CARTAS DEL ESTE: SEGUNDA ENTREGA


La estatuilla de Lenin e íconos cristianos: una síntesis de Polonia
 

Cartas del Este: segunda entrega. Por Gonzálo Sánchez desde Varsovia (texto y fotos).

Te veo caminar desde atrás, a una distancia que no te perturba; veo tu espalda y trato de pensar en tu pasado. Nos perdemos por calles muertas a la hora de la siesta en una ciudad que nos cuesta comprender. Tres ancianos se refugian bajo los árboles de un sol que los castiga y calienta las casas. Me dijiste que era en esta calle, o quizás más allá, detrás del marco aquel, sin puerta, donde se apila la correspondencia. El apartamento de tus abuelos. Aquí hubo guerras y escombros y cenizas. Y ahora una paz que parece mentira.
Sigo tus pasos, mientras disparo una y otra foto con el celular. Los días pasados, en el campo, recordaste aquellos tiempos. Hablabas del tipo que más querías. También de una panadería a mediados de los ’80; de cinco empleados atendiendo el comercio donde tu abuela compraba el pan. Uno le preguntaba qué quería, otro tomaba las baguettes de un canasto de mimbre, otro las pesaba, otro las embolsaba y el último le cobraba en zlotys. Tenés el recuerdo nítido de aquella infancia analógica y en la reiteración. Recordás los veranos y los inviernos. También las medias. Me dijiste que tu madre, cada vez que dejaban Suecia y viajaban de visita a este caserío simétrico de paredones grises, traía pares de medias de regalo porque entonces, en esta parte del mundo, las medias escaseaban. También recordás cierto estado de vigilancia. Un policía, en alguna frontera, pidiéndole a tu padre las gafas, y luego las tuyas, para revisar la consistencia inocente de sus marcos de carey en busca de alguna cámara o de algún mensaje. Esta tarde camino con vos y construyo una idea aproximada de tu historia.

 

«Me dijiste que tu madre, cada vez que dejaban Suecia y viajaban de visita a este caserío simétrico de paredones grises, traía pares de medias de regalo porque entonces, en esta parte del mundo, las medias escaseaban. También recordás cierto estado de vigilancia. Un policía, en alguna frontera, pidiéndole a tu padre las gafas, y luego las tuyas, para revisar la consistencia inocente de sus marcos de carey en busca de alguna cámara.»

 
Saltamos de un barrio a otro, entre cuadras extensas, tranvías y peatones. Puedo percibir el anacronismo de los sitios envejecidos, pero también la irrupción violenta del mundo y el consumo.
– Por completo… por completo…
– ¿Por completo qué?
– Los nazis la destruyeron por completo… a Varsovia…
Me decís, y asiento. Hilvanás un dato histórico con la manifestación del estado de ánimo que te acompaña: el calor, la desorientación, el «no saber» y el extravío como mejor sistema de exploración. Horas atrás, buscamos un mercado de anticuarios por Internet, en el cuarto del hotel, y decidimos que podía ser bueno conocerlo; que podía resultar más interesante que un museo. Tomamos un café frente al Palacio de Cultura y luego pillamos un taxi -es cierto que se me pegan tus modos españoles de conversar- hasta el sitio elegido porque nos parecía conveniente llegar antes del mediodía. Otra vez me hice preguntas sobre aquello que buscamos cada vez que nos desplazamos hacia un lado u otro del océano.

Tres adultos mayores en un parque de Varsovia: cargan con la turbulenta historia de su país
 
– ¿Por qué viajamos? ¿Cómo fue que hicimos esto?
– No lo sé, baby, te juro eh
El viaje es, finalmente, el escenario en el que construímos nuestra relación. Viajamos para poder vernos. No sé si lo notaste, pero nos vamos revelando, cada uno con sus formas y modales, en pleno movimiento. Te digo -y vos me escuchás- que hasta ahora nuestra historia se escribió sobre autos, caminatas y aviones.
– Entonces este sería el capítulo 3…
Barcelona, Patagonia y Polonia, claro…
Te repito y pienso en las postales que hasta ahora recorrimos. Una ruta, dos montañas, varias ciudades. El glamour, la comida y la música de las grandes capitales y el silencio de los lugares remotos. Mientras tanto, se venden recuerdos. En el mercado, un viejo vestido con chaqueta militar me ofrece una granada de mano. Es un elemento pesado, consistente y metálico. Lo tomo sabiendo que no lo voy a comprar y lo muevo interesado como si se tratara de una pelota de tenis. Dzię kuje, que se pronuncia chinguia y significa gracias. Eso le digo, se lo devuelvo y sigo andando.

Los vendedores callejeros de Europa del Este venden armamento como chocolates
 

«El viaje es, finalmente, el escenario en el que construímos nuestra relación. Viajamos para poder vernos. No sé si lo notaste, pero nos vamos revelando, cada uno con sus formas y modales, en pleno movimiento. Te digo -y vos me escuchás- que hasta ahora nuestra historia se escribió sobre autos, caminatas y aviones.»

 
Linda observa entre los puestos la oferta de recuerdos: un llavero de Lenin, banderitas rojas de metal, charreteras, escudos, collares, relojes, cadenas, armas, carteras de cuero, y el ambiente: una densidad de visitantes que se mueve bajo el sol reconfortante del mediodía y que viene nutrida de turistas, vecinos, coleccionistas y niños que corren y escapan de padres que les gritan para que regresen. El predio es rectangular, pero los puestos lo desbordaron y toda la manzana luce rodeada de más y más lugares de venta. Se ofertan vestidos, algunos muebles, revistas de época, lámparas, máquinas de fotos antiguas, muñequitos de Lenin, algún tocadiscos, vinilos viejos, borceguíes militares, brújulas, bolígrafos.

Los mercados callejeros polacos
 
Te propongo seguir andando, conseguir un diario, que hagamos un juego: yo te pregunto qué dice y vos me traducís. Me gusta jugar a leer noticias que no me competen. Así, entonces, aprendo que hasta no hace mucho había aquí un gobierno liberal consolidado y que un accidente aéreo se devoró al presidente y a todos sus ministros, cuando estaban por aterrizar en Rusia; que fue un shock cívico para una nación en construcción a pesar de sus años y que por eso hay un grupo de extremistas religiosos rezando, ahora, en la puerta de una iglesia y repartiendo panfletos en donde claman por una investigación de lo que suponen un atentado. Rezar, digo, y entiendo por qué a cada paso nos topamos con una iglesia repleta. Un país papal, me decís y querés que nos vayamos porque no te gusta nada. Entonces, volvemos a la idea de confort, recuperamos el plan de sosiego en una callejuela reconstruida del Stare Miasto, el casco viejo: elegimos un banco, en un parque ondulado, tendemos páginas de diario como mantel y nos damos un banquete con nuestras delicatessen típicas compradas en el Supermercado Europa.
 

 «El viejo vecindario obrero comienza a ser copado por la clase joven profesional y vemos edificios viejos de ladrillo oscuro, todavía saturados de nacidos y criados rubios y delgados, y Mercedes y Jaguar último modelo estacionados en las esquinas de la ciudad nueva. Stencils que podrían ser Bansky.»

 
Finalmente, un tranvía nos deposita en Praga, el barrio que se viene gentrificando. Atravieso la puerta de un edificio y desemboco en un patio interno amplio, donde una casilla de teléfono antigua me conmueve locamente. Te pido que me saques una foto y seguimos yirando. Te doy un beso. Y otro más. El viejo vecindario obrero comienza a ser copado por la clase joven profesional y vemos edificios viejos de ladrillo oscuro, todavía saturados de nacidos y criados rubios y delgados, y Mercedes y Jaguar último modelo estacionados en las esquinas de la ciudad nueva. Stencils que podrían ser Bansky. Un techo de paraguas será nuestra sombra en un bar moderno por la tarde y un mercado olvidado, donde conseguías jeans americanos en tiempos de la guerra fría, nuestro nuevo descubrimiento secreto. Rubia: tu historia se me dibuja a cada paso y yo me conmuevo con vos y con el mundo entero. Después, le diremos hasta pronto a Varosvia y volaremos a tu patria en la hiperdesarrollada Escandinavia.

La escena parece de 1939, pero son soldados checos, en septiembre de 2013
 

(Sobre Gonzalo Sánchez: es periodista, editor en jefe de la sección Sociedad del diario Clarín.También fue redactor en el diario Perfil, las revistas Noticias y Veintitrés, y se desempeñó como editor en el diario Crítica de la Argentina. Es autor de los libros La Patagonia Vendida (2006), La Patagonia Perdida (2011) y Malvinas: Los Vuelos Secretos (2012). Sus crónicas e investigaciones fueron publicadas en revistas europeas y latinoamericanas. Trabajó como documentalista para la televisión española y francesa. Participó del equipo de realización de Bric, el nuevo mundo. Actualmente desarrolla un ciclo de documentales para Nat Geo.)