¿Se es más condescendiente con un bar o restaurante que te queda cómodo? ¿El barcito de enfrente o de la esquina, al que tal vez le perdonamos el servicio malhumorado y las medialunas resecas porque nos queda al tiro? O al revés: ¿se le exige más a un lugar que te queda lejos, a trasmano, en la otra punta de la ciudad?
Supongo que está nota sería distinta si la escribiera una periodista que vive y sale en Zona Norte. Pero no es el caso: vivo en el corazón ruidoso de la ciudad, en un barrio donde hay 35 negocios por cuadra y si me salgo de las zonas por las cuales suelo circular –digamos el Centro, San Telmo, Palermo, Villa Crespo, Almagro, cada tanto Colegiales- es por algo que valga la pena (y el tiempo y la nafta y la posibilidad de quedar atorada en la Panamericana o Libertador cruzando General Paz). O por algo que creo que valdrá la pena (siempre hay desilusiones). También por algo que no se consigue en Capital (como ocurría con Kansas hasta que abrieron la sucursal de Palermo o como ocurre ahora con PF Chang´s o con las hamburguesas y ambiente ochentoso-nostálgico de The Embers.) Lo cierto es que más allá de las coordenadas en las cuáles cada uno se encuentre – ustedes leyendo y yo escribiendo – el Norte nos está dando cada vez más razones para dejar la pereza a un lado y salir de excursión por sus restaurantes y sus bares, salvo que claro, sean de allí, entonces las coordenadas les resultarán más familiares. Algo nuevo -y bueno- está pasando. Y más vale, lectores de MALEVA, que nos dejemos tentar.
El boulevard Irigoyen fue abierto hace menos de dos años, son dos cuadras de Libertador al río, en el límite entre Olivos y Vicente López. Aquí, en este punto geográfico rodeado por los cuarteles centrales de un montón de multinacionales, complejos de torres de viviendas, y a metros de una de las entradas al vial costero se encuentra uno de los lugares más interesantes que visité en los últimos meses: Naná (Hipólito Irigoyen 499). Naná es lindo de día y de noche. Y esto es algo para destacar: no tantos restaurantes saben desdoblarse de manera tan inteligente para convocar a la gente a cualquier hora. Al mediodía la premisa es comer bien en menos de media hora. Platos sencillos, muchas veces en clave veggie: milanesas de zuchini y calabaza, malfatti de espinaca u omelettes de tomate. De noche, el chef Javier Hourquiebe (ex Sucre) redobla la apuesta con un menú original y fresco, compuesto de Pequeños Platos (entradas mini para pedir tres o cuatro entre dos y probar de todo) y Raciones, que vendrían a ser los platos principales. Mi paladar todavía recuerda con cariño el salmón con costra de hebras de té Lapsang Souchong que probé hace un tiempo, el flat de champignones, polpetta cremosa, repollitos y huevo o la versión personalísima que Javier hace del postre vigilante. Las noches estivales exigen hacer patio – el patio es divino, mucho verde, bien iluminado- o vereda, donde también hay algunas mesas.
«El boulevard Irigoyen fue abierto hace menos de dos años, son dos cuadras de Libertador al río, en el límite entre Olivos y Vicente López. Aquí, a metros de una de las entradas al vial costero se encuentra uno de los lugares más interesantes que visité en los últimos meses: Naná. Un lugar que es lindo de día y de noche. Y también sobre el boulevard, la flamante versión norte de Café Crespín.»
A pocos metros de Naná se encuentra la flamante versión norteña de Café Crespín (Hipólito Irigoyen 477), deli con aires neoyorquinos que en Villa Crespo se hizo nombre en base a unos brunchs para el campeonato (y a los cinammon rolls). En Vicente López se mantiene el mismo espíritu fresco e informal (aunque con brisita de río): los sábados y domingos, entre las 11 y las 6 de la tarde se sirven dos variedades de brunch: el clásico y el estrellado (huevos estrellados con salsa holandesa, english muffins, lomito ahumado, hash browns y hot cakes entre otras delicias terrenales). Crespín es también un gran lugar para hacer un after office non etílico en las mesas de vereda, tomando un shake de café-caramel o de yogur y frutos rojos. Ahora que comenzó la temporada de verano decidieron extender el horario hasta las 8 y media.
La avenida Libertador va ganando belleza a medida que se angosta, eleva la numeración y también se va llenando de árboles, entrando en territorio sanisidrense. En este contexto que invita a una salida en pareja o pareja de amigos, abrieron en los últimos meses dos restaurantes de cocina étnica y ambiente chic-relajado, incluso chic- playero. Sobre todo en el caso de Dos Mares (Libertador 15.731, Acassuso). Dos Mares es un emprendimiento de los dueños de la cadena Sushi Club (recordatorio: que también comenzó en Acassuso hace 12 años) y apuesta a las cocinas peruana y nikkei. Anticuchos de langostino, calamares a la parrilla, chuleta andina, inka roll y tiraditos varios son algunos de los platos. El restaurante funciona en lo que era un típico chalet suburbano, con porche y frondoso jardín al fondo. En el interior rige una semi-penumbra (es necesario leer la carta con pequeñas linternitas), que crea un clima especial para celebraciones que se suponen íntimas: aniversarios, primeras citas.
El segundo lugar es Captain Cook (Libertador 13. 652). Cocina de Laos, Filipinas, Malasia y Tailandia, buenos tragos y una estética que, como la comida, remite al Sudeste Asiático, el gran amor de Marta Ramírez, su chef y dueña. Captain Cook funcionó durante nueve años dentro de la Marina Norte, en San Fernando, y este año se mudó a Martínez a un local más grande y ambicioso en la ambientación. Este es el principal cambio (además del buen tino de incluir cócteles, una bebida que marida naturalmente con la cocina del sudeste asiático). ¿Sugerencias? Las albóndigas de cerdo servidas sobre rodajas de ananá caramelizado (Thit Lon Thit Vien) – un plato típico de Vietnam- y el pad thai o el salmón estilo hawaiano entre los principales. El cubierto promedio ronda los $250/$300. Asimismo, también es válido probar P.F Chang, en Martínez, Av. Libertador 13.701, esquina Ladislao Martínez. Es la primera sucursal en el país de la cadena global de comida oriental de alta gama/fast food nacida en Arizona en 1993 y con más de 220 locales en los cinco continentes. Un tanque “imperial” como lo reflejan las estatuas de caballos en la entrada. El menú es cocina china pero norteamericanizada tipo Mongolian Beef o el “Great Wall of Chocolate”. Es cómodo que tenga Valet Parking, a lo Kansas. Recién cumplirá un año en marzo.
«En la Libertador que se angosta y se va llenando de árboles, ya en territorio sanisidrense, abrieron en los últimos meses dos restaurantes de cocina étnica y ambiente chic-relajado, incluso chic- playero: Dos Mares y Captain Cook. También sobre Libertador es válido probar el primer local en Argentina del tanque de cocina orientalde orígen norteamericano, PF Chang´s.»
En una esquina tranquila del barrio de Florida (Las Heras y Monasterio) y haciendo gala de cierto espíritu parisino, abrió hace poco más de cinco meses Aquilino, un restaurante que funciona con menú por pasos. Una novedad para la zona. “Vivo acá y me parecía que faltaba una propuesta de este estilo. No siempre uno tiene ganas de ir hasta el centro”, me dijo su dueña Natalia Moretti cuando hace unas semanas visité su bistró, ubicado donde antes funcionaba un almacén. Equipado con mobiliario y vajilla de época, con buena separación entre las mesas y una iluminación agradable, Aquilino solo abre por las noches. El menú (a cargo del chef Gustavo Escobar) cambia una vez por mes y consiste en dos entradas, dos principales y dos postres. En el subsuelo se encuentra la pequeña cava, a la que se puede bajar antes de la cena para elegir el vino que se quiere tomar durante la velada. Y otro punto a favor: ¡se consigue lugar para estacionar en la puerta! ¿Precio? 170 pesos, sin bebidas.
«Aquilino hace gala de cierto espíritu parisino en Florida. En el subsuelo se encuentra la pequeña cava, a la que se puede bajar antes de la cena para elegir el vino que se quiere tomar durante la velada. Y otro punto a favor: ¡se consigue lugar para estacionar en la puerta!»
Por la zona, pero en plan más diurno (solo abre de noche los viernes) hace poco más de un año se instaló Alguito (Tapiales 1185), con una propuesta natural-orgánica. Sus dueños son Ximena Toledo y Gustavo Poggi, quienes no tenían experiencia en gastronomía pero comenzaron a interesarse por la producción orgánica de alimentos y a consumirlos ellos mismos hasta que surgió Alguito. 28 cubiertos adentro y 12 más afuera y una simpática decoración cuya premisa es el cuidado del medio ambiente. Ricos wraps, hamburguesas vegetarianas, ensaladas (por ejemplo la de salmón y burrata) y jugos con frutas de estación, además de un muy buen lassie con yogur natural. Vale la pena darse una vuelta un sábado de sol para almorzar rico y saludable. Zona norte volvió a renovar su mapa gastronómico, con ese plus que siempre tiene de la atmósfera semi vacacional (al menos a ojos del capitalino). Despúés nos dicen.
Fotos: las de Aquilino y Alguito son de sus respectivos Facebooks.