Encontré el bar de las películas de Woody Allen

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Una barra exquisitas y bebidas «de una aristocracia intelectual»

 
Tengo algo para confesarles: ENCONTRÉ EL BAR DE LAS PELÍCULAS DE WOODY ALLEN.  Ya está.  Lo dije.  Sí, ya sé que en el primer posteo dije que Barcelona era mucho más que las películas de Woody Allen y también lo dije y no me voy a retractar, porque el ambiente que existe en el Pipa Club está que le da mil vueltas a cualquier guión que escribió y escribirá mi amado y odiado Woody.  Ese aire romanticón y cosmpolita que pinta con bonitas luces, settings, equipo de sonido, dirección de fotografía, foquista, editores y extras existe, en la vida real, en Plaza Real.  Se los juro por Scarlett Johanson y Penélope Cruz (y todos sabemos que eso es sacrificar mucho).  Vengan y compruébenlo con sus propios ojos.
Era un viernes, me venía quejando con un amigo ecuatoriano de que no tenía ganas de encontrarme con este otro amigo porque en realidad yo quería ir sola a la Lectura de Poesía en el Inusual Project – bar alternativo donde se hacen tertulias de arte, lectura, performance  (Carrer Paloma 5, cerca del MACBA) es cool, pero no de ese “cool careta.”  La cuestión es que me encontré con el susodicho en Flax & Kale, que para los que estén con la movida vegana-raw-intolerante-a-la-lactosa-gluten free-alérgico-a-las-nueces-y-a-todo-alimento-humano, se los recomiendo: el 80% de sus platos son plant-based y el restante 20% son recetas con pescado azul únicamente.  Juliana López ¿Quién? – eso preguntan en Barcelona.  El punto es que nos sentamos en uno de esos sillones y me tuve que tomar una cerveza porque no tenía la confianza todavía para decir que no tomo cerveza.  Pero bueno, vaya y pase, terminó la tertulia, vagamos por las calles del Raval y nos sentamos en el puerto a charlar y dejar que nuestras piernas cuelguen al precipicio del mar.  Tanta agua nos dio hambre y fuimos a por un clásico de Las Ramblas: Vienna (La Rambla 115).  Que es como si les dijera “The Embers” para los que san isidrenses que me leen, ustedes saben de que hablo.  Es fácil pasarlo de largo, así que tienen que prestar atención.
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El largo pasillo del bar de Woody y sensación de viaje en el tiempo

«Empujamos la puerta y subimos por unas escaleras de mármol blanco antiguo, angostas, ya arruinadas con el peso, las paredes pintadas de un “burdeus,” una pequeña placa como si fuera de dentista dice: “Pipa Club Barcelona”. Empujamos de nuevo et VOILÁ.  Sonaba el jazz, después el blues.  Las personas aplaudían civilizadas, relajadas.  Era un viernes 2 de mayo de 1930. Gertrude Stein nos miró de arriba abajo y nos señaló para que pasaramos: había unos Hemingways, unos Picasso, unos Buñuel y Man Ray.»

 
Ya me quería ir cuando el señor me dice que me quiere llevar a un lugar que por lo que le vengo contando de lo que me gusta y de mi vida: “vais a flipar.”  Así que me llevó; obviamente que no dije nada, a ver, ya me había tomado la cerveza sin decir ni “mu.”
Entrando a Plaza Real uno suele cegarse con las luces, la fuente, la palmera, los guiris, las risas y los que te intentan vender cerveza por lo que uno no mira para arriba, para el segundo piso.  Las cosas siempre pasan en los lugares escondidos.  Atravesados los obstáculos llegamos a una puerta que no tenía nada que decir, ni chicha ni limonada honestamente, pero ya, como si viviéramos en la época de la prohibición americana tocamos el timbre: “-¿Si? -Al Pipa.” Empujamos la puerta y subimos por unas escaleras de mármol blanco antiguo, angostas, ya arruinadas con el peso, las paredes pintadas de un “burdeus,” una pequeña placa como si fuera de dentista dice: “Pipa Club Barcelona” empujamos de nuevo et VOILÁ.  Sonaba el jazz, después el blues.  Las personas aplaudían civilizadas, relajadas.  Era un viernes 2 de mayo de 1930.
Gertrude Stein nos miró de arriba abajo y nos señaló para que pasaramos: había unos Hemingways, unos Picasso, unos Buñuel y Man Ray.  También habían unas Ariadnas, unas parejas Fitzgeralds y en el escenario Django Reinhardt, John Coltrane y Miles Davis.  Cruzamos el recibidor hasta llegar a un largo pasillo perpendicular, a la derecha la sala principal, con una araña en el techo casi imperceptible por la poca luz que emite, sillas, el escenario, la música sudaba, se absorbía y reabsorbía en el espacio que exponenciaba la presencia de las almas felices en trance nostálgico, reminiscencia  de un pasado que ninguno vivió. Hacia la derecha un gabinete lleno de muñequitos y cositas coleccionables, algunas de ellas pipas, libros pequeños, literatura que nunca leeré.  El suelo crujía bajo mis pies.  Es un departamento antiguo.  Si supiera algo de arquitectura les contaría más, pero, desafortunadamente, no puedo acotar al respecto solo que se sentía como un sueño.  Medianoche en Barcelona.  Una pareja se daba besos sentados en una mesa de roble que tapaba una segunda puerta que se abría a un segundo lounge privado con sillones de esos que están forrados con flores, si mal no recuerdo, una chimenea y los ventanales que dan a la plaza, postigos abiertos, una brisa corre por la sala, y dos mujeres me miraron mientras apartaban el cigarrillo de sus bocas pintadas de rojo vivo.

«Las botellas iluminadas desde abajo y es buena bebida.  Ni siquiera de “gente bien” diría que sería la bebida de una aristocracia intelectual.  Un Negroni, un Martini, un Cosmopolitan.  La aristocracia habla, pero no grita; se puede oír el murmullo de la conversación de los de al lado.  Me embriagué de idealizaciones, me embriagué con la luz tenue y me hipnoticé con la guitarra.  Miré al chico de al lado y le sonreí.»

Cerré la puerta y voltée.  Otra sala.  Un sillón verde inglés está empotrado y arriba cuelga un espejo horizontal con un marco dorado, avejentado, el sillón me hace acordar al de mi bisabuelo Abraham.  Un par de mesas redondas y el bar.  Las copas cuelgan arriba de la barra, es pequeña, hay una sola persona atendiendo, pequeña me refiero a que literalmente serán un metro y medio de bar.  Las botellas iluminadas desde abajo y es buena bebida.  Ni siquiera de “gente bien” diría que sería la bebida de una aristocracia intelectual.  Un Negroni, un Martini, un Cosmopolitan.  La aristocracia habla, pero no grita; se puede oír el murmullo de la conversación de los de al lado.  Me embriagué de idealizaciones, me embriagué con la luz tenue y me hipnoticé con la guitarra.  Miré al chico de al lado y le sonreí.  Me sonrió.  Aplausos.  Salgo al pasillo nuevamente y a unos pasos se abre la sala con una mesa de pool, algunos jugando y unos cabinetes tamaño mamut con pipas de todas partes del mundo, una filosofía muy chamánica, que invoca a la espiritualidad de la pipa y la sabiduría del tabaco.  Me quedé horas observando, mi preferida es una mexicana que pueden encontrar hacia al fondo pegada con la cortina.  Me imagino que alguna vez pertenció a algún chamán importante.  No había ninguna argentina.  No podía haber.  Matamos a todos nuestros originarios.
Me dijeron que también hay noches de tango, de música clásica, de milonga.  Noches de lectura.
Y todas las noches son poesía.
..
La segunda vez que fui era domingo, llegué a la fuente de Plaza Real y miré al segundo piso en dirección al número 3.  La persiana estaba abierta de par en par y se veía el perfil de un hombre de pelo largo y ondulado, gitano, vestido de traje con un contrabajo; se podía oír una leve sonrisa y ver el calor de la intimidad del Pipa Club.
Pipa catalana mi querido Woody: Reality is sometimes better than fiction.
 

 
 
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