Es el creador de Rey de Copas, un bar emblemático de Palermo que no para de reinventarse/El arte (que lleva en su propio adn) en cada rincón del local/¿En qué se combinan el Tarot, los viajes a Asia, el arte religioso y la coctelería de calidad?/Además: su participación en casa FOA
En 2012 que Páez Vilaró abrió Rey de Copas, uno de los bares más interesantes de la ciudad
Sebastián Páez Vilaró: «siempre pensé que iba a tener un bar». Por Camila Barreiro. Fotos: Julia Gutiérrez.
“Siempre pensé que iba a tener un bar”, empieza Sebastián Páez Vilaró, sentado en una de las mesas más grandes de Rey de Copas (de esas que tienen almohadones asiáticos y una mesita redonda en medio), mientras se pide una golden. “En algún momento empecé a guardar o comprar cosas con la idea de que formen parte de un bar, y terminó pasando muchos años después, aunque todavía lo seguimos armando y transformando”, cuenta sobre el lugar mágico que montó en Gorriti 5176, donde el arte se amalgama con los cócteles de una manera tan armoniosa y simple que parece coreografiada.
Si bien Rey de Copas abrió en 2012, el espacio es tan ecléctico que se reconstruye y resignifica a cada momento. Ahora, por ejemplo, cuenta con un amplio patio cervecero que busca acompañar la movida artesanal que pisa fuerte en Buenos Aires. Cada espacio de la vieja casona palermitana cuenta una historia y cada pieza de arte propone un viaje a otra parte del mundo, hacia historias que nos interpelan -aún- sin proponérselo. “Todo lo que hay acá, me lleva a algún lugar. Está hasta el baúl de juguetes de mis hermanos”, menciona mientras señala uno de los rincones.
“Siempre pensé que iba a tener un bar”, empieza Sebastián Páez Vilaró, sentado en una de las mesas más grandes de Rey de Copas (de esas que tienen almohadones asiáticos y una mesita redonda en medio), mientras se pide una golden. “En algún momento empecé a guardar o comprar cosas con la idea de que formen parte de un bar, y terminó pasando muchos años después…»
Con siete años en Palermo Soho, el bar tuvo que ganarse su lugar para competir con las diversas propuestas gastronómicas de la zona. Sin embargo, no fue necesario mucho, Rey de Copas es distinto a todo: da la sensación de salir a un hogar (o muchos a la vez). “Es un poco lo que fue la casa de mis padres siempre. Recreé o traje un montón de cosas y, de tanto venir acá, terminó siendo mi casa. Tiene un pedacito de toda mi vida”, admite Sebastián.
Incluso el nombre tiene que ver con su vida, con su historia, con su padre, Carlos, el legendario artista uruguayo. “Mi viejo tenía un lugar en Uruguay, en los 70’ que se llamaba así. Cuando abrí el bar leía mucho de Tarot, y el Rey tiene que ver con compartir líquidos y sentimientos, me pareció copado -cuenta, y, entre risas recuerda- después me enteré de algo de Independiente. Yo odio el fútbol, me quería matar”.
Con sus espacios coronados por diferentes obras de arte y estilos, Rey de Copas se consolidó como una especie de galería de arte disruptiva. Sebastián no va a museos porque cree que las personas están ahí para “figurar más que para darse un minuto frente a algo y ver qué les produce”. Entonces, en el camino de desaprender estas cosas, diseñó un lugar donde los comensales se encuentren con los objetos ¿o los objetos con los comensales?. “Me parece que me llevo mejor con los objetos que con los seres vivos, y todas las obras que hay acá comparten algo conmigo y mi familia”, reconoce mientras redescubre los espacios de su propio bar (¿hogar?).
«Incluso el nombre tiene que ver con su vida, con su historia, con su padre, Carlos, el legendario artista uruguayo. “Mi viejo tenía un lugar en Uruguay, en los 70’ que se llamaba así. Cuando abrí el bar leía mucho de Tarot, y el Rey tiene que ver con compartir líquidos y sentimientos, me pareció copado le cuenta a MALEVA…»
“La idea es que la gente se haga preguntas, para adentro o a donde quiera sobre las obras”, dice al tiempo que recuerda una visita en la que le cuestionaron el enorme mural hecho por él que corona la barra del bartender. Es que, además de su enorme colección, el espacio cuenta con algunas de sus propias creaciones. “El arte me sale fácil. Armé las barras y las banquetas de acá, pero hace diez años que no hago obras para exponer”, manifiesta Páez Vilaró, que fue invitado a participar de la nueva edición de Casa FOA y planea llevar el vitró que está realizando para completar la terraza que en septiembre estrenará un cactario.
“La mayoría de mis murales surgen a partir de círculos, siempre usé manchas para dibujar. Veo una mancha de humedad, veo qué encuentro y empiezo a descubrir cosas. Incluso, cuando estás mucho tiempo dibujando terminás comiendo sobre la superficie y vos mismo generás manchas con las tazas de café. Por ahí, no prestas atención y cuando lo ves, lo resignificás. Siempre trato de ser libre y de encontrar cosas, creo que eso es el arte: que cada uno dé su forma y que la obra te lleve a un lugar para meditar”, observa quien -de chico- se quedaba horas mirando el cielo junto a su psicóloga para encontrar “cosas” en las nubes.
“El arte me sale fácil. Armé las barras y las banquetas de acá, pero hace diez años que no hago obras para exponer”, manifiesta Páez Vilaró, que fue invitado a participar de la nueva edición de Casa FOA y planea llevar el vitró que está realizando para completar la terraza que en septiembre estrenará un cactario…»
Tragos, comida, personas yendo y viniendo, y -en entre todo eso- increíbles obras de arte de todo el mundo. La energía cambia y, el interés por el alrededor, también. Cualquiera llenaría el espacio de vallas, carteles o recomendaciones sobre las fotos, Sebastián, sin embargo, decidió confiar y en estos casi ocho años, jamás tuvo problemas con sus tesoros -que en su mayoría tienen que ver con lo sacro-.
“El arte religioso siempre me gustó. Me mueve lo que tiene algo mágico o ritual. De personas que no pensaban en hacer plata de sus obras. Se nota cuando es arte para vivir, porque te nace. A veces también lo podes notar en un objeto. Con mis colecciones me dejaba interpelar por las sensaciones que me provocaban. Viajaba mucho a Asia y si me interesaba algo, lo conseguía. Aunque siempre iba de mochilero y era muy difícil mover cosas grandes”, manifiesta sobre su elección.
Sebastián afirma que, así como los niños que se crían con padres políglotas suelen hablar más de un idioma desde pequeños, él aprendió el arte desde que empezó a vivir. Así es como a las 11 años dio rienda suelta a sus deseos de coleccionar y comenzó con los soldaditos de plomo. “Me gusta cuidar las cosas y pensar qué provocó que un loco hace más de cien años se sentara a hacer una máscara (señala una de las que cuelga junto a la primera mesa del salón principal). Tener un lugar donde mostrarlo y que a otro le llame la atención”, resalta sobre la función (finalidad) de la empresa en que se embarcó.
Por todo ese valor que vuelve único, irrepetible y fantástico a Rey de Copas, es que fue propuesto para ser declarado bar de Interés Cultural por la Legislatura porteña. Con todo, admite que fue difícil llevar adelante un emprendimiento de esta envergadura siendo artista, y que tuvo que torcer su propia naturaleza para amoldarse (aunque sea un poco) al rubro: “siempre le tuve fe, y por algo medio mágico lo mantuvimos”.
Sobre la propuesta gastronómica, Sebastián va por lo clásico y recomienda el Negroni, su favorito. Por las salas del bar pasaron muchos bartenders y cocineros, que dejaron su experiencia y un armado de carta que sigue mejorando día a día. “Hay muchas cosas ahora que no entiendo, pero en el futuro entenderé para qué fue esta enseñanza”, sueña sobre sus años de trabajo quien -como el rey de copas del Tarot- trata de mixturar su emocionante mundo interior con la voluntad para atravesar los obstáculos que le propone la vida.
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