"CALIFORNIA" AL ESTE

Hay una Punta del Este que se puede vivir con espíritu californiano-charrúa, más relajada, más surfer

 

CALIFORNIA AL ESTE. POR LUCAS WERTHEIN. FOTOS: TOMI MOCHE. 

Hay una Punta del Este en la que prolifera lo chic y en la que afloran muestras de lo que podría denominarse el jet-set sudamericano. Y que rige sobre todo en la temporada alta, que está a nada de empezar. Pero también hay otra Punta, a la que le quedan estos contados días de diciembre, hasta las fiestas, y que es más pueblerina. Todos saben quien sos, te cruzás con gente conocida en la calle, es mucho más caminable. Y es una Punta que más allá de esa sensación de pago chico – que es espectacular – tiene de lindo un costado hippón/californiano ochentoso. Maleva la vivió durante 48hs.
Llegué, hace algunas semanas, al aeropuerto. Era viernes (no de fin de semana largo) y por ende estaba desértico. Te saludás con los oficiales de migraciones porque son los mismos de hace treinta años, parada de taxis y el chofer que empieza a sospechar que la cara de su pasajero le suena. Y aparecen historias, como que este chofer era barman en el Hotel San Rafael y se acordaba de mi abuelo, quien era jugador de ruleta y punta banca, y sus aventuras en el casino. Pasan las décadas y todos siguen siendo conocidos. La punta estaba hermosa. La famosa Avenida Gorlero, transitable. Entre gotones de una lluvia intensa que luego amainó, algún que otro auto, pero no más que eso. Y de repente una secuencia similar, otra cara conocida de la que no te acordás el nombre, pero que a su vez te reconoce. Pueblo. Esta Punta es una Punta más que con autos de 0 Km, con autos de hace treinta años, con jóvenes que viven todo el año y que se dedican al arte, una Punta de tablas y tablones de surf, y siempre presente, en algún lado, el mar.

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Desde la Boya hasta Posta del Cangrejo, en «el este» hay olas para muchos niveles de surf

«Pasan las décadas y todos siguen siendo conocidos. La punta estaba hermosa. La famosa Avenida Gorlero, transitable. Entre gotones de una lluvia intensa que luego amainó, algún que otro auto, pero no más que eso. Y de repente una secuencia similar, otra cara conocida de la que no te acordás el nombre, pero que a su vez te reconoce. Una Punta pueblerina.»

A esta Punta del Este hay que saber buscarla. No la encontrás tanto en el centro, porque independientemente de la feria de Gorlero entre las calles 23 y 25 (conocida en enero como la “Feria Hippie”) hay mucho comercio tradicional. Pero cuando te vas para la zona de La Barra (fuera de las semanas más agitadas de la temporada, obvio) todo se transforma. Al día siguiente, después del viernes con trámites y algo de trabajo en un ambiente distinto, salió el sol. Y no tuve mejor idea que visitar a un amigo, ducho y eximio campeón de deportes náuticos. Sucede que Martín Vari, ex campeón mundial de kite-surf, se ocupa del hotel La Toja, ubicado cerca de la Posta del Cangrejo, a una cuadra del mar. La Toja es un hotel de playa, con cocina sencilla pero deliciosa, barra de tragos y espacio para eventos (pero todo esto de diciembre a febrero o marzo).
Llegué, entré y por supuesto adentro no había nadie. Sólo tablas de surf y de kite por todos lados, algunas herramientas, y fotos y libros del mar. Y ahí estaba Martín, afuera, ocupándose de la huerta, mientras las olas sonaban de fondo. Se sumaron dos amigos de él – él  carpintero, ella fabricante de ropa – a comer, y cerramos con Jack Johnson y Bob Marley en guitarra y tambor junto a una persona más, Tomi Moche, un hermano de la vida, que vive en Punta y además de surfista es un gran músico. Otros pueblerinos, seguramente, suelen disfrutar de momentos como este en los gloriosos atardeceres de la Mansa o Solanas.

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Todavía la primera quincena de diciembre, tiene un poquito de la Punta más pueblerina del resto del año

 
Y de repente comenzó a caer el sol. La pregunta, obligada, era ¿surfeamos? Y como estaba bueno, fuimos. Caminando, envueltos en un espíritu de libertad y conexión con la naturaleza. Pasaron los minutos, la entrada en calor, volver a agarrar una tabla tras unos cuantos meses, hasta que la magia de la creación, de lo divino, se puso delante nuestro. De un lado, los colores del atardecer. Un sol naranja desapareciendo, un cielo rosa, fucsia y celeste al mismo tiempo. Del otro, la luna llena, saliendo. En el medio, el agua color casi plateado, las olas que venían, y la gente buena onda, saludando. Increíble. Y hay para todos. Los avanzados tienen opciones donde las olas rompen sobre formaciones rocosas como “La Boya” (frente a La Toja, lo de Vari) y “La Virgen” (en la Punta, donde termina –o empieza- la playa El Emir). Pero además hay olas amistosas en La Posta del Cangrejo y en La Olla (y para los que buscan aprender, en esta última se encuentra la primera escuela de surf de Punta del Este, conducida por uno de sus fundadores, Juan Malek). Y siempre está bueno recordar que si te alejás un poco de las playas de Punta, podés surfear más tranquilo desde la costa de José Ignacio hacia Garzón.
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Los atardeceres en el mar

«Los avanzados tienen opciones donde las olas rompen sobre formaciones rocosas como “La Boya” (frente a La Toja, lo de Vari) y “La Virgen” (en la Punta, donde termina –o empieza- la playa El Emir). Pero además hay olas amistosas en La Posta del Cangrejo y en La Olla (y para los que buscan aprender, en esta última se encuentra la primera escuela de surf de Punta del Este, conducida por uno de sus fundadores, Juan Malek).»

A la noche, un buen lugar para ir a comer y mantener la onda “oceánica” es Pura Vida (Ruta 10 KM 160), un pequeño restaurante que queda cerquita de la estación de servicio de La Barra, ahí en frente de Medialunas Calentitas. Se come bárbaro, el pescado siempre esta bueno, y el ambiente súper tranquilo. Otra opción es Elmo –acá son pizzas a la parrilla y caipis, ambas especiales-, que queda en una calle que se llama Los Bonitos, yendo desde Punta Piedras hacia arriba (dirección contraria al mar). En la Punta hippona/californiana pueden pasarte cosas locas. Por ejemplo en esta estadía, se nos acercaron a Martín y a mí, dos señoras sesentonas, rubias, con amplios vestidos y aires relajados, casualmente oriundas de California y nos abrumaron con sus teorías acerca de que todo es una gran conspiración, que los reptiloides encarnados en humanos controlan el mundo y vaya a saber que más. Ah, y después empezaron a hablar maravillas de las medicinas alternativas y de los tratamientos con hierbas.

 
«En la Punta hippona/californiana pueden pasarte cosas locas. Por ejemplo en esta estadía, se nos acercaron a Martín y a mí, dos señoras sesentonas, rubias, con amplios vestidos y aires relajados, casualmente oriundas de California y nos abrumaron con sus teorías acerca de que todo es una gran conspiración.»

El día siguiente fue parecido. Esta vez fue Tomi quien me prestó un tablón, y estuvimos juntos un rato largo en el agua. De regreso de la playa Bikini – con poca gente sobre la arena-, pasamos por Silu (Ruta 10, Manantiales, KM 163, 5), un local de arte y diseño, en donde podés encontrar arte, joyas y cosas para la casa. Atendidos por Silvestre y Lucila, encontrás en un sólo lugar esculturas, pinturas, collares, anillos y tantas cosas más oriundas de rincones costarricenses e indonesios.

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Esculturas, pinturas, collares, objetos de Indonesia, Costa Rica, etc, etc. en Silu (atentos a la Dodge, un clásico de esta Punta más «hippona»)

«A la noche un buen lugar para ir a comer y mantener la onda oceánica es Pura Vida, el pescado siempre está bueno y el ambientes es súper tranquilo. Otra opción es Elmo (acá son pizzas a la parrilla y caipis). Para almorzas Las Crêpas, en la calle principal de la Barra, un pequeño bolichito donde la limonada y el café, además de la comida (por ejemplo los crèpes veggies) están hechos con esa precisión que decís simplemente ¡qué rico!»

Sabiendo que no hay forma de detener al tiempo, el almuerzo fue en la vereda, sobre la calle principal de La Barra, en Las Crêpas  (Ruta 10, esquina Sirenas), un pequeño bolichito que está siempre lleno, donde la limonada y el café, además de la comida, están hechas con esa precisión que decís simplemente “¡qué rico!”. Y salen siempre bien. En este caso, un crèpe veggie mirando los Meharis y las Dodge que pasaban con las tablas metidas y enganchadas entre los fierros, y de vuelta a buscar los bolsos para ir al aeropuerto.

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Los geniales crêpes veggies de Las Crêpas

 
Así, de a poco, con las voces de los altoparlantes, volví a reencontrarme con el espacio y el tiempo de casi todos los días. El ruido de las hélices, finalmente, logró que volviese sobre mi mismo, dejando atrás la California hippie charrúa, para regresar al mundo de las pantallas brillosas, el tránsito y los asuntos cotidianos.