“NO CREO QUE HAYA QUE VIVIR ALGO PARA PODER INTERPRETARLO": JOAQUÍN FURRIEL.

 

 
 
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De la pantalla al escenario: uno de los actores con más personalidad.

 
“NO CREO QUE HAYA QUE VIVIR ALGO PARA PODER INTERPRETARLO»: JOAQUÍN FURRIEL. por paula galloni
 

Está claro: es lindo. Pero la belleza de Joaquín Furriel tiene una explicación que va más allá. Su atracción no es sólo física, también llama la atención por la seguridad con la que encara la vida. ¿Cómo notarla? En cada respuesta. No titubea, habla con simpleza y no es condescendiente, sonríe solo cuando es necesario. Influyó que su confianza estuviera siempre ahí, latente, dentro de él. A los 13, cuando la mayoría de los preadolescentes ni sueñan con el futuro, él tuvo una corazonada y por motivación propia se abocó a la actuación. “Me anoté en diferentes talleres artísticos porque sentía que tenía una energía que en la educación convencional no podía canalizar. Desde entonces, sentí una profunda vocación. Me comunicaba mejor en la ficción que en la realidad. Me gustaba mucho”, confesó a Maleva.
Años después, a los 39, Joaquín alcanzó su meta. Después de un exitoso 2013, donde brilló en el teatro San Martín con la obra Final de partida, dirigida por Alfredo Alcón, y filmó dos películas -Un Paraíso para los malditos y El Patrón: radiografía de un crimen, Furriel regresó a la televisión con Sres. Papis, la novela del prime time de Telefé. Si buscaban un actor completo, aquí tienen.
 
Fuiste un privilegiado, sos de los pocos que descubre su vocación desde tan chico.
 
Sí. En el taller de teatro del colegio encontré la forma de ordenar esa energía que no sabía controlar. Y fui interesándome cada vez más. Como soy de Adrogué, después me sumé al elenco de la comedia de Almirante Brown, donde era el niño de la compañía. Desde entonces empecé a trabajar con ellos hasta los 18. Luego, decidí profesionalizarme y estudié en el Conservatorio de Arte Dramático, de donde soy egresado.

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«De chico me anoté en diferentes talleres artísticos porque sentía que tenía una energía que en la educación convencional no podía canalizar. Me comunicaba mejor en la ficción que en la realidad».

 «Tuve la posibilidad de ver a algunos de los mejores actores del mundo en varios festivales teatrales y también a muchas compañías. Reconozco que eso me atrapó. Me di cuenta que había que estar formado para acercarse a grandes textos».

¿Cómo viviste tu etapa universitaria?
 
Fueron cinco años maravillosos. Sin dudas, entrar a un elenco de estudiantes y viajar por todo el mundo fue único. A los 23 años ya había formado pilares importantes.
 
Desde entonces, ¿te inclinaste más hacia el teatro?
 
En realidad, el Conservatorio te brinda una formación integral. Para mí no importa mucho el formato, lo que interesa es el proyecto y lo que vos puedas hacer en él, ya sea en cine, teatro o televisión. Pero es cierto, el teatro es bien distinto a lo demás. Tuve la posibilidad de ver a algunos de los mejores actores del mundo en varios festivales teatrales y también a muchas compañías. Reconozco que eso me atrapó. Me di cuenta que había que estar formado para acercarse a grandes textos. Había que entrenar la voz, el cuerpo… todo.

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«Para mí no importa mucho el formato, lo que interesa es el proyecto y lo que vos puedas hacer en él».

 
«No creo mucho en que hay que vivir algo para poder interpretarlo. Creo que uno tiene más imaginación y más sensibilidad que eso».

Cuando llegaste a la televisión, donde todo se vuelve más masivo, ¿te disgustó?
Tuve diferentes etapas pero no me quejo. Los referentes actorales que yo tuve siempre fueron populares, personajes que un pibe de Adrogué puede reconocer. En realidad, siempre tuve fascinación por actores que han logrado popularidad con trabajos exigidos. En lo personal, de un rato a esta parte empecé a percibir que el público no me habla de un solo trabajo. También me vieron en teatro o en diferentes programas y se empieza a entablar un vínculo por sumatorias de trabajo. Eso para mí es muy positivo.

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«El público no me habla de un solo trabajo. También me vieron en teatro y se empieza a entablar un vínculo por sumatorias de trabajo».

En Sres. Papis la mayoría de las escenas las compartís con un niño, Marco Bertelli. ¿Crees que te favoreció ser papá para establecer una conexión más real?
En realidad el vínculo lo tengo que crear con cada personaje y eso no tiene nada que ver con la relación que tengo con Eloísa. No creo mucho en que hay que vivir algo para poder interpretarlo. Creo que uno tiene más imaginación y más sensibilidad que eso.
 
Como actor, cumpliste objetivos que cualquiera quisiera alcanzar: trabajaste con textos clásicos y con emblemas, como Alfredo Alcón. ¿Sentís que no hay techo en esta profesión?
Cuando en 2009 hice La vida es sueño, en el San Martín, fue la concreción de un gran deseo. Después de eso, no sabía que podía venir y me angustié un poco pero llegaron cosas buenas. Lluvia constante fue mi primera experiencia en teatro comercial, una obra muy exitosa desde lo artístico y también desde lo económico (se ríe). Ahí tuve un cruce maravilloso con Rodrigo De la Serna. Después me encontré con uno de los mejores actores de mi generación, alguien a quien admiro, respeto y quería mucho. Cuando conocí a Alfredo Alcón y trabajé con él me pregunté: “¿Qué puede haber después de esto?”. Y vino Final de partida de Samuel Beckett, obra en la que actuaba y también dirigía Alfredo. Ahí supe que siempre hay algo que te supera.