CRÓNICA DE UNA NOCHE EN BAGATELLE DE RÍO DE JANEIRO: LA FIESTA CARIOCA MÁS EXCLUSIVA (Y BASTANTE BIZARRA) / POR SOFÍA SMOLAR (DESDE BRASIL)

 
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Espumantes ultra top, toda la noche 
 

CRÓNICA DE UNA NOCHE EN BAGATELLE DE RÍO DE JANEIRO: LA FIESTA CARIOCA MÁS EXCLUSIVA (Y BASTANTE INSÓLITA) / POR SOFÍA SMOLAR (DESDE BRASIL).
 

20:30 PM.
Comienza la noche para Bagatelle, el lujoso restaurante del Jockey Club de Gávea, ubicado en Ipanema; una construcción arquitectónica que se mantiene desde su inauguración en 1926. En la entrada, una escalera que podría también estar en Downtown Abby, cubierta por una alfombra roja de unos cinco metros de ancho y balaustres con detalles dorados, que acompañan el camino hacia el salón. Un mozo buen mozo recibe a los invitados de esa noche (reservar previamente es una obligación). Las mesas ya visten el mantel blanco, jazmines de centro de mesa, dos copas por cada: para el vino y para el agua. Las lámparas son arañas y hay columnas de mansión que dividen los sectores. Unas 25 mesas ocupadas; rango etario de entre 30 y 50 años. En el plato, un pequeño salmón decorado y tres cubiertos de cada cada lado. Las mujeres, todas con tacos, y los hombres, camisa blanca o  muy sutilmente floreada. A la derecha, una barra de tragos que todavía no abría, y a la izquierda, la cabina del DJ que todavía estaba vacía. Observando cada detalle de esa lujuria, me vi a mí, ahí, sentada junto a dos amigas, queriendo festejar mis 25 años en este restaurante glamuroso en el que también podía estar mi tía coqueta con amigas.
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«Suena la orquesta Royal Philarmonic, la canción original de Superman. Cuatro mozos sujetan en el aire a un brasilero disfrazado del superhéroe, con el traje azul y rojo, que avanzaba con el brazo extendido hacia delante. Detrás, dos camareros llevan dos champagne Veuve Clicquot Extra Brut, con bengalas en los picos. “¿Qué es esto?”, pregunta un argentino. Alguien contesta, con toda normalidad: “Champagne Superman”.

 
Y ese era nuestro mejor plan para el fin de semana en Río.  
22:00 PM. Todavía la gente cenaba. En un segundo, el house se convierte en una electrónica furiosa. Cuando logro darme cuenta, las luces estaban solamente sobre mí: se apagaban y se prendían intermitentemente. La moza, que hasta este entonces se veía de lo más formal, se acerca con un bowl tamaño ensaladera, lleno de barbaridades golosas y abundantes: brownie, helado, galletitas arriba del helado, habanitos con crema y bizcochuelo debajo. Arriba de esa mezcla, una vela bengala para festejar. Piden que me ponga de pie, y me hacen bailar en el lugar, al ritmo de la música electro-house. Mezcla de disfrute y de vergüenza. La moza saca una cuchara, toma una porción de todo ese chocolate cremoso, y me lo acerca a la boca. Yo debía comerlo. Desde algunas mesas aplaudían, y mis amigas, con sus celulares, se ocupaban de hacer ese momento intimidante para mí, un recuerdo gracioso para ellas. “Esto tiene que quedar para siempre”, dice una. En las filmaciones se siguen escuchando sus risas. Carolina solamente había pedido, en secreto, una pequeña torta con una velita.
22:30 PM.
Rihanna, Drake, descontrol entre electrónica y música pop. Los mozos de Bagatelle estaban arriba de las sillas, todos estaban arriba de las sillas. Algunos, por momentos, bailaban arriba de las mesas. La que se parecía a mi tía dos horas atrás, ahora también estaba sobre la mesa. El DJ se movía más que yo y el bartender sacaba gin tonics en copa como si hubiese alguna promoción. Entre nosotras, nos mirábamos sin poder creerlo, agitando los brazos como si fuese el último día de nuestras vidas.  
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«Rihanna, Drake, descontrol entre electrónica y música pop. Los mozos de Bagatelle estaban arriba de las sillas, todos estaban arriba de las sillas. Algunos, por momentos, bailaban arriba de las mesas. La que se parecía a mi tía dos horas atrás, ahora también estaba sobre la mesa. El DJ se movía más que yo y el bartender sacaba gin tonics en copa como si hubiese alguna promoción.»

23:15 PM.
Suena la orquesta Royal Philarmonic, la canción original de Superman. Cuatro mozos sujetan en el aire a un brasilero disfrazado del superhéroe, con el traje azul y rojo, que avanzaba con el brazo extendido hacia delante. Detrás, dos camareros llevan dos champagne Veuve Clicquot Extra Brut, con bengalas en los picos. “¿Qué es esto?”, pregunta un argentino. Alguien contesta, con toda normalidad: “Champagne Superman”. El hombre superhéroe se acerca a un grupo de mujeres de alrededor de 45 años, se frena sobre su mesa y las señoras desesperadas festejan alrededor de él. Una rubia con un vestido plateado, despampanante, grita de felicidad.  Todo me parece un viaje bizarro que mezcla alegría carioca con elegancia artificial. A la media hora, vuelve a sonar la orquesta y se produce otra entrada heroica, esta vez, la Batichica. Me parece un montón. Pregunto qué más puede pasar, y un camarero me contesta que todavía falta el personaje de Pablo Escobar.
Bagatelle podría estar en Buenos Aires, porque también está en Miami, New York, Londres, Mónaco, Punta del Este y San Pablo, entre otras grandes ciudades. Se trata de un restaurante de cocina franco-mediterránea que, post cena, se transforma en una fiesta original, distinta a todas y exclusiva para los comensales de esa noche. Fue en 2008, cuando sus fundadores, Aymeric Clemente & Remi Laba, quisieron llevar la cultura del Sur de Francia –culinaria y su joie de vivre– al Meatpacking District, en Nueva York. Querían inaugurar una nueva categoría de hospitalidad, una manera distinta de encarar lo que se denomina como nightlife, una marca representativa de algo diferente, que pudiera tener su lugar en un punto clave de cada gran ciudad. En Río de Janeiro, Bagatelle está dentro del histórico Jockey Club de Gávea, en Ipanema, un spot de la clase alta de Brasil y un clásico para los visitantes internacionales.
Recuerdo, ahora, y me río pensando en los 45 angostos escalones de la escalera de entrada, que, al subirlos, cómicamente, mi amiga dijo: “estos van a ser difíciles de bajar”.
Fotos: todas las fotos son gentileza de Bagatelle. 

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