Pistas prácticamente vacías, muchísima nieve, paisajes deslumbrantes y situaciones mágicas como comer en una roca viendo la luna salir/Nuestra cronista Azul Zorraquin está en el Cerro Catedral y nos cuenta cómo es vivir el privilegio de poder disfrutar de días de esquí – «cada día es una joya preciosa» – en términos de Coronavirus
Pistas vacías, una temporada de nieve increíble, sensación de libertad ¿qué más se puede pedir?
«La montaña para mí. ¿Cómo es la extraña pero fantástica experiencia de esquiar en el cerro Catedral este 2020?». Por Azul Zorraquin desde Villa Catedral, Bariloche (texto y fotos)
El Cerro Catedral abrió sus puertas blancuzcas a mediados de julio, solo para residentes. El premio por vivir acá, era poder disfrutar de sus pistas y sus vistas. Llegué acá sin pase, con la idea de ponerle pieles de foca a los esquíes y hacer largas travesías los fines de semana. Al principio fue así: la recompensa por la bajada, era ganártela. Era el precio que había que pagar por no vivir acá; estaba dispuesta a hacer el sacrificio pero viéndolo desde el punto de vista de la cuarentena porteña, el sacrificio significaba un lujo. Un sacrificio con cara lujosa.
«Un grupo de chefs estaban haciendo un asado en plena montaña. Fue surreal. Comimos unos sándwiches de lomito mirando el atardecer en los majestuosos Andes. La noche nos regaló una luna llena en Piscis, que se supone que nos revuelve las emociones, pero recibirla en las alturas fue solo vibración positiva y tuvo un sabor a libertad que hace mucho no experimentaba…»
Finalmente, en agosto, las boleterías se flexibilizaron y se abrió la venta de pases. Pasar un molinete y subir en una aerosilla fue directamente una suerte sin parangón.
Los días se convirtieron en joyas preciosas. Dar vueltas en un el colchón de nieve firme, que en esta temporada abunda, tomar una cerveza en una roca de Punta Nevada, y sentarme a contemplar el paisaje fueron mis hobbies en tiempo libre, desde entonces.
Una tarde, de casualidad, llegué a una piedra en el segundo lomo, donde un grupo de chefs estaban haciendo un asado en plena montaña. Fue surreal. Comimos unos sándwiches de lomito mirando el atardecer en los majestuosos Andes. La noche nos regaló una luna llena en Piscis, que se supone que nos revuelve las emociones, pero recibirla en las alturas fue solo vibración positiva y tuvo un sabor a libertad que hace mucho no experimentaba.
El encierro, la cuarentena y la paranoia del virus se esfumaban en esas nubes rojas y naranjas furiosas, y después se metamorfoseaban en una luna redonda y blanca que nos iluminaba. Después bajamos esquiando de noche, sobre las pistas recién pisadas y se sentía como raspar el corderoy.
Los días transcurren de manera similar pero no se vuelven monótonos. El día se pasa frente a un ventanal mirando la montaña los días laborales, y el resto, el ocio se traduce en flotar sobre cadenas montañosas y contemplar la naturaleza a través del lente de una antiparra.
«El encierro, la cuarentena y la paranoia del virus se esfumaban en esas nubes rojas y naranjas furiosas, y después se metamorfoseaban en una luna redonda y blanca que nos iluminaba. Después bajamos esquiando de noche, sobre las pistas recién pisadas y se sentía como raspar el corderoy…»
La montaña es para mí y para todos, pero este año tan particular, lamentablemente, se volvió para pocos. Esta semana abrió Nubes, la silla que te lleva a lo más alto. Así, de a sorbitos, la libertad se va convirtiendo en la cara de la nueva normalidad. Es un privilegio vivir en la montaña y poder bajarla, rasparla, adorarla.
Después, llega la hora de estirar las piernas y sentir como los músculos se ablandan. El esquí es un deporte noble y sanador. La recompensa, además del sabor a naturaleza que se impregna en el paladar, es un timbal de Mamuschka, un mate y una tostada con dulce de rosa mosqueta.
Galería:
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