El sueño del antifordismo y las siestas urbanas


 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Por Andrés Kilstein
Fue el sociólogo Zygmunt Bauman quien acuñó el término de “modernidad líquida” para referirse al mismo fenómeno que Ulrich Beck denominó “sociedad de la segunda modernidad” y Frederic Jameson “lógica del capitalismo tardío”.
En la modernidad líquida asistimos a una emancipación del hombre de las fuerzas coercitivas que constreñían su libertad individual, acompañado de niveles nunca antes conocidos en la historia de bienestar material y acceso al consumo. Sin embargo, esta mayor libertad pesa sobre los hombros de los individuos, forzándolos a sentirse más responsables de sus destinos.
La modernidad sólida (la etapa anterior) significaba una organización de la producción que recibió el título de fordismo. Típicamente, en este modelo los cuerpos productivos se concentraban en lugares físicos (fábricas, oficinas, empresas) estableciéndose procesos en que las actividades eran reducidas a simple y rutinarios movimientos, con mínima intervención de las competencias intelectuales y manteniendo a raya la espontaneidad e iniciativa personal.
El trabajo en la modernidad líquida está tomando la forma inversa. Cada vez se apela en mayor medida a la reflexividad del trabajador, a su criterio e iniciativa. Los movimientos no son homologados, de manera que no pueden ser medidos en “hora-trabajo”; esto significa: no importa cuánto tiempo permanecés trabajando sino los resultados que entregás. Al quebrarse “la línea de ensamble”, tampoco se requiere la concentración de los trabajadores en un mismo lugar de trabajo, y, al existir tecnologías de la comunicación inmediata de fácil acceso y un mundo virtual hiper-habitado, la oficina se vuelve un gasto superfluo para los dueños del capital.
Es en este contexto en el que surgen y cobran sentido nuevos fenómenos. El primero de ellos es la oficina móvil, un lugar diseñado para que trabajadores móviles pueden contar con una estación de trabajo, salas de reunión y otros espacios laborales abonando por hora y así acceder a las mismas facilidades que en una oficina convencional. Los precursores en la Argentina han sido Urban Station, quienes sin duda han captado una tendencia a tono con el espíritu de los tiempos.
En la oficina colectiva se respira ese ambiente límpido, repleto de claridades y transparencias, propios de la oficina moderna. Los usuarios cuentan con fotocopiadoras, faxes, servicios de moto y remises y hasta bicicletas para salir a despejarse. Y fundamental: todo ocurre lejos del jefe y (probablemente) rodeado de desconocidos entre quienes no circula ninguna rencilla de pasillo propia de los ambientes laborales.
Un servicio perfectamente complementario lo provee Selfishness, que se presenta como el primer “siestario” en Buenos Aires y en Latinoamérica. Es un espacio en el medio del centro porteño, pensado para retirarse por un momento de la agotadora rutina laboral y dormir una reconfortante e individual siesta. Si el sueño no acude sólo, es posible contar con la ayudita de un coach que sugerirá ejercicios de visualización y relajación.
Estos emprendimientos están atravesados por la comprensión de un nuevo modelo de organización del trabajo y nuevas necesidades individuales. El fenómeno seguramente está esperando ser bautizado por algún teórico del futuro. Por ahora me atrevo a llamarlo, simplemente, el sueño del anti-fordismo.