Si hay un «pecado» de nuestros tiempos es la improductividad/No sólo durante el trabajo sino también en nuestros momentos de ocio/¿Pero hasta que punto no es una mala prensa injustificada y una idea tóxica?/Niksen le dicen los nórdicos al «arte de tener tiempo libre» y en esta nueva columna para MALEVA, Alexia defiende la osada y polémica idea de que «no hacer nada» es absolutamente válido, necesario y, paradójicamente, más útil que no parar nunca
Desde neurocientíficos hasta costumbres nórdicas y asiáticas, critican, según cuenta Alexia, el mandato actual de tener que estar siempre produciendo y activos
«No hacer nada también es genial (aunque siempre nos quieran convencer de lo contrario)». Por Alexia Martínez de Hoz.
En una sociedad regida por los resultados, la improductividad tiene mala prensa. Nos enseñaron que si no estamos haciendo algo, no estamos haciendo nada. Este concepto llamó mi atención el año pasado, cuando el bombardeo social me decía que “debía aprovechar el tiempo”. Había que ver la nueva serie, hacer la última receta, probar esta clase de gimnasia o consumir el último contenido disponible de tal plataforma de streaming, como si los días se trataran de llenar casillas en blanco.
Pero, ¿qué pasa cuando le damos valor a la importancia de no hacer nada? No me refiero a la obra de Oscar Wilde, sino al hecho de parar nuestra radiomente por un rato y reivindicar el simple hecho de contemplar. Leyendo al respecto, entendí que esos momentos son justamente oportunidades para estimular los procesos de pensamiento inconsciente. Algo así como nuestra base de datos de conocimientos que integran y asocian la información cuando le damos espacio a otras regiones no activas del cerebro. Por esa misma razón, está bien que dejemos divagar a nuestra mente de vez en cuando.
«En una sociedad regida por los resultados, la improductividad tiene mala prensa. Nos enseñaron que si no estamos haciendo algo, no estamos haciendo nada. Este concepto llamó mi atención el año pasado, cuando el bombardeo social me decía que “debía aprovechar el tiempo…»
Según Daniel J. Levitin, músico, neurocientífico y profesor emérito de psicología y neurociencia conductual, además de autor de libros como La Mente Organizada, nuestro cerebro tiene dos modos dominantes de atención: el positivo y el negativo. El primero funciona cuando nos enfocamos en una tarea concreta, y el segundo se activa cuando dejamos que nuestros pensamientos vayan de un lugar a otro. Cuando uno está activo, el otro está en reposo. Por eso, lo más sano es ir alternándolos.
Sin embargo, uno de los valores culturales que rige hace tiempo es aquel que dice que no hacer nada es una pérdida de tiempo y de eficacia. Nos hicieron creer que estar ocupados es sinónimo de productividad, y no necesariamente es así. Nos obsesionamos con ella. Con los logros y los resultados, sean frutos del trabajo o del ocio, porque incluso durante este seguimos haciendo. No hacer nada, literalmente, se refiere a no hacer nada. Y no tiene que ver con el mindfulness o la meditación, es algo mucho más simple, como sentarse a mirar por la ventana, servirse una taza de té o cualquier cosa que no implique un resultado por hacer eso.
Allí, disponemos a nuestra mente a divagar y ponemos en marcha un proceso esencial para el desarrollo de la inteligencia: el de creación. Además, según Levitin, las pausas mentales son oportunidades para comprender lo aprendido, consolidar los datos recientemente acumulados y afirmar la propia identidad, entre otras cosas. De esta manera, le damos la posibilidad a nuestra mente de poder surgir ideas creativas que no son más que la conexión de conceptos ya conocidos. Algunas de las ideas más geniales llegaron “de la nada” a la mente de sus creadores, como Arquímedes en su bañadera, Newton en su jardín y Paul McCartney despertando de un sueño con la melodía de “Yesterday” lista.
En sociedades nórdicas surgió el término niksen, que es la respuesta a la sobreocupación y el acelere moderno. El niksen es el arte de tener tiempo libre. Consiste en dedicar tiempo y energía, de manera consciente, a no hacer nada. Para ellos una mente que no para no sirve de mucho porque se producen conocidos síndromes de burnout, trastornos de ansiedad y estrés.
«En sociedades nórdicas surgió el término niksen, que es la respuesta a la sobre ocupación y el acelere moderno. El niksen es el arte de tener tiempo libre. Consiste en dedicar tiempo y energía, de manera consciente, a no hacer nada. Para ellos una mente que no para no sirve de mucho porque se producen conocidos síndromes de burnout, trastornos de ansiedad y estrés…»
En china, el wu wei se refiere también a esto: significa el crecimiento sin esfuerzo. Tal como lo hacen las plantas, que no hacen esfuerzos para crecer sino que simplemente lo hacen, las ideas también crecen así: cuando no hacemos nada por tenerlas. Cuando caminamos sin rumbo, cuando miramos los colores de un árbol, cuando aflojamos las riendas de nuestra mente, cuando simplemente somos. Algo como el simple hecho de ser.
Creo que la respuesta está en el equilibrio. A todos nos pasa que nos sentimos culpables si no tenemos nada que hacer, y sin embargo nos hace ruido cuando nos sentimos demasiado ocupados. Ambos mundos deberían compensarse para poder coexistir entre sí. La pregunta es, ¿cómo cambiamos ese paradigma?
Por empezar, perdiéndole el miedo a decir “nada” cuando nos pregunten qué estamos haciendo durante un descanso. El lenguaje es cultura, y la forma en que hablamos sobre lo que nos pasa construye realidades, comportamientos, y lecturas propias y ajenas. Como dice Levitin, “reservar períodos para no hacer nada puede ser lo mejor que podemos hacer para inducir estados mentales que nutran nuestra imaginación y mejoren nuestra salud mental”.