San Valentín no existe: conozcan Sant Jordi, el bellísimo día del amor de los catalanes

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Mucho romanticismo del lindo en las calles de Barcelona durante Sant Jordi

 
En octubre llegué a Barcelona sin saber bien qué haría, solo sabía que viviría, aquí, indefinidamente.  Cabe decir que para mí, indefinidamente es una palabra mayor, porque a pesar de que nada está definido ni en mi vida ni en la de ninguno de ustedes, lo que sí está claro, al menos en la mía, es que el compromiso a ese indefinido me cuesta.  Me cuesta porque es un compromiso muy laaaaaaaargo, dilataaaaaaado aaaaaamplio, prolongaaaaaaaaaaaado…
Inacabable.
Fastidioso.
Tedioso.
Esas cuatro sílabas me quiebran en llanto cada vez que las pienso y cuando llegan a mis oídos se me eriza la piel y abro los ojos de tal forma que parecen dos pelotas de ping-pong.  Ni siquiera puedo escribir sobre el compromiso porque escribir sobre el compromiso es comprometerse a escribir sobre el él y las palabras, a diferencia del tiempo, no fluyen
Por suerte una de mis amigas de la infancia me introdujo a lo que hoy llamamos “Familia (o casa) Lesseps,” ahí en una de esas tertulias de amigos que se extienden – indefinidamente – comenté al pasar, que en abril iría a París a ver una de mis bandas favoritas en vivo (Godspeed You Black Emperor, para los curiosos).  El Sultán me dijo: “¡No! ¡Qué va! No puedes faltar el 23 de abril, ¡es Sant Jordi!” Y yo a lo: “Say(nt) whaaaaat?”
Me explicó que Sant Jordi era como si les dijera San Valentín: los hombres les regalan rosas a las mujeres y las mujeres les regalan un libro a los hombres. ¿Por qué el libro?  Cuenta la leyenda que en un reino muy, muy lejano había un dragón que acechaba al pueblo; para saciar su voracidad, el pueblo sacrificaba dos ovejas todos los días.  A falta de animales comenzaron a enviar personas elegidas al azar y las familias del sacrificado recibían una gran recompensa.  En una de esas vueltas de la vida, un día fue la princesa que salió elegida para el sacrificio.  En su camino a la cueva se encontró con un caballero, Jordi, quien mató al dragón y de la sangre de éste brotó una rosa que el caballero entregó a la princesa.  El Rey entonces ofreció al caballero todas las riquezas del Reino pero éste prefirió que fueran repartidas con el pueblo.  Y los libros, bueno, da la casualidad que tanto Miguel de Cervantes, Shakespeare e Inca Garcilaso fallecieron TODOS un 23 de abril.  Como diría la Tana Ferro: “¿No es una casualidad INCREÍBLE?”

«Me explicó que Sant Jordi era como si les dijera San Valentín: los hombres les regalan rosas a las mujeres y las mujeres les regalan un libro a los hombres.»

Creíble o increíble,  me parece que Sant Jordi es muchísimo más bello que toda la parafernalia esa de corazones rojos, cenas a la luz de la vela, exceso de maquillaje y despilfarro de dinero en bombones, peluches, escapadas románticas y lasciva verborragia textual de: “Te amo sos el amor de mi vida nunca te voy a dejar sos única sos la razón de mi existir sin vos no soy nadie te amo te amo te amo te amo.”
Los catalanes simplemente te dan una rosa y te dicen: “T’estimo.” El amor catalán es un amor sin posesión, respetuoso, admirablemente culto.  Culto de cultivado.  (O al menos eso creo yo, y alguna/o tiene alguna objeción).
Desistí a mi viaje a París y empecé a contar los días para ese 23 de abril, mi estadía en Barcelona ya no era indefinida, era, hasta el 23 de abril.  Y el tiempo fluye.
Llegó el día de las rosas y los libros, de un mar de personas en la calle y de las sonrisas a escondidas.  Llegó el día. Llegó Sant Jordi.  Llegó el día del amor.  Llegó el día en que todos y todas se regalan cosas lindas, que el sol primaveral acaricia las pieles blancas, delicadas y las morenas y radiantes por igual, el día en que todos ven el mundo color de rosa, el día en que los corazones se hinchan y la sangre sube a la cabeza.  El día de los borrachos de amor.

«Los catalanes simplemente te dan una rosa y te dicen: “T’estimo.” El amor catalán es un amor sin posesión, respetuoso, admirablemente culto.  Culto de cultivado.  (O al menos eso creo yo, y alguna/o tiene alguna objeción).»

Salí a caminar con Valentina,
luego se unió Carles.
Jaume.
Amaranta, Martina.
Rachel.
Gautham, Pris.
Lydia.
Nick.
En octubre llegué a Barcelona sin saber bien que haría y ahora sé que aquí me quedo,
A esperar,
Indefinidamente,
A cada 23 de abril.
Yo, a eso, lo llamo compromiso.
NOTA DE MALEVA: Todas las fotos son de la autoría de Sabru Ellmann
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