Nacida entre los samurais de Japón, es una técnica que desdibuja los límites entre el dolor y el placer y que también puede ser convertida en un arte/Entrevista a Guido Ignatti: un artista que construye su obra en torno a ella
El público y los performers en una de las provocativas muestras de Guido Ignatti
El shibari en Argentina: una técnica al límite, entre el arte, el placer y lo prohibido. Por Melisa Boratyn. Fotos: gentileza de Soledad Allami, Barbara Sardi y Ainara Marino.
Hace unos meses atrás empecé a seguir las historias y posteos de Guido Ignatti y a fascinarme con sus últimos trabajos y experiencias donde incluye en su obra una técnica de la cual nada sabía, el shibari. A partir de entonces quedó en el fondo de mi cabeza la duda de como se amalgaman las fronteras de las artes visuales y esta técnica milenaria que nació como método de tortura y terminó entre las sábanas de algunos. Muchas veces los primeros acercamientos al trabajo de un artista pueden ser gracias a las redes sociales o al menos en este caso así fue, hasta que en un encuentro pude sacarme todas las dudas. Empezamos por el principio:
¿Guido, qué es el Shibari?
Es una técnica que se basa en atar y que viene de la práctica de un arte marcial llamado Hojōjutsu que era utilizado por los samurais y fuerzas de paz en Japón para atrapar a sus enemigos y que lograba inmovilizar de tal manera que si el otro quería moverse era estrangulado o se asfixiaba. Incluso por la forma de atado se podía saber que crimen había cometido dependiendo de los tipos de nudos que se implementaban, quien había sido el captor y de que escuela era. El shibari como lo conocemos hoy se mueve en otros terrenos y busca por el contrario dar placer. La técnica fue creciendo y transformándose, colándose en estratos de la vida íntima. Los japoneses tienen una larga tradición vinculada a la perversión, lo prohibido y como estetizar todo eso. En Japón se cree que desde los años 50 se usaba como práctica sexual, lo que les da una ventaja de varias décadas. Es una técnica que se cuela en todas partes, a mí me cambió la vida personal, sexual y mi obra ya que la energía que transmite es algo único que te lleva a querer hacer más.
«Es una técnica que se basa en atar y que viene de la práctica de un arte marcial llamado Hojōjutsu que era utilizado por los samurais y fuerzas de paz en Japón para atrapar a sus enemigos…»
Guido Ignatti: referente del shibari como arte en el país
¿Cómo llegaste a involucrarte?
Hice una investigación cuando trabajaba con una serie llamada «Sistema de recuperación ante la catástrofe» donde trabajaba con técnicas que no necesariamente provenían del bonsai, pero a las cuales recurrí para rectificar ramas de plantas para volver a erguirlas usando tensores de acero. Si bien nunca terminé atando a las plantas si descubrí al shibari. La otra gran fuente fue mi amiga «La negra» (Instagram: @lapombanegra) que es una referente en América Latina de la técnica de suspensión a través de piercings y las modificaciones corporales. Ella me presentó a un profesor español que me enseñó las bases si bien ya había empezado a experimentar sobre mi propio cuerpo por medio de tutoriales aunque muchas veces me lastimaban por no estar muy informado.
¿Cómo siguió tu camino de aprendizaje?
Si bien seguí un poco sólo con este profesor recibí las bases fuertes y después me dediqué a la práctica constante. Es fundamental aprender los parámetros de seguridad ya que todo lo que se vaya a hacer tiene que estar consensuado. Ya sea en una performance o práctica sexual hay que tener acuerdos que impliquen el cuidado propio y ajeno, entender cuales son los límites de cada uno y hasta donde se está dispuesto a ir.
Elegiste trabajar con acciones de performance para introducir al shibari en tu trabajo, ¿cómo es la reacción del público cuando te ve?
Cuando hago una acción la gente se queda consternada ya que empatiza y quiere entender que le está pasando a ese cuerpo suspendido con el que estoy trabajando, ya sea que piensen que está sufriendo o gozando, ambos extremos los atraen. Eso en general es una situación muy intensa y el año pasado finalmente lo entendí. Había en parte por la necesidad de estar cerca de esa energía y erotismo, algo que no siempre encontrás cuando trabajas de manera tradicional en el taller y luego mostrás tu obra en algún lado.
«Hacer sólo shibari no quiere decir necesariamente estar haciendo obra, hay que sumarle otras capas de lectura para poder asociar la situación de estar atando con un discurso y sentido…»
¿Esa sensación es la que te hace querer trabajar con personas y no objetos?
Hay muchos artistas que trabajan implementando el bondage o shibari en objetos, yo no puedo hacerlo. Necesito el cuerpo y la sensación del momento. Esta es una técnica que básicamente parte de la inmovilización, la simetría y la estética, entendiendo a la construcción del tejido como algo bello. Es por eso que algunos artistas resaltan ese aspecto en sus trabajos, pero yo entiendo al shibari como un medio que relaciono a lo vivo. Y si bien los shibaristas tradicionales la entienden como una forma de arte en sí misma si lo llevás al plano del arte contemporáneo hacer sólo shibari no quiere decir necesariamente estar haciendo obra, hay que sumarle otras capas de lectura para poder asociar la situación de estar atando con un discurso y sentido.
¿Y te pasó de tener momentos de tensión? ¿cómo se maneja?
Hice una muestra en La Plata que se llamó «Paisaje para dos» donde trabajaba con parejas constituidas, chico y chica y chico-chico generando coreografías, una especie de diálogo entre ellos en un mismo escenario donde me propuse hacerlos hablar. Entonces iba de un cuerpo al otro, generaba una figura, lo dejaba en tensión y así lograba un balance entre todos. Ellos se miraban, se perdían, giraban, yo los cambiaba de pose, hacía una danza. Pero la tensión, ir atando a cada cuerpo en relación a la respuesta del otro era algo muy complejo por que no podés descuidar a nadie.
¿Siempre trabajas con gente que ya haya pasado por la experiencia previamente?
No necesariamente. Este es un acto de entrega muy grande entonces lo primero que se tiene que dar es una gran afinidad entre ambos, el otro tiene que confiar que vas a poder hacer bien tu trabajo, ya que lo estás inmovilizando. Tiene que estar en un buen estado emocional, ya que es algo que híper-sensibiliza, uno se abre por completo al otro, la cabeza y el cuerpo se van a otros lados, por eso hay que crear lazos profundos. No busco experiencia a la hora de hacer una performace, pero si vínculo. De hecho he colgado a amigos e incluso a mi pareja en el contexto de una historia personal y son situaciones muy poderosas, momentos que trascienden.
¿Qué te genera trabajar con algo que al menos en nuestro contexto es aún muy emergente?
Aunque no seamos muchos se está empezando a detectar un pequeño auge, lo que hace que no seamos tan pocos, algo que tiene que ver con la libertades y apertura que se ha ganado en los últimos años. Si bien no es una práctica masiva si empieza a haber más aceptación frente a expresar y buscar otros intereses. En cuanto a mi trabajo artístico no quiero ser un referente ni caer en un lugar cliché para nada y no quiero abusar de este lenguaje, pero si hay una cierta responsabilidad en especial cuando uno está acompañando a otro, aprender y enseñar o guiar y no entenderlo como algo exclusivamente pasatista. Uno transmite los conocimientos que tiene asumiendo que algunos lo van a usar con un propósito y otros pocos lo van a sostener en el tiempo con constancia.
¿Qué pasa si alguien va a tu taller y no quiere aprender pero si ser atado?
Existen distintos roles pero estar de los dos lados es importante no sólo para que alguien sepa lo que le vas a hacer sino lo que te va pasar, lo que siente ese otro cuerpo con el que estás trabajando, así que intentamos abordar ambas experiencias. Hay gente que tiene el rol de dominación o sumisión muy marcado y otros que no, pero en una práctica colectiva donde estamos muy unidos.