Basta de susurrar "no puedo": no hay nada como la satisfacción de la misión cumplida

final
Llegar al final sin desistir te produce una alegría tan grande que casi no se puede comparar con otras cosas

 
En la escala de cosas que me hacen feliz, pocas se comparan con la satisfacción de una misión cumplida. Ya sea una actividad que me indicaron llevar a cabo o, mejor, una que yo elegí, ¡qué especial es la sensación de llegar al fin del camino con la tarea realizada!
Para mí, cada asunto es un desafío: sé que surgirán complicaciones y distracciones que van a demorar su concreción, pero me gusta ver cada obstáculo como una prueba, en el sentido más medieval de la palabra: ¿seré capaz de llegar al final sin desistir?

«El escritor DeRose acuñó un neologismo que es perfecto para este caso: acabativa, en oposición a iniciativa. Iniciativa tenemos todos (¡ah..! ¡ese delicioso placer de empezar algo!), pero es interesante desarrollar activamente la acabativa. Una cualidad poderosa que podemos trabajar en relación con ella es la automotivación. A mí, el impulso que suele mantenerme en carrera es, sin duda, degustar por anticipado la alegría de la tarea realizada.»

Pongamos un ejemplo: un viaje largamente deseado. Puede quedar para siempre en el territorio de los sueños si nos detenemos en las complicaciones (tiempo, dinero, cualquier otra cosa), o puede acercarse poco a poco si construimos conscientemente todo lo que hace falta para realizarlo. (¡Qué interesante! Las que antes eran dificultades se transforman en ítems sobre los cuales trabajar: tiempo, dinero, cualquier otra cosa…)
El escritor DeRose acuñó un neologismo que es perfecto para este caso: acabativa, en oposición a iniciativa. Iniciativa tenemos todos (¡ah..! ¡ese delicioso placer de empezar algo!), pero es interesante desarrollar activamente la acabativa. Una cualidad poderosa que podemos trabajar en relación con ella es la automotivación. A mí, el impulso que suele mantenerme en carrera es, sin duda, degustar por anticipado la alegría de la tarea realizada.
¿Y las metas que no tienen un punto final? Esas que se renuevan cotidianamente, que incorporamos a la rutina, que nunca van a estar terminadas… Para esas a veces es necesario un esfuerzo extra. Tiendo a considerar que en ese caso, mi misión está cumplida cuando alcanzo el objetivo con la frecuencia que me propuse.

«Es utópico pensar que podremos concretar cada cosa que queremos, tanto las pequeñas como las más osadas. Pero siempre está la posibilidad de entrenarnos para realizar cada vez más. Es cuestión de no reforzar la parte de la psiquis que susurra «no puedo» y, en cambio, elegir estar más cerca de la que alegremente reivindica nuestra capacidad de realización.»

Es utópico pensar que podremos concretar cada cosa que queremos, tanto las pequeñas como las más osadas. Pero siempre está la posibilidad de entrenarnos para realizar cada vez más. Es cuestión de no reforzar la parte de la psiquis que susurra «no puedo» y, en cambio, elegir estar más cerca de la que alegremente reivindica nuestra capacidad de realización.
Hasta hace algunos años, yo sentía que mis esfuerzos en este sentido eran vanos, porque todas mis energías apuntaban a objetivos que no representaban un desafío real. Empecé a reeducarme de menor a mayor, con cositas simples que hacían muchísima diferencia (por ejemplo, la manera de alimentarme, el trabajo sobre el cuerpo). Hoy, sin importar la dimensión de lo que me propongo, sé que la constancia y la motivación estarán presentes. Y, al final, una feliz sensación de misión cumplida va a abrazarme, hasta que se presente el próximo desafío.
Foto: cc-Alain Bachellier