Un cuento de nadas


 
Un cuento de nadas
Por Alejandra Koser
Foto: Flor Alborcen
La sorpresa de lo tibio, como un brownie en el helado. Él tan grande, un accidente geográfico, tan afeitado, pasó todo este tiempo y los muebles están en el mismo lugar, dos, tres años, no podría decir cuáles son las sutiles diferencias que responden a un verdadero cambio en su vida, a las mujeres subsiguientes, cómo fue que no perdió mi número, yo siempre pierdo los números, es mi protección, de qué manera pervivió el interés por algo que ya no está en mí, y así son las cosas: no hace falta una mesa multisectorial para decidir aventurarse una noche horrible, horrible por la oquedad de los planes posibles, por la blandura del deseo de los otros en mensajes sent from Neverland, el deseo es algo que se esfuma o que se acobarda con malos entendidos, entonces salí, me puse las medias negras con calado de flores que también dan algo de abrigo y cuando tomamos esos tragos que tomamos, algo con vodka y ginger ale y quizás hubo ron, él supo ser dulce y atinado en la elección de los recuerdos, arrastró mi silla y entré en la órbita de su olor que antes fue algo mío, químicamente, en parte, una nota de mi perfume personal, y quedé pegada a su jean y me hizo ver sus ojos negros muy de cerca, nunca aprobé esos pases bruscos, esa manía de contacto, y estuvo bien, precisamente por eso, por repetir el desafío, coserlo a la larga cadena de desafíos previos como si hubiera continuidad con una fundación muy nuestra y muy lejana, me dijo nunca te gustaron los bares con humo ni que te chupe la nariz, y sacó la lengua, un poquito y lamió mi nariz y olí el alcohol, lo caliente del hueco carnoso, lleno de recovecos y saliva, dije ves, no sé qué hacer con esto, con lo diferido, ya ni siquiera sé si esas cosas no me gustan, me gustaba que no me gustaran con vos (estas paradojas son la tristeza del mundo) y los besos familiares tienen muchas ventajas sobre el curso los acontecimientos -él sabía hacer que no hubiera apuro- y me acordé de su fuerza física y la risa a carcajadas y el autismo y el ausentismo y el pase libre a mi cuerpo por tratarme bien, físicamente, por el modo en que suspendía la tosquedad y la prepotencia y me alzaba con cuidado, me cargaba, me transportaba y me sentía Ann Darrow y esa era la oferta que no podía dejar pasar, creo, ser la excepción a la hostilidad (todos buscamos privilegios), ser el blanco fácil y el amuleto, estar salvada y en peligro, que las palabras no sirvieran, no hicieran lo suyo, hasta que dolía, la repetición de las frases programadas, hasta que añoré la seguridad humana de una causa común, estar segura de que nosotros, las dos personas en el patio de una casa en Neuquén, estábamos hablando de lo mismo cuando él me sacaba la remera y metía la mano adentro de la calza y desbarataba los disfraces y así las cosas parecían muy auténticas y contundentes, pero era trágico, el modo en que una parte de mí retrocedía porque solamente había ajás y miravós sobre los textos hermosos, la música fuera de Rammstein, el modo en que se callaba y me callaba y los temas fueron uno a uno descartados, el futuro lejano y el futuro cercano, los amigos, el cine, la elección de las mascotas y fuimos convirtiendo todo, a través de la acumulación de los días, en un clásico cuento de nadas.
 

«Cómo fue que no perdió mi número, yo siempre pierdo los números, es mi protección, de qué manera pervivió el interés por algo que ya no está en mí, y así son las cosas: no hace falta una mesa multisectorial para decidir aventurarse una noche horrible, horrible por la oquedad de los planes posibles, por la blandura del deseo de los otros en mensajes sent from Neverland, el deseo es algo que se esfuma o que se acobarda con malos entendidos.»

 
Me quieren enamorar diciendo que el amor no existe, no hay forma de colaborar, o sí, se colabora con el augurio, cumpliéndolo, y mientras tanto, hay que actuar sobre lo urgente de esta desintegración en bits, en favs, en links, el licuado carnal, partes de mí en todos lados, quiero juntar mis brazos, mis piernas llenas de moretones, ante todo por cuidar la paridad, y no puedo moverme porque no tengo brazos ni piernas. A menos que. Él me recorta de nuevo del fondo, me besa despacio y constructivamente, como se elaboran las promesas, me acaricia las piernas, el camino hasta abajo y después hacia arriba, con las medias y sin las medias, la tibieza, me aplasta, me muerde los hombros, duele, pará, y le empujo la mandíbula fuerte y el cuello y es solamente un gesto, no tengo otra incidencia que la de mirarlo y de pedirle, sabe concederme y desmantelarme y tiene gusto a jabón, irradia el calor de alguien que está muy vivo; cuando estoy en el precipicio del sommier, me atrapa con todo el brazo de la cintura, como en un rescate de último segundo.