A lo largo de estos años, el vino fue mi puerta de entrada al mundo. Gracias al vino, viajé, conseguí mi primer trabajo, me independicé, hice amigos para toda la vida, me enamoré y lloré. Pero algo muy importante que me dio esta elección de vida fue la posibilidad de conocer gente de distintas naciones, culturas, costumbres, etc. Viví y trabaje con gente de Afganistán, India, Polonia, Francia, Inglaterra, España, Australia, México, Venezuela, y la lista sigue, y aprendí en todas esas latitudes cómo la gente se relaciona con el vino. Y también como se relacionan los distintos sexos, y siendo más precisa: también aprendí que cierto machismo todavía persiste en los hombres respecto al vino. Y nuestro país no es la excepción.
Cuando vivía en la Isla Mauricio, África, las mujeres tenían prohibido meterse al mar, usar bikini y por supuesto beber vino. El vino era algo masculino, una cosa de hombres al 100%.
En Londres, en cambio, las mujeres elegían el vino al igual que los hombres en todos lados.
No había grandes prejuicios, pero eso sí, el sexo masculino más allá de quien eligiese el vino, era el que que lo servía y por lo general, pagaba la cuenta.
En España, especialmente en Cataluña, se aplicaba el «50/50», cada uno podía pedir su vino, su copa, daba lo mismo.
La cuenta, por lo general, dividida a medias, y por ejemplo, yo he cargado a punto hasta cuatro cajas de vinos subiendo las escalinatas del estadio del Barça (Camp Nou) con 8 hombres al lado y ninguno, pero ninguno, ofreció ayudarme.
¿Y qué pasa por estos pagos?
Como Sommelier, dentro del restaurant soy un ser omnipresente en las mesas.
A medida que pasa el tiempo me voy dando cuenta cómo son los clientes apenas pasan la puerta. Qué vino les gusta, si saben o no de vinos, si están abiertos a recibir recomendaciones, si vienen en plan de pareja, primera cita, cena de negocios. Así como para entender y poder apreciar al vino se necesita tener los sentidos afilados y entrenados, con las personas sucede lo mismo.
«Cuando vivía en la Isla Mauricio, África. Las mujeres tenían prohibido meterse al mar, usar bikini y por supuesto beber vino. El vino era algo masculino, una cosa de hombres al 100%. En Londres, en cambio, las mujeres elegían el vino al igual que los hombres en todos lados. No había grandes prejuicios, pero eso sí, el sexo masculino más allá de quien eligiese el vino, era el que que lo servía y por lo general, pagaba la cuenta.»
Según el protocolo de servicio de vinos, el vino se le presenta a la persona que lo ordenó, pero luego siempre, más allá del género, se pregunta quién lo va a degustar. Pregunta que en infinidad de casos, perturba al cliente.
La típica es: llega una pareja, super romántico todo, divino. Me presento, «buenas noches, mi nombre es Agustina, soy la Sommelier”. Les voy a contar acerca del concepto del restaurant ya que trabajamos con un menú degustación por pasos… De los 12 platos solamente hay 2 con car…», y ahí, sin dejarme terminar me dicen «dámela!», a la carta, o peor aún, me la arrebatan de las manos.
OK. Señal perfecta para darme cuenta que no les interesan ni mis consejos ni mis sugerencias, y por allá de fondo, se oye a ese señor diciendo, » mmm este lo conozco y no me gusta, este también pero es muy suavecito, uhhh este vino lo tome con los chicos en el ultimo asado pero para vos gordi es muy fuerte…» y finalmente siempre viene el «que buena carta, muy original. Quien la hizo”. En ese preciso momento es cuando pienso, «¿cómo quién la hizo, yo le dije que era la sommelier, es un chiste?» Y le digo sonriente,»soy la Sommelier», «sí sí, ya sé, pero la armaste vos o el dueño?»
¿Cómo sigue la mesa?
Fija…. El señor ordena el vino, sin preguntar absolutamente nada a la señora y mucho menos a mí, sobre cómo va a ser el menú (porque dónde trabajo es un menú sorpresa y la gente no sabe lo que va a comer hasta que lo come), yo los guío y a grandes rasgos les cuento cómo serán los platos para una mejor elección del vino. Pero el señor se adelanta y alardea con su acompañante: «este te va a encantar. Fuerte y bien frutado». ¡Sin lugar a nada!
«Fija…. El señor ordena el vino, sin preguntar absolutamente nada a la señora y mucho menos a mí, sobre cómo va a ser el menú (porque dónde trabajo es un menú sorpresa y la gente no sabe lo que va a comer hasta que lo come, claro por eso yo los guío y a grandes rasgos les cuento cómo serán los platos para una mejor elección del vino) Pero el señor alardea con su acompañante: «este te va a encantar. Fuerte y bien frutado». ¡Sin lugar a nada!
Abro la botella, la pruebo. Siempre según el protocolo, el vino se debe chequear en la copa antes de servirlo, porque en caso que tenga algún problema se podrá reemplazar esa botella a tiempo. Probarlo significa oler el vino en una copa, apenas me sirvo un poquito…y la típica es cuando te miran onda «me estás tomando el vino» y ahí recibo esa mirada fulminante. Ahí les aclaro: «estoy chequeando la salud, porque en caso de que el vino no esté correcto lo voy a reemplazar». Punto final.
¿Cómo seguimos?
Cuando me acerco a la mesa y pregunto, «¿quién degusta el vino?» Sin espacio de aire, sin respuesta, me acercan la copa y el varón, como si fuera algo obvio, «yyyy…yo!». En fin, hay cosas en la vida que pueden cambiar, pero lo que nunca cambia, es que el cliente mas allá del lugar en el mundo en el que estes, siempre tiene la razón.