Hotel y paseo de compras: el bellísimo Mercado
Un día en Villa La Angostura bastó para enamorarme. Eso sí, se trató de un curso intensivo, un itinerario exhaustivo y una introducción veloz a esta ciudad/pueblo que yo solo había conocido casi al paso en mi primer viaje como mochilera allá en 2014. Un solo día en el que el sol iluminó mi cara, la lluvia me corrió el maquillaje, el viento creó rastas en mi pelo y la nieve desafió mis cuatro capas de abrigo. Casi como si supiera que solo estaría allí por 24 horas, la naturaleza me regaló todos los climas. Un día que mi celular no pudo resistir, tras tomar infinitas fotos y ser expuesto a temperaturas muy bajas (sí, el frío puede hacer que se descargue en minutos) –infaltable el cargador portátiles en efímeras travesías de este calibre. Un solo día que, a pesar de estar acompañada por locales acostumbrados a hacer de guías turísticos, no bastó para terminar de conocer todo lo que La Angostura tiene para ofrecer.
Recién arribada en auto desde Bariloche, un tembloroso paseo en barco no era lo que más me emocionaba. No voy a mentir, con cada curva que tomábamos y cada montaña que bordeábamos, el mareo en mi cuerpo era constante. Pero para mi sorpresa, un simpático barquito para no más de 10 personas nos esperaba atado en el muelle del Puerto Bandurria (Ruta 40 km2119), listo para este viaje que ofrece todos los días. Juan, el capitán del Catamarán Bandurria, nos esperaba con una sonrisa y algún que otro rompe vientos de más, por suerte innecesario – la amenaza de lluvia ya se había disipado. Quitamos las “paredes” de plástico que protegían al barco del agua, “levamos el ancla” (nos desatamos del muelle pero el ancla siempre es más poética) e iniciamos nuestra travesía entre bahías y parajes. Mientras atravesábamos aquella agua turquesa y verde –un color que pocas cámaras pueden capturar con precisión- y contemplábamos el picoso horizonte patagónico, se hizo hora la de almorzar.
Tapas, picada y empanadas de LOBO Grill & Bar (Cerro Bayo 37), el restaurante, bar y patio cervecero elegido por los locales, nos sorprendieron mientras recorríamos el Brazo Última Esperanza y envidiábamos cada casa sobre la orilla. Nuestro destino, el Brazo Rincón.
Al desembarcar, Juan (sí, otro Juan), un hombre con robustas cejas y un bigote igual de nevado que los picos de las montañas al fondo, y sus dos perros nos recibieron en el paraje. Allí, solo viven tres personas aunque no se ven mucho, “si no, nos peleamos”, rió Juan. Sólo algunos meses atrás en verano, las playas y árboles desbordaban de acampantes ansiosos por respirar aquel mismo aire de montaña que Juan inhala todo el año. El servicio hoy, era un día de playa exclusivo en un paisaje espectacular, digno de cualquier Instagram. Al volver, con lo poco de batería que nos quedaba en el celular llenamos la memoria de nuestro Iphones con más fotos sobre el barco, ahora navegando hacia el Río Correntoso.
Una vez devuelta en tierra firme, un tranquilo paseo por el centro era nada menos que un deber. Y, cuándo no, aprovechamos para comprar chocolate. Fanáticos de Rapanui no me odien, pero la verdad es que un poco de su magia se perdió cuando empezó a encontrarse en Buenos Aires. Mi favorita por eso es Mamuschka, la fábrica de chocolates de locales rojos y bombones irresistibles. El siguiente souvenir, una buena cerveza patagónica de algún humilde maestro cervecero sureño. Propia de Villa La Angostura, elegimos Nativa, la creación de Juan (otro Juan, prometo no todos allí se llaman así) que ya se puede encontrar en varios bares de la zona, tanto tirada como en botella. Una rápida parada en Arte y Manteca (Los Nostros 57), la tranquila panadería de barrio con los mejores grisines, y retomamos nuestras tareas turísticas, dispuestos a aprovechar nuestro tiempo en La Angostura al máximo.
De allí, las próximas atracciones naturales a visitar fueron el Cerro Bayo – el centro de ski boutique -, la Cascada Río Bonito, un espectáculo para ver y no tocar, no hay forma de acercarse a ella más allá del mirador encontrado metros dentro del bosque y donde la nieve comenzó a caer, la casa de vacaciones del gobernador y el mismo paisaje: era cuestión de parar y observar. Unas paradas en Bahía Brava y Playa Mansa fueron necesarias, ambos puntos desde donde tomarse el barco, caminar o tomar una bici para ir al Bosque de los Arrayanes, para disfrutar los últimos rayitos de sol, disecar un fruto de rosa mosqueta para intentar descubrir ese dulce propio de la zona, y observar el atardecer con lluvia intermitente para terminar el día.
Ducha, abrigos y de vuelta a la carga. La cena fue en el restaurante del Hotel Correntoso, nacido años antes que la villa misma y sitio ideal para, no solo hospedarse es sus cálidas habitaciones, pero ir tanto durante el día como la noche, por sus espectaculares vistas y su riquísima carta para tomar el té. Tras unas copas en el Wine Bar, con mucha madera y cómodos sillones para relajarse previo a una contundente cena, tomamos asiento en el restaurante Martín Pescador y se imaginarán la especialidad de la casa. Con un menú acotado pero poderoso, con una opción de mar, de carne y una vegetariana en cada paso, ninguna elección es mala. Una chimenea, una simpática librería y una decoración que nada tiene que envidiar a cualquier revista de interiores, es un lugar donde dan ganas de quedarse. Otra gran coordenada, sobretodo para parejas, es cenar en Mirador Social Club, un pequeño restaurante al pie de la cordillera y que conquista a quien lo conoce. Dato: en el sur no funciona Uber, por lo que al querer volver en auto lo mejor es tomarse un remis.
El Mercado (Av. Los Arrayanes 450) es eso mismo, un mercado. Un simpático centro, una rústica mini ciudad, un nostálgico punto de encuentro que enamora turistas y reúne locales y que cuenta con tres restaurantes, una casa de té, locales de indumentaria y artículos náuticos, bar de tapas y cerveza artesanal e incluso alquiler y venta de departamentos. Estos últimos dos nos competen. Tras nuestra potente cena, unas cervezas en Nanook, este bar a solo metros del centro, es donde terminar la noche. Allí no solo se pueden encontrar (y comprar para llevar) las inigualables cervezas de los brewers residentes pero además cuentan con juegos de mesa.
Para quienes necesitan sus horas de descanso –sueño de belleza para algunos- hospedarse en los simpáticos cuartos en los pisos superiores es una gran opción para no alejarse mucho del centro y disfrutar de una propuesta distinta. Mucha madera, cuartos de hasta 5 personas que se pueden conectar, ventanas de colores y todos las facilidades de los negocios debajo hacen de El Mercado uno de los alojamientos más recomendables (de hecho, es un hit) a la hora de hospedarse en Villa La Angostura.