Debido a mis problemas con los visados kazakos y la falta de embajadas de los países limítrofes en Mongolia, ya estaba hace unos días en la ilegalidad en Ulán Bator. No parecía muy buena idea, por lo cual traté de salir, ¡a donde sea! Según algún post de mi investigación cibernética, con el último cambio de la legislación de Kirguistán, los argentinos (y otras nacionalidades) podían sacar el visado on arrival, es decir en el aeropuerto, al llegar. El comentarista “xx” del “gigante Google” aconsejaba llevar al aeropuerto la papeleta de la legislación impresa, debido al desconocimiento de la nueva reglamentación por parte de los empleados públicos. No estaba para perder tiempo en esperar que el amigo virtual me conteste mi sinfín de preguntas, así que acaté recomendaciones y partí. En Kirguistán se habla kirguís y, como en todas las repúblicas ex soviéticas, también en ruso. La hoja impresa estaba en ruso (no existía en inglés según comentarista “xx”), por lo cual podía estar llevando la legislación de visados o una receta de borsch como mi documento salvador.
Llegada al aeropuerto de Biskek, capital de Kirguistán, el oficial encargado de visados me dice que no puedo sacarla on arrival, que debería haberla hecho antes. Miro para arriba, pensando en que comentarista “xx” estaría orgulloso de mí, saco mi papeleta y la apoyo sobre el mostrador. Me comportaba de lo más tranquila, aunque mi corazón latía a velocidades peligrosas: ¿cómo se me ocurría tomar un avión, caer en un país nuevo, basándome únicamente en comentarista xx? (¡!) El oficial mira el documento de arriba a abajo y concluye: » Ok». ¡Qué alivio no ser deportada! Después me dice que son 200 dólares. Nuevamente le digo que no y saco mi papeleta salvadora. Déjà vu que termina en «Ok». Alivio más grande todavía, porque sólo tenía 100 dólares conmigo y hasta dentro de dos días tampoco podía sacar del cajero (temita argentino de monto máximo para extracciones por tarjeta de crédito en el exterior).
«Voy a cambiar plata en el aeropuerto mismo, que se parecía al de Carrasco en los 80′. Señor del mostrador: » ¿Where are you from?» – «Argentina». Literalmente se levanta de la silla y se agarra la cabeza con cara de alegría absoluta. «Oh my god, first argentinian in Kyrgyzstan, ¡trust me! Peace with you, good luck, oh my God».
Terminado el tema de visados, voy a cambiar plata en el aeropuerto mismo, que se parecía al de Carrasco en los 80′. Señor del mostrador: » ¿Where are you from?» – «Argentina». Literalmente se levanta de la silla y se agarra la cabeza con cara de alegría absoluta. «Oh my god, first argentinian in Kyrgyzstan, ¡trust me! Peace with you, good luck, oh my God». Aunque sabía que no era la primera argentina en KY, la emoción del señor me sacó la primera sonrisa, que fue un presagio de lo que sería mi estadía en uno de mis países preferidos hasta el momento. Me gusta ver los nombres de los aeropuertos, y éste se llama Manás, que es un poema épico que los kirguises adoran, y no se tiene muy claro de cuando data.
Había estado enferma la noche anterior, así que sin dormir. Sumado a esto: el estrés de visado, la vuelta a problemas de cash y la incertidumbre de empezar Asia Central, terreno completamente desconocido, sola. Estaba cansada, sensible, insegura y un poco asustada: el frío y las discusiones por Skype con mi empresa de tarjeta de crédito el último mes, y sin solución aún, me habían agotado. Así que los primeros días me dediqué a reponerme en Biskek, a resolver este temita financiero, y a pasear por los parques repletos de novias haciendo fila para sacarse fotos. Me encapsulé en una especie de burbuja anti-sociabilidad.
Harta de que me respondieran cualquier cosa en la famosa marca de tarjetas de crédito, me lucí con una performance de lo más dramática con el pobre chico que me atendió en el callcenter con acento Catherine Fulop. Llanto y gritos de por medio, como si tuviera un ataque de pánico: «Alejandro, por favor, poné todas tus neuronas en acción. Como les vengo diciendo hace semanas, no puedo ir a la sucursal Suipacha, microcentro, estaba en Mongolia y ahora en Kirguistán, ¡y no hay sucursal Suipacha aca! ¡Ya no tengo plata ni para un agua! Argentina prohibió los envíos por Western Union, debés saberlo. ¡Me voy a morir, dame un PIN por favor!». Muy dramática, pero funcionó.
Mi hostal parecía una bicicletería. La ruta de la seda, en Asia Central, parece que es un must para los bici-voladores. Y, ciclistas o no, los viajeros acá son completamente diferentes a los cruzados hasta el momento. La mayoría de la gente que me crucé en Biskek era fuera de serie: viajeros de dos, tres u ocho años que se las ingeniaban para seguir moviéndose, una especie de Forrest Gump, pero en bici. O un chico que hace 9 meses había arrancado en Venecia a caminar, y tenía pensado llegar a China, nunca tomó un solo vehículo, y hacia treinta kilómetros por día. Otro que había bajado toda África por el oeste y subido por el este, 3 añitos el periplo en camioneta. Los cuentos durante los desayunos comunales eran de lo más divertidos e interesantes, yo me dedicaba a escuchar y no abría la boca respetando mi período de distanciamiento con el mundo.
Resuelto mi tema financiero, pude abandonar la capital e ir a Karakol en mashurka, que es el transporte colectivo tipo Van de los países de la ex Unión Soviética. Llegada, fueron 4 días de mucho caminar, lagos, ríos y paisajes en los valles que rodean este pueblo. Mi gran preocupación era como hacer para visitar un país donde el 90% de interés es la naturaleza, bella pero áspera, y donde una tormenta de nieve es de lo más común en las montañas y puede ser lapidaria estando sola, sin saber de ruso más que mi apellido –que les causaba mucha gracia– y con un equipamiento de montaña y frío que daba pena. Pero poco a poco iba dilucidando lo que podía hacer sola y lo que no.
«La mayoría de la gente que me crucé en Biskek era fuera de serie: viajeros de dos, tres u ocho años que se las ingeniaban para seguir moviéndose, una especie de Forrest Gump, pero en bici. O un chico que hace 9 meses había arrancado en Venecia a caminar, y tenía pensado llegar a China, nunca tomó un solo vehículo, y hacia treinta kilómetros por día.»
En Kirguistán, te encontrás con familias haciendo picnic que te invitan a pasar el día con ellos y sos su agasajada, aunque la razón del picnic sea la celebración del casamiento de un hijo. Indudablemente el idioma es una barrera, pero se pueden pasar horas comiendo, cantando y riendo, mientras el samovar con té caliente es el centro de la reunión. Luego te invitan a pasar unos días en sus casas. Los domingos es el gran bazar de animales. La gente de los pueblos de alrededor se acerca ese día para vender sus animales, pero también para hacer sociales. Es un espacio enorme lleno de vacas, yaks, caballos, cabras, conejos, y de autos usados. Todo a la venta y a precios ridículos. Mi preferido, el clásico auto ruso Lada, que se ve en todos lados en Kirguistán, cuesta 300 dólares. Tanto para autos como para animales se negocia ahí mismo, con el dueño. Negocié una cabra, que me la vendía por 100 dólares. La negociación terminó cuando le pregunté si podía cargarla en el avión para Argentina y se rió.
Como siempre en mi viaje, se terminaba la temporada, así que no se veían muchos turistas. Me fui a Tamga, donde me habían dicho que podía conseguir un caballo por uno o dos días, y los paisajes eran fantásticos. Caminando de la parada al pueblo, un ruso me ofrece acercarme al pueblo en su auto (en Kirguistán hay muchos rusos, o descendientes de rusos de la época de la Unión Soviética, y se los distingue muy fácilmente: son rubios de ojos claros. Acepté porque mi mochila estaba cada vez más pesada, y finalmente me ofreció dormir con su familia en su casa. Con su mujer, también rusa, no nos entendíamos en ¡nada!, pero no nos rendíamos en el intento, y más de una vez luego de nuestros intercambios de 5 o 10 minutos, cada una daba la media vuelta pensando “¿de qué estará hablando esta mujer?”. Era la época de recolección de manzanas, así que el pueblo y alrededores era una belleza absoluta repleto de manzanares y familias enteras haciendo la recolecta.
Primer día, que era domingo, fui al pueblo y pregunté por algún restaurant abierto. Me mandaron al único que había, donde encargué un plov (arroz con carne de res): el plato nacional. Poco a poco el restaurant se iba llenando de gente. Yo no entendía que pasaba, hasta que un imán empezó a dar un sermón. Ok, era un casamiento musulmán. Ofrecí terminar de comer en la cocina, pero me invitaron a la mesa principal y a participar de todo el evento, con cabezas de cerdo en la mesa. ¡Son tan hospitalarios! Terminado el almuerzo festivo, donde me enteré muchas cosas interesantes del Islam, recorrí el pueblo tratando de conseguir algún caballo para ir a los valles al día siguiente. Pero no conseguí más que una rusa de un guesthouse que me alquilaba, si contrataba también a un guía. Trataba de explicarle que sabía andar a caballo, que en Argentina era muy normal, pero no hubo caso.
«Los kirguises pelean mano a mano con Birmania para el puesto n°1 en hospitalidad. Te paran en la calle para hablarte, para invitarte a sus casas a tomar chai – té-, y algunos hasta se ponen nerviosos al hablarte de lo contentos que están. Y es todo muy genuino, simplemente ganas de conocer gente de otros países, sin pretender nada a cambio.»
Ahora, escribiendo meses más tarde, no entiendo porque no se me ocurrió pedirles a los del casamiento, que seguro hubieran estado encantados de darme un caballo y hasta acompañarme. Hay veces que la mente está un poco oxidada para pensar cosas tan simples como esas. Sin caballo y con un repentino granizo que transformó en dos minutos al pueblo en un lugar fantasmal sin un solo ser humano en las calles, entré al único almacén que encontré abierto ¡y me encuentro con un belga de mi hostal en Biskek! Sorpresa de los dos: » ¡¿qué haces acá?! «, charla de donde venís y a dónde vas, y emprendimos al día siguiente caminata a la piedra sagrada de la zona.
Obviamente, una piedra no puede ser nada muy impresionante pero estando ahí, había que ir. En el camino de montaña nos encontramos con un chico de unos veinte años acostado en la pradera y dando una imagen de no tener una mínima idea de que significa el estrés. Dijo en un inglés muy básico que me había visto hace unos días en el bazar de animales en Karakol y me señaló el potrillo que estaba a unos metros de él, lo había comprado ese día. Decidió acompañarnos y guiarnos a la piedra sagrada, que hubiera sido imposible encontrarla por nuestros propios medios. Era simpatiquísimo y no paraba de reírse de nuestra ineptitud y gritos de frío al cruzar los lagos descalzos. En uno de éstos la corriente era demasiado fuerte y las piedras súper dolorosas, directamente me cargó en su espalda. Insistió para hacerlo con Frederik, belga también, pero por suerte no aceptó, su hombría hubiera caído al subsuelo si lo hubiera hecho.
De ahí en más viajamos juntos con Frederik, lago Issy Kul, Biskek, Kochkor, Biskek, Arslambob y Osh. Muchos hikes en las montañas, durmiendo en casas de las montañas que tienen los kirguises pero que abandonan cuando viene el frío. Éramos ocupas que elegíamos que casa nos gustaba más poner nuestras bolsas de dormir y hacer un fuego. De todas maneras no todo era fácil, porque esto significaba dormir con ratones y lo que más me afecta, el frío para mi termostato. La gente en Kirguistán es lo más lindo de todo. Pelean mano a mano con Birmania para el puesto n°1 en hospitalidad. Te paran en la calle para hablarte, para invitarte a sus casas a tomar chai – té-, y algunos hasta se ponen nerviosos al hablarte de lo contentos que están. Y es todo muy genuino, simplemente ganas de conocer gente de otros países, sin pretender nada a cambio. Cuando nos encontrábamos en algún pueblo más preparado turísticamente, nos acercábamos a una organización que te ubican en casas de familia para dormir, pagando muy poco.
En Biskek, donde teníamos que volver cada dos por tres por tema de red rutera radial o por trámites de visas (yo, la uzbeka, y él, la China), mucho ping pong en las plazas, reencuentro con los ciclistas del hostal que también luchaban por visas, comer, calorcito y sobre todo descanso. Si las visas en esta zona no fueran tan tediosas y caras, me olvidaba de Uzbekistán y renovaba la kirguisa. ¡Costó dejar atrás mi romance con Kirguistán, entrañable país!
1 – Myanmar, la tierra de los monjes, primera entrega: http://bit.ly/YC7CVu
2 – Myanmar, la tierra de los monjes, segunda entrega: http://bit.ly/WDVqU7
3 – Macau y Hong Kong, China en portuñol y China NYC: http://bit.ly/15WdgaO
4 – Because this is China (tierra adentro): http://bit.ly/ZdxYy2
5 – Usos, costumbres y manías de los chinos: http://bit.ly/ZZmRZd
6 – En van hacia la fascinante estepa de Mongolia (parte uno): http://bit.ly/1cncx9B
7 – En van hacia la fascinante estepa de Mongolia (parte dos): http://bit.ly/1aPqlmz