Poner pie en Varanasi produce múltiples consecuencias. Pero, a diferencia de las experiencias que nos ofrece occidente, en donde hay mucho consumo y bastante de historia, Varanasi te propone el despertar de tus sentidos. Hasta podría decirse que se trata de un trance, un trance provocado por los colores, por los sabores, pero, muy especialmente, por los olores.
También conocida como Benarés, Varanasi está situada sobre las orillas del río Ganges, en el estado indio de Uttar Pradesh. Es una de las ciudades más antiguas del mundo (más de 4000 años) y sigue siendo un centro espiritual y religioso importantísimo para el hinduismo, el jainismo y el budismo.
«Varanasi te propone el despertar de tus sentidos. Hasta podría decirse que se trata de un trance, un trance provocado por los colores, por los sabores, pero, muy especialmente, por los olores. También conocida como Benarés, Varanasi está situada sobre las orillas del río Ganges, en el estado indio de Uttar Pradesh. Es una de las ciudades más antiguas del mundo (más de 4000 años)»
Conocer estos datos es sólo el puntapié inicial de este viaje de sentidos. Además, por supuesto, está el espíritu aventurero; con las distancias de hoy, la India está más cerca, pero sigue siendo un destino bien exótico.
Lo primero, acto seguido de haber dejado los bolsos en el hotel, era llegar a uno de los Ghats (muelles) sobre el río, para presenciar el ritual diario en donde se ofrecen fuego (luz) y flores a los dioses cuyo propósito es la gratitud. Rápidamente uno queda inmerso en un crisol de colores y olores, pudiendo observar gente de distintos lugares de la India, turistas, personas con atuendos religiosos. Todo eso, sumergido en nubes de inciensos y sándalo. El ambiente es realmente mágico; la ceremonia está acompañada de un constante sonido de campanas, y, más allá de la inclinación religiosa de cada uno, estás ahí, sentado, al lado de mucha gente movilizada espiritualmente.
«La comida es extremadamente especiada. Si Varanasi te toca hacia finales del viaje (recomendación de Maleva), te ves tentado de meterte en pequeños restaurantes a la vera del camino, sin mucha limpieza pero con mucho sabor. Se come en ambientes generalmente muy simples. Como la mayoría de la población es vegetariana, los potajes y lentejas acompañados de arroz (de nuevo, todo muy especiado, y también picante) son magníficos.»
También tenés, en ese momento, la posibilidad de conectarte con la gente. Hay personajes súper amables, pero al mismo tiempo la gente es tranquila; dicho de otro modo, cada uno en la suya. Claro, eso siempre que estés lejos de los mercados. Ahí toda iniciativa, hasta las invasivas, son válidas con tal de concretar una venta.
La comida es extremadamente especiada, y, diría también, maravillosa (como en toda la India). Si Varanasi te toca hacia finales del viaje (recomendación de Maleva), te ves tentado de meterte en pequeños restaurantes a la vera del camino, sin mucha limpieza pero con mucho sabor. Se come en ambientes generalmente muy simples. Mesas y sillitas, a veces compartidas. Como la mayoría de la población es vegetariana, los potajes y lentejas acompañados de arroz (de nuevo, todo muy especiado, y también picante) son magníficos. Hay también una especie de buñuelos fritos, y unos panes “nan”, realmente deliciosos. Diría que lo más rico se encuentra al final de la comida: con los “nan” empujás lo que queda del guiso y limpiás el plato. Pero nada termina hasta que te traen un “chai” (te especiado negro con leche), que te lo tomás casi como digestivo, junto con granos de anís que tienen un gran efecto para refrescar la boca (y el espíritu). Y así, junto a los aromas circundantes, todo se transforma en una nueva e increíble experiencia.
«Podés ser testigo de la gente que realiza sus cotidianos baños rituales. Hay de todas las edades, están quienes se mojan los pies, los que se sumergen por completo, y los que nadan, sin importar la temperatura fresca del alba, o los variados fluidos que alimentan estas aguas. Todo por purificar el alma…»
Los contrastes son fuertes. Porque en el mismo lugar en donde vivís 4 mil años de historia, también caminás entre la basura y las cloacas. Entre callecitas un tanto rotas, y caños de desagüe. Y nuevamente: los olores. En esos instantes, pasa también algo medio loco, casi surrealista. Porque mirás para el costado, y terminás estando solo, envuelto por algún edificio rodeado de escombros, con vacas flacas (pero sagradas, por supuesto) que se alimentan de la basura, y ratas muertas en el piso. Sí, en algunas esquinas de Varanasi, hasta las ratas se mueren solas.
Y el Ganges. Siempre está el Ganges. Los amaneceres ofrecen una vista sin igual de la ciudad, exaltando los colores que adornan las orillas del río, sino porque también podés ser testigo de la gente que realiza sus cotidianos baños rituales. Hay de todas las edades, están quienes se mojan los pies, los que se sumergen por completo, y los que nadan, sin importar la temperatura fresca del alba, o los variados fluidos que alimentan estas aguas. Todo por purificar el alma, en el río que baja desde los cielos del Himalaya, en el río en donde habita la diosa Ganga. Afortunados son quienes habitan las orillas del Ganges. (No vi ningún turista tomando un baño… hacía frío, y, honestamente, la contaminación intimida).
Claro que también hay variadas alternativas de yoga y de meditación para todos los niveles, y momentos musicales autóctonos escondidos en oscuros rincones de la ciudad. Pero, después de tanto viaje, de tanto trance, inclusive de haber sido testigo de ceremonias fúnebres y piras a la vera del río, nada mejor que un gustito occidental con una buena pizza y una librería. Todo para apaciguar una verdadera revolución sensorial.