Pinamar: lugares, situaciones y secretos que descubrí a lo largo de una vida

Un Pinamar maravilloso que pocos conocen/En esta nota el director de MALEVA – veraneante del balneario desde su infancia -, revela cuáles son las coordenadas y los pequeños rituales sensoriales (muchos escondidos) que no hay que perderse/Además: top 9 de restaurantes, bares y paradores imperdibles ¡Con novedades!

En los médanos del norte: el mejor atardecer de Pinamar (en la foto, Cristian, un buen amigo del autor de la nota)

 

Pinamar: lugares, situaciones y secretos que descubrí a lo largo de una vida

Mis padres construyeron a mediados de los ochenta una casa arriba de un médano y a media cuadra de la playa, al norte de Pinamar. La diseñó un arquitecto alemán que se llamaba Rolf Meier y para entender el paisaje sobre el que iba a crear, acampó en el terreno durante unos días, rodeado de pinos jóvenes que en ese entonces no medían más de dos metros y a merced del viento y – según tomó nota en ese entonces -, de los mosquitos que después rara vez volvieron a aparecer. Al frente hay un enorme pino amarillo al que tumbó una sudestada, y cuyo tronco se dobló por las fuertes ráfagas, pero sus raíces siguieron agarradas con fuerza a la arena y desde entonces siguió creciendo torcido con un curioso ímpetu.

En esa casa pasé completos los veranos de la infancia. Llegábamos después de la navidad (que nunca celebramos allí) y me volvía al filo del día de inicio de las clases en el colegio, el último día de febrero. Eran meses de caminar descalzo. De clases de equitación en el club hípico donde la directora, una elegante amazona de pelo blanco y ojos claros, Tatiana, nos enseñaba a abrazar – e incluso darle besos sobre el cuello peludo y transpirado – a los animales después de un galope. De exploraciones solitarias durante horas por los senderos del bosque que aún se mantenía intacto. De zambullirme en el mar todos los días y ver cómo mis padres y mis hermanos y sus amigos se animaban a nadar hasta «el banco», a cincuenta metros de la costa, donde rompe la primera ola y el agua es transparente.

«En esa casa pasé completos los veranos de la infancia. Llegábamos después de la navidad (que nunca celebramos allí) y me volvía al filo del día de inicio de las clases en el colegio, el último día de febrero. Eran meses de caminar descalzo, de clases de equitación, de exploraciones solitarias en el bosque que aún se mantenía intacto…»

Luego vinieron las idas en grupo con amigos, el samba del centro, un jeep de 1950 que mi padre pintaba cada verano de un color distinto y en el que aprendí a manejar, los boliches, los (torpes) descensos en sandboard por las dunas agrestes junto a un amigo entrañable de mi familia, el capitán de ultramar Fidel Masaglia, siempre con una pipa entre los labios, quien también tenía una casa en el barrio del golf, y quien no le tenía vértigo a la tabla ni aún siendo ya un hombre de edad.

A Pinamar sigo yendo y a lo largo de treinta años descubrí lugares y situaciones, sencillas y algunas secretas, que son pequeños rituales de felicidad y se las quiero revelar en esta nota.

Pinamar Norte desde un dron

1) Para mí ya es un reflejo: cuando lleguen en auto, después de la rotonda y cuando la pampa verde y los bañados se convierten de golpe en un bosque, bajen la ventanilla, aunque haga frío, y respiren hondo. Pinamar, y no puedo decir lo mismo de ninguna otra ciudad que conozca, tiene perfume en el aire. A savia de pino, a eucaliptus y a brisa salada.

2) Sáquense las zapatillas, y también las ojotas y las alpargatas, y anden descalzos. Pocas calles, por suerte, están pavimentadas. La mayoría son caminos ondulados, no de tierra, sino de arena. No hay sensación más liberadora que el momento en que la planta del pie, la piel seca y desnuda, se posa sobre la arena tibia, y ella y el césped se vuelven su caricia de todos los días.

3) Pinamar, como toda la costa al sur del faro de Punta Médanos, mira al sudeste y por eso el sol no se oculta sobre el mar sino a nuestras espaldas, entre las copas de los árboles. Pero eso no quiere decir que no se puedan ver atardeceres gloriosos. El más espectacular, poético y fotografiable, es el del sol naranja y formidable, despidiéndose tranquilo tras los médanos vivos que hay junto al misterioso pinar de Montecarlo. Más allá del Más Allá, que es el parador más al norte. En ese desierto, un pequeño espejo de África, las dunas son colosales. Colinas con laderas blancas. Es una puesta del sol que, les aconsejo, vale la pena celebrar con un brindis de vino en copa.

Una reflexión: ojalá se den cuenta en Pinamar, que si este sector de dunas – un paraíso – fuera protegido con una filosofía sustentable y ecológica en vez de continuar entregándoselo de hecho a la prepotencia vulgar de las motos – subiría mil puntos como destino de nivel.

«Pinamar, como toda la costa al sur del faro de Punta Médanos, mira al sudeste y por eso el sol no se oculta sobre el mar sino a nuestras espaldas, entre las copas de los árboles. Pero eso no quiere decir que no se puedan ver atardeceres gloriosos. El más espectacular, poético y fotografiable, es el del sol naranja y formidable, despidiéndose tranquilo tras los médanos vivos que hay junto al misterioso pinar de Montecarlo…»

4) A dos cuadras del balneario CR, sobre la calle Libertador y escondida tras arbustos en lo alto del terreno, se halla la que fue la casa de veraneo del arquitecto argentino más legendario: Clorindo Testa. En su propio honor, la bautizó «CapoTesta». Aún hoy, a cincuenta años de su construcción, sigue siendo la más moderna y escandalosa de las casas pinamarenses. De hecho, los veraneantes que no conocen su historia suelen comentar despectivos: ¿y qué esa cosa celeste con los tanques de agua en el techo pintados de colores? Se los respondo: es una obra de arte. Testa, y esto se lo contó a MALEVA en una de las últimas entrevistas que dio en su vida, la diseñó de modo tal que él no perdiera nunca la vista al mar desde el sillón del living, porque – antes que en la playa o en el jardín – su placer era pasar los días de verano sentado mirando el mar.

Boceto explicativo de la costa de Pinamar que le hizo a MALEVA el genio de Clorindo Testa 

5) Pinamar tiene algo único, que en general no se destaca, y es sin embargo uno de sus aspectos más llamativos y geniales: está construida sobre médanos. El arquitecto Jorge Bunge, fundador de Pinamar, decidió no aplanarlos como en otras ciudades costeras argentinas o uruguayas. Sino que las calles se desplegaran sobre las pendientes naturales. Lo que es agradable a ojo de porteño, acostumbrado a la monotonía horizontal. Pero además asegura algunas panorámicas que son una alegría. La más fabulosa, porque el horizonte azul del mar aparece por sorpresa en una línea en la que se une al cielo, está en la calle Martín Pescador, que es una calle asfaltada que trepa sobre uno de los médanos más altos. Es cerca del centro y se puede ir también a pie.

6) Enrique Shaw es una de las calles principales de la ciudad, pero Enrique Shaw Golf es una calle de unas pocas cuadras que no tiene ninguna importancia, aunque es una joyita oculta para caminarla. Desde la rotonda sobre Shaw hasta Libertador. A su costado hay casas magníficas de distintos estilos – desde alpino hasta mexicano – y con jardines llenos de flores que cuelgan sobre la cancha de Golf. El camino sube en cada curva y es, en su totalidad, un túnel de añosos árboles.

7) La playa de pinamar parece, a primera vista, o para los nuevos visitantes, una línea uniforme repleta de balnearios y de carpas. Sin embargo, no es del todo así. Es una playa con distintos paisajes y personalidades. Esa primera impresión es válida hasta el balneario Mama Concert´s, pero más al norte, en la zona conocida como la Frontera, además de que aparecen playas anchas y casi vacías aún en plena temporada, la costa adquiere una incipiente forma de bahía donde se forman las mejores olas para practicar surf. Además, la primera línea de médanos, ahora que hay algo más de control sobre los cuatriciclos, es un buen lugar para protegerse en los días de viento y disfrutar en calma con una vista maravillosa.

8) Desde hace dos años, pero va a ser una novedad para aplaudir durante mucho tiempo más, los balnearios y paradores de Pinamar, decenas junto a la avenida del mar, son todos nuevos. Las construcciones antiguas, de las cuales la mitad mínimo eran armatostes sórdidos de cemento que se comían la playa, fueron demolidos y en su lugar se construyeron muy cancheras estructuras de madera, eco-sustentables, con mobiliario moderno y decks perfectos para contemplar el mar. Lo que sucedió me sigue provocando una placentera incredulidad: ahora cada parador pinamarense es un lugar con estilo, y de tan lindos que son, cuesta elegir a cuál ir para comer o tomar algo.

 

Por último, después de este repertorio personal de datos – muchos pequeños placeres sensoriales – para que disfruten, voy al grano con algunas sugerencias híper específicas.

Fritata marina en Demuru 

1) Vayan al mediodía a comer la sabrosa fritata marina (pescado, rabas, camarones, papas, bueñuelos de espinaca, y varias salsas) de Demuru. El restaurante del chef Pedro Demuru en Rada Beach. Esperen hasta que les den una mesa en la terraza. Una vista grandiosa, un restaurante con onda, muy aceptable atención.

2) Si no quieren gastar mucho, y quieren comer o brindar en un parador con ambiente, vayan a Marbella. El dato: pídanse a la tarde un trago en sus reposeras que miran al oeste. Y disfruten sin viento ¡Y broncéandose! de la puesta del sol. Las rabas (frescas y contundentes), las ensaladas y los sándwiches están muy bien.

3) El parador/refugio de cerveza Patagonia está bueno en serio. Es una cervecería playera con cerveza tirada, platos cerveceros (desde hamburguesas gourmet hasta papas con panceta), mesas comunitarias, juegos como jengas gigantes, puffs sobre la arena, y mucho rock nacional. Después de las seis se pone fuerte y si el día está lindo, explota.

Jenga gigante en el «refugio» playero de Cerveza Patagonia

4) Es osado afirmar esto, pero no importa: la mejor pizza al estilo Italia – finita, crocante, con los bordes quemados, con masa sabrosa – la probé en Pinamar. En la pizzería Palote. Está muy bien rankeada en Trip Advisor y se lo merece. Es la única que probé en Argentina (incluyendo a las pizzerías top tipo italianas de Palermo) que si cerrara los ojos, siento que estoy en una pizzería de Roma. Un sabor muy similar.

5) Para tomar un buen cocktail (algo no tan obvio en Pinamar), el bar Negroni abrió por primera vez una sucursal pinamarense. Frente al mar, entre Bunge y el muelle. Glam playero.

6) Cero glam, pero pastas (ñoquis rellenos de antología) y minutas excelentes y gigantes. Es un clásico abierto todo el año. En el barrio obrero. La Sociedad Italiana. Hagan la cola, no sean impacientes, y coman hasta morir en un bodegón ruidoso pero con mozos amables y experimentados, decorado igual desde que tengo memoria, con fotos de ciudades italianas.

7) Nelson, Bunge cerca del mar, es un bar con onda surfera – rústica, donde te hacen sentir bienvenido con sonrisas, buena música, lindo ambiente y platos aceptables. Pídanse una jarra de gin tonic con limón, y pásenla bien al ritmo del reggae.

8) ¿Y muy buena cocina de mar dónde? En la Gamba. Un restaurante más exclusivo, pero ideal tanto para ir en pareja o en familia. Todo lo que venga del mar lo preparan (muy) bien. Recomiendo el mix de pescados, la paella y los risottos.

9) Para un día de playa más «chill» y a la vez sofisticado, son muy bellos los dos paradores nuevos del norte: Botabara y Kota. Playas gigantes, espíritu náutico, camastros para pasar el día.

Sobre el autor: Santiago Eneas Casanello es director y co-fundador de MALEVA 

Las fotos son gentileza de Pinamar Turismo, Pinamar S.A, Unplash y de MALEVA