Cortesía es una palabra un poco rara, ¿no? Como pasada de moda. Pero hace un rato me puse a pensar sobre lo que transmite, lo que quiere decir. Y más: cómo usarla –no la palabra, si no la cualidad en sí misma–, cómo es mejor aplicarla a la vida de todos los días.
La propuesta original de este blog fue compartir con vos ideas que inspiren. Y ésta, aunque simple, es vital: para mí, el ejercicio de la cortesía tiene muchas facetas y sin embargo no deja de ser eso, un ejercicio, algo que hay que entrenar. No se reduce simplemente a la diplomacia o a la cordialidad, sino a cosas chiquitas que podemos incluir cotidianamente y que hacen más agradable no sólo nuestra existencia, sino también la de los demás. Creo firmemente que consideración es un sinónimo de cortesía.
«El ejercicio de la cortesía tiene muchas facetas y sin embargo no deja de ser eso, un ejercicio, algo que hay que entrenar. No se reduce simplemente a la diplomacia o a la cordialidad, sino a cosas chiquitas que podemos incluir cotidianamente y que hacen más agradable no sólo nuestra existencia, sino también la de los demás. Creo firmemente que consideración es un sinónimo de cortesía.»
En lo práctico, mejor poner ejemplos. Si en mi equipo de trabajo hay que llevar a cabo una tarea menos agradable, la opción número uno sería: ya que nadie quiere hacerla, todos se disputan los otros asuntos. Pero como elegimos ser corteses (o sea, considerados), creamos una nueva posibilidad: cada uno se propone llevar a cabo lo menos interesante, principalmente para evitar que alguien más cargue con eso. Simple y revolucionario ¿no? Claro que para que funcione tiene que haber buena disposición, energía extra y ganas de ayudar. Esa es la manera que me gusta para trabajar juntos.
¿Y en la calle? Ser cortés no es sólo el estereotipo de dejar pasar al otro, o ayudar a un viejito a cruzar. Ampliemos el espectro: regalar a quienes nos encuentran casualmente una expresión facial distendida (o lisa y llanamente una sonrisa, porque sí) es garantía de satisfacción mutua. ¿Probamos?