“¿Te molesta si dibujo mientras charlamos?”. Así arrancó la primera entrega de la entrevista que MALEVA le realizó a uno de los artistas argentinos más consagrados: el chaqueño Milo Lockett. Fue en su nuevo espacio de arte en Palermo, entre whiskys. Milo, expansivo, amistoso, no se calla nada. Así siguió el entretien:
¿Te gusta dar entrevistas? Sos una persona muy solicitada.
Sí, cuando alguien se interesa por mi vida o cómo trabajo me da mucha alegría. Soy muy agradecido.
Pero la historia de las fábricas de remeras la contaste mil veces.
¡Millones! Pero es mi historia, lo que me trajo hasta acá. No reniego de nada. Hice trabajos que muchos no harían: fui basurero, vendedor de ajo, cocacolero en la cancha. Arranqué a los diez años, hasta los 20 hice de todo. Todo lo que es trabajo me da mucho orgullo. La carrera de un artista no empieza ni termina en ninguna universidad o escuela de arte. Y si revisamos la historia del arte, la mayoría fueron autodidactas o los expulsaron. Así y todo, defiendo las escuelas de arte. Si queremos vivir en una sociedad más equilibrada, la educación es fundamental.
«Gran parte de la fortuna que gané la gasté en bares. Disfruto mucho de mi trabajo. No necesito estar al pedo. A lo mejor trabajé 15 horas y después me como un asado, me tomo un whisky, y estoy feliz. Soy un tipo sencillo, no necesito nada sofisticado. Viajé a Barcelona con mi hija y lo primero que hice fue ir a comer jamón crudo con una cerveza tirada genial.»
¿Cómo eran esas primeras venidas a Buenos Aires?
Paré mucho en el hotel para artistas del Centro Cultural Recoleta y en el Hotel Argentino, en Avenida de Mayo, frente al Tortoni. El día que más fresca tuve la idea de mi llegada a Buenos Aires fue cuando hice mi primera muestra en el Hilton, me ofrecieron dos noches en el hotel. No las tomé. No las necesitaba, ya tenía mi departamento acá. Ese día fue fuerte, estar en el Hilton. Pensaba en ese primer hotel que me recibía, lleno de peruanos, bolivianos. Siempre me acuerdo con cariño de esas cosas. No reniego de lo que viví. La vida me golpeó y me sigue golpeando. Siempre lo capitalicé. Transformé la desgracia en oportunidad, siempre me reí de la desgracia. Los recuerdos son todo en la vida de una persona, porque un hombre está construido de anécdotas.
Hace poco dijiste: “En esa época entendí que estaba la oportunidad”.
Total. La agarré ahí. La oportunidad siempre está. Ahí está mi oportunidad, a un metro y medio (señala a su marchand y se ríe. “¿Ya te cacé con esa? Dije que sos mi marchand, tenés que comprar 50 pinturas, mínimo”, le dice). Uno tiene mucho miedo siempre, y es bueno sentirlo, es bueno saltar al vacío, que te pasen cosas y no estar reparado. Cuando las cosas son muy fáciles no me gusta. Nunca.
¿Qué hacés para relajarte?
Para relajarme voy al bar. Soy un tipo de bar, gran parte de la fortuna que gané la gasté en bares. Disfruto mucho de mi trabajo. No necesito estar al pedo. A lo mejor trabajé 15 horas y después me como un asado, me tomo un whisky, y estoy feliz. Soy un tipo sencillo, no necesito nada sofisticado. Viajé a Barcelona con mi hija y lo primero que hice fue ir a comer jamón crudo con una cerveza tirada genial. Ya está, llegué a Barcelona, y me quedé como seis horas sentado ahí contemplando a la gente circular. Me encanta lo cotidiano, me meto en el under, en el margen.
«Todo lo que es trabajo me da mucho orgullo. La carrera de un artista no empieza ni termina en ninguna universidad o escuela de arte. Y si revisamos la historia del arte, la mayoría fueron autodidactas o los expulsaron.»
¿Tenés bares favoritos?
Moca Buenos Aires; Prado y Neptuno, en Posadas y Ayacucho, un bar para fumar habanos; Il Ballo del Mattone, para comer la mejor burrata; Cucina Paradiso, de mi amigo Donato; la Panadería de Pablo Massey; Olaya, porque me gusta mucho la comida fusión peruano-japonesa, y Osaka. De pastas, me gusta mucho Marcelo, la mejor pasta de Buenos Aires.
Hay personas que te dicen: “Milo, mi hijo pinta mejor que vos”.
Me da mucha gracia, mucha ternura. Me lo dicen porque tengo una imagen muy pregnante en los más chicos. Se sienten identificados porque mi pintura se acerca al dibujo infantil, es despreocupada, desprejuiciada de ser una obra de arte. Y al haber tanta discusión sobre eso, la convierte en arte, porque hay un cuestionamiento. A mí no me importa. Se puede caer el mundo, no me importa. No vivo del comentario. Acepto todas las críticas, las buenas y las malas, pero no dialogo con eso porque no es mi métier. Yo soy pintor, soy artista. Me da mucha alegría cuando me dicen: “Mi hijo pinta mejor que usted”. Me parece genial. Tiene que ver con el amor de un padre a un hijo. Es un halago. Es muy difícil tener la sensibilidad de un niño, más cuando sos un hombre curtido.
¿Qué proyectos tenés?
Estoy muy comprometido con el hospital Garrahan, que es mi proyecto en Chaco. Con Los Girasoles estoy hace muchos años, una escuela que trabaja con chicos discapacitados. Me conmueve poder ayudar. Aprendí mucho de esas escuelas que hacen un trabajo en la sombra, con un cuerpo docente muy sólido.
«Me critican mucho porque soy distinto. Soy muy honesto. Este es mi trabajo y me gané un lugar trabajando. Hay cosas más lindas para hablar que si me tienen celos. Me lo preguntan pero prefiero hablar de cosas positivas.»
¿Te gustaría enseñar?
Estoy en eso. Acá va a ser la Escuela Milo Lockett. Quiero armar una escuela que tenga que ver más con el esparcimiento y la creatividad que con la enseñanza. Nada académico. Esta es una escuela donde te damos todo para que hagas nada. Qué slogan, eh (se ríe). Con todas las comodidades. Va a ser para el que pague.
¿Te critican porque vendés mucho?
Me critican mucho porque soy distinto. Soy muy honesto. Este es mi trabajo y me gané un lugar trabajando. Hay cosas más lindas para hablar que si me tienen celos. Me lo preguntan pero prefiero hablar de cosas positivas. Este año tengo ganas de estar más tranquilo, de no viajar tanto. El año pasado hice Lugano, Roma y Barcelona y en 2015 quiero hacer Berlín, Ginebra, Lugano y Barcelona. También estuve en Estados Unidos dos veces, en Nueva York y en Miami, y en Corea y San Pablo, representando a la Argentina en una bienal de pintura. Después recorro mucho el país. Tengo ganas de trabajar acá, no moverme tanto, no porque esté cansado, sino para bajar un montón de ideas, darles forma.
«La vida me golpeó y me sigue golpeando. Siempre lo capitalicé. Transformé la desgracia en oportunidad, siempre me reí de la desgracia. Los recuerdos son todo en la vida de una persona, porque un hombre está construido de anécdotas.»
Tenés todo el brazo tatuado.
Sí, me tatué en otra época. Estaba fascinado con los tatuajes, cuando era más chico. Mi mamá me decía que no iba a poder trabajar en un banco. Cómo cambió la Argentina, ¿no? Yo quería robar un banco.