Un chispazo fluorescente en la nada


Me gusta el teatro para chicos, con esa promesa de que todo va a salir bien
 

Un chispazo fluorescente en la nada. Por Alejandra Koser. 

Un brandnew sábado sin cachorros en la cama. Moka, la perrita que sabía abrir y cerrar la heladera, robar las bananas y sacarles la cáscara, que las dejaba en el piso, listas para un gag de dibujo animado, que usaba vestidos talles M -teníamos el mismo largo de torso-, que recibía al sodero con un aullido articulado, hablándole, y que con sus pasos lentos, su forma de dormir con las patas para arriba y el pelo largo volcado hacia abajo, absorbía como un tissue lo que a esta vida le sobra de cinismo; Moka, el último refugio antisísmico, el amor de todas mis vidas, ya no está entre nosotros hace casi un mes.
Cuando era chica pasaba las vacaciones en Río Gallegos, la madre de las paradojas: veranear en una ciudad sin verano. En la casa de mi abuela las persianas estaban cerradas hasta comprimir por completo los agujeritos para evitar el sol trasnochador que no ayudaba a dormir y dormir, el mejor conjuro contra el frío. Yo caminaba en medias sobre el piso de cerámicos, iba a la cocina con mi jogging verde, mi trenza cosida, sacaba pan de una lata de galletitas Terrabusi, lo rellenaba con dos fetas de cantimpalo y elegía un libro de los estantes de una habitación oscura: Cuentos clásicos infantiles.
 

«Un brandnew sábado sin cachorros en la cama. Moka, la perrita que sabía abrir y cerrar la heladera, robar las bananas y sacarles la cáscara. Moka, el último refugio antisísmico, el amor de todas mis vidas, ya no está entre nosotros hace casi un mes.»

 
En el living silencioso, contra todo pronóstico, a medida que avanzaba en la lectura, comprobaba que Caperucita no era rescatada por ningún leñador, la madrastra Yiya Murano de la historia de Blancanieves tenía éxito en la ejecución de sus planes criminales y entre los tres cerditos había que lamentar dos bajas. Me sentía una espía leyendo los archivos clasificados de una agencia secreta de inteligencia. Ante mí, una verdad revelada, desconocida por millones de personas que inocentemente habían comprado el discurso hegemónico: en realidad los protagonistas morían, ganaban los lobos feroces.
Mamá salió a dar la cara para defender el engaño: las versiones de los cuentos tradicionales que siempre me habían contado tenían un final adaptado a los niños, algo así como una benévola tergiversación para evitarnos el sufrimiento. Incluso en los episodios de su propia creación, que mamá desplegaba antes de dormir acerca de un chanchito llamado Chanchi (se pronunciaba Zanzi), había un pacto tácito entre la narradora y su público, mi hermana y yo, de que nunca Zanzi se enfrentaría a ningún peligro real, y si la improvisación de mamá la llevaba a generar, en un prometedor día de playa, una ola muy grande que amenazaba la estabilidad de nuestro héroe, mi hermana gritaba y la marea inmediatamente retrocedía y se calmaba y proveía una olita que dulcemente le mojaba las pezuñas. Fuimos colaboracionistas en la elaboración de esos relatos narcóticos, no podíamos aceptar menos que finales felices.
 

«Me sentía una espía leyendo los archivos clasificados de una agencia secreta de inteligencia. Ante mí, una verdad revelada, desconocida por millones de personas que inocentemente habían comprado el discurso hegemónico: en realidad los protagonistas morían, ganaban los lobos feroces.»

 
Esta tarde de sábado reivindicamos ese contrato de lectura, de hermosura, de sutura: voy a una obra de teatro para chicos, Palabrelíos 2, en busca de la promesa de que todo va a terminar bien, las alarmas del celular en silencio y las alarmas en general y en ese remanso hundirme y rodar como si de la geografía se hubieran borrado los volcanes. Palabrelíos 2 es la segunda parte de la historia de tres hermanos monovocálicos que se estrenó el año pasado. Esta temporada, Clara, Fede y Lolo viajan en un moto-trenque-lancha y cargan, entre otros elementos, según las posibilidades expresivas de cada uno, la revista Caras, Gente y Pronto. Ese detalle es mi you had me at hello de mi interés por el juego, y después, a medida que avanzan las canciones, las coreografías, las gotitas de transpiración de los actores entregados al humor físico, la prolijidad de mantener la apuesta de esa especie de mal congénito de los personajes de hablar con una sola vocal sigue siendo admirable pero no es el atractivo principal. Clara, con sus borcegos violetas, pregunta ¿qué es de Fede? y los chicos se ríen a carcajadas y dicen ¡está ahí! Extrañaba que las preguntas fueran honestamente contestadas, la inocencia de responder también a las preguntas retóricas.
En la mitad de la obra se corta la luz, mi parte favorita. Se escucha la voz de Lolo:
—Las lámparas, para atrás.
—Las mamás callan.
Entonces aparece con un salvavidas en la cintura y una linterna apuntándose a la cara, como en un new deal de uso de la energía, los nenes inmóviles, cautivados, hasta que enseguida están iluminados otra vez y continúa el viaje de los hermanos en el mono-trenque-lancha, la alegría descansando del sarcasmo. Salimos de la sala del teatro Boedo XXI al hall, puertas con vidrios cubiertos de cortinitas a crochet, los chicos posan para las fotos con los actores y pienso que a los chicos hay que hablarles, hablarles mucho, contarles historias, saltarles y bailar; siempre me emociono cuando veo una actuación en su esplendor, que es una forma contundente de copar el espacio y el tiempo, un chispazo fluorescente en la nada.
Palabrelíos 2 está en el Espacio de teatro Boedo XXI los sábados a las 16:30 hs
www.palabrelios2.com.ar