Hace 35 a la sombra e insisten con el verano como "época de balances"


 
Hace 35 a la sombra e insisten con el verano como «época de balances»
Por Luciana Schnitman
Se avecina Febrero y el calor aumenta hasta apretar (incluso la ropa más liviana molesta). Los aires acondicionados, las piletas y las terrazas se vuelven objetos de deseo, y todos- en mayor o menor medida- fantaseamos de manera recurrente con alguna de estas tres cosas: una cerveza fría, un helado gigante y el mar.
En este período del año Buenos Aires muta. Se descomprime: está bastante más vacía y significativamente menos ruidosa que de costumbre. El pulso de la ciudad se apacigua. Mientras tanto, los que se van se entrelazan fugazmente con aquellos que regresan. Para muchos este es un momento de transición: una bisagra invisible que conecta el año que despedimos con aquel que comienza.
“Época de balances”, dicen…
Entre temperaturas altas y texturas pegajosas, pareciera que detenerse a reflexionar es tarea obligatoria. Mirar los últimos meses con ojo crítico y decorar lo vivido con todo tipo de rótulos hasta llegar a una única conclusión contundente: si el año que despedimos fue “bueno” o “malo”. Estrujar 365 días (a veces 366) por un tamiz y aglutinar todo en un solo veredicto impiadoso.
Hay que tener mucho cuidado, porque el verano nos pone blanditos. Permeables. Y nos dejamos afectar por dicotomías contundentes; por extremos extremistas. Por ejemplo: “aquello que tenemos” vs. “aquello que nos falta”; “las metas cumplidas” vs. “las metas que quedaron sin cumplir”. Se van multiplicando, despacito, las comparaciones y las dudas sin sentido, hasta que se posa en nuestro pecho el bichito de la insatisfacción. Es engañoso, porque lo cierto es que aunque hayamos hecho un montón- pero un montón- de cosas, siempre queda un manojo de asuntos por abordar, de objetivos no cumplidos (hasta ahora); en gran parte porque nuestras ambiciones van mutando a medida que nosotros avanzamos, crecemos, cambiamos. No son estáticas. Hacen 35º a la sombra, pero a nadie parece importarle. “Época de balances”, insisten.
Resulta que también es conveniente armar un listado. Un punteo extenso. Prolijito, minucioso. Tomar asiento y anotar meticulosamente cada uno de nuestros deseos para este nuevo año. Tenerlo todo completamente claro. Controlado. Decidido. Resuelto. Fríamente calculado. Delimitar cada plan, cada proyecto, cada pasito a seguir. Me estoy empezando a sentir sofocada. Pesada. Abombada. Me cuesta un poco respirar; no sé si es la sensación térmica o la ansiedad que todo este asunto me está generando. Viene bien frenar de vez en cuando, cambiar de perspectiva y mirarnos desde lejos. Repasar nuestro mapa de ruta, observar el camino recorrido y pensar hacia donde nos gustaría ir. ¡Pero sin desesperar! Si descubrimos que nos hemos descarrilado un poquito, siempre podemos recalcular, cual GPS.
No corre una gota de aire en la ciudad. “Época de balances”, sostienen. Hasta el final…
No estoy convencida. Lo tomo, pero con pinzas; tampoco es necesario tanto dramatismo. Si de hacer balances se trata, pues que sean hechos con calma. Por elección. A conciencia. Libremente. Preferentemente a la sombra y con los piecitos en remojo. Sin apuro. Respetando siempre nuestra singularidad. Entendiendo que cada uno de nosotros tiene tiempos internos, completamente propios, que nada- pero nada- tienen que ver con los relojes, los almanaques o la época del año.