elaborado que la humanidad envió al espacio para comunicarse con una posible civilización extraterrestre. Sin embargo, de forma inexorable la potencia de las sondas disminuye año tras año. En algún momento alrededor del 2030 se apagarán para siempre y nunca volveremos a escuchar su señal. Pero la aventura no habrá concluido, ellas seguirán alejándose del Sol durante toda la eternidad.

Lo más fascinante de esta historia es que dentro de millones de años, cuando la humanidad haya desaparecido y no quede ningún rastro de nosotros, las sondas seguirán ahí afuera con su mensaje – nuestro mensaje – al Universo. Un mensaje que se resume en un “estuvimos acá, no nos olviden, vivimos y exploramos el cosmos con curiosidad.” Llevarán consigo una pequeña insignia de quiénes fuimos, dónde vivíamos, cómo éramos. Y cómo amábamos.