Para aquellos interesados en comprar obras (y quien sabe en el futuro vivir rodeados de arte) y que no saben por donde empezar, como dijimos varias veces, el primer paso es mirar y visitar muestras, galerías y trastiendas o talleres de artistas. Así es como se descubren nuevos talentos, algo que en este país nunca falta. Inclinarse entonces por el arte emergente es una de las mejores opciones para que los que recién empiezan, no sólo en términos económicos, sino porque no hay nada más gratificante que apostar al crecimiento de la carrera de un artista.
Con respecto a este tema hablamos con Sylvie Argerich, directora de la galería Sputnik, que explica que cuando llegó hace 15 años a Argentina, lo que más le impactó fue el nivel de producción de los artistas locales. «Sputnik surgió de mi deseo de crear un espacio para difundir la obra de artistas que me gustaban pero no tenían visibilidad y que se comprometían con su obra más allá de las modas y los mandatos. Con respecto al mercado, si bien este es muy reducido y Sputnik no es un proyecto comercial propiamente dicho, la participación en ferias ha servido de vidriera para mostrar el trabajo que hacemos a lo largo del año. Todos los artistas con los que trabajo son emergentes, con precios de obras desde USD 350 y un promedio de USD 1000″.
Sputnik, al igual que muchos otros, es un ejemplo de que se puede apostar a un proyecto cultural en Argentina, entendiendo que cuando de arte se trata los resultados nunca son inmediatos, sino que hay que saber esperar, ya que a pesar de las adversidades, nuestro mercado se encuentra en contante crecimiento y que a partir de acá no le queda otra opción más que seguir potenciándose.
Para aquellos que quieran comenzar a adentrarse en el tema, hemos seleccionado un puñado de jóvenes artistas a los que vale la pena seguirles el rastro.
Ivan Enquin (1987) es un provocador nato que explora el universo gráfico de la pornografía y transforma esas imágenes en sutiles piezas de papel calado con los que va desprendiendo la imagen original para generar una más sugerentes. El juego radica en la doble percepción entre lo que vemos a primera vista y lo que la obra luego comienza a emanar con una segunda lectura, donde identificamos cuerpos, poses y situaciones. Las piezas artesanales de Enquin sorprenden por el contraste entre su elegancia y la fuerte manifestación de sexo en su máxima expresión. Hoy además incursiona con técnicas como la instalación, que presenta en su muestra «Ahonda el vacío» en la nueva sede de Quimera Galería (Guemes 4474).
Grandes pantallas y cines vacíos son las primera imágenes que vienen a mi mente cuando pienso en la obra de Hernán Salvo (1976), que por medio de dibujos, pinturas e instalaciones, nos transporta a un universo aparentemente abandonado. Las suyas son escenas de tinte metafísico, absurdas y misteriosas, con las que Hernán nos da el puntapié para suponer e imaginar lo que queramos. Sin embargo con sus objetos nos obliga a espiar y adentrarnos para descubrir los espacios que allí se esconden. Por medio de estas obras dialoga con diferentes estilos de arquitectura, propios de los cines de los años gloriosos de Hollywood. Dentro del campo del arte actual, Hernán es de los que aún flamean la bandera del realismo. Para ver su trabajo tienen que esperar hasta el 18 de mayo, cuando inaugure su muestra individual en Fundación OSDE.
Delfina Estrada (1984) alguna vez escribió que cuando descubrió el grabado se sintió intimidada, pero entendió que tenía que dar con su poética para poder hacerla suya. Hoy puede afirmar que ese puente ha sido cruzado, ya que no sólo es una enamorada de esta forma de trabajo, sino que la domina como pocos artistas de su generación, logrando una amalgama perfecta entre técnica y contenido. Su mirada aguda e interpretación de la realidad le otorgan esa impronta personal tan difícil de conseguir. Delfina también tiene un proyecto y espacio llamado Fábrica de estampas, donde reivindican la idea de que el arte no debe ser un bien imposible y venden, entre otras cosas, obras de arte accesibles.
Gabriel Chaile (1985) es de Tucumán. Su obra, que se manifiesta por medio de diferentes medios, desde la escultura hasta la instalación y el dibujo, hablan en gran medida de su historia y sus raíces, que al mismo tiempo representan un relato colectivo, de eso no hay duda. Al principio, cuando decidió radicarse en Buenos Aires, volvía muy seguido a su provincia natal. Con los años, si bien eso fue cambiando, los relatos, los símbolos y las representaciones de esa vida quedaron marcadas a fuego en su producción. La transformación y alquimia de los materiales y el efecto del paso del tiempo siempre están presentes, al igual que la constante necesidad de incursionar en técnicas tanto tradicionales como poco ortodoxas. Por sobre todo la obra de Chaile sacude y exige un entendimiento más profundo no sólo del arte sino también de la realidad.
Sofía Quino (1978) es una artista Argentina que vive en Nueva York hace varios años. Es pintora, de eso no hay duda, sin embargo en los últimos tiempos ha llevado su obra a otro nivel, estudiando las capacidades de sus imágenes en relación a la instalación, la performance, el video y los objetos, buscando entender que más puede hacer con ellas. Toma referencias de su propia vida y experiencias de la condición humana que la rodea y por eso hasta las cosas más simples funcionan como estímulos que transforma en manifestaciones estéticas. En mayo estará presentando una muestra individual en la galería Hache (Loyola 32, Villa Crespo), donde analizará la idea de que la vida continúa su curso incluso cuando ya no estamos. Un tema difícil de abordar, sin embargo que puede ser mejor que hacerlo través de la experiencia del arte.
Fotos: gentileza artistas mencionados
