Juntos – en el ballet – son tan perfectos

Asciendo incontables escalones sobre unas plataformas de doce centímetros, intentando no perder la elegancia ni el equilibrio, hasta llegar al cuarto piso del Teatro Colón, donde una señorita (muy delicada, por cierto) me conduce hasta mi butaca. Voy a ver la Gala Internacional de Ballet, temporada 2013. Como tantas otras veces llego a destino sobre la hora; o justo a tiempo, si miramos el vaso medio lleno. Las enormes cortinas rojizas (y sus bordados dorados) ya están abiertas de par en par. Todo es oscuridad, con excepción de un solo reflector que los persigue a ellos sobre el escenario; y todo es silencio, salvo por la música que les marca el compás.

El invierno, estación polémica, me encanta por numerosos motivos

Valoro esa diversidad escenográfica y climática como si fuese un tesoro preciado. Entonces, mientras algunos desempolvan sus pasaportes y se preparan para perseguir el calor alrededor del globo terráqueo, yo desenfundo los tapaditos, lustro las botas, desovillo las bufandas y sonrío. El invierno, además, trae consigo una sensación de sosiego. Una cierta calma. Un permiso inexistente pero palpable, que nos afirma que está bien guardarnos un poco y correr menos, incluso en una ciudad enorme y voraz, como es Buenos Aires. Quiero contarles que también encuentro algo mágico en el recato que trae consigo el invierno. Porque la desnudez pasa a ser algo que hay que buscar bajo miles de capas.

¿Sería mejor que a partir de ahora no miraras a nadie?

Mientras el subterráneo atraviesa la tierra como un gusano y nos mece, un montón de gente y yo jugamos a no existir por un rato. Cada uno va sumergido en su burbuja: su libro, su teléfono, su computadora, su revista, su música, sus pensamientos, su sitio provisorio. Por momentos chocamos, claro; sentimos otros cuerpos y su calor correspondiente. Pero nadie se mira, “no sea cosa que”; y al final, ni siquiera esa proximidad nos conmueve. Nunca fui buena jugando este juego. No me malentiendan: me encantaría bajarme invicta. Lograr el cometido de no mirar a nadie; no arruinar la danza de la desconexión absoluta. Pero no puedo. Siempre, en algún punto, levanto la cabeza y miro.

¡Caramba! ¿Será que en el plano de los sentimientos la mayoría de las palabras sobran?

Últimamente me encuentro pensando – con frecuencia – en todo aquello que probablemente se pierde con cada intercambio; en todo lo que queda afuera por complejo, por subjetivo, por personal, por único, por intransferible. Adoro las palabras, pero desde hace un tiempito sospecho que hay rincones de nuestra esencia a donde no llegan. Las palabras que tenemos en nuestro idioma para intentar delinear este sentimiento son pocas. A grandes rasgos pareciera que hay solamente dos niveles de amor: uno más masivo, que se expresa con un “te quiero”, y uno más especial, más exclusivo, más intenso, que se expresa con un “te amo”. Fin. O lo uno, o lo otro. Me puse a investigar un poco sobre el asunto.

Es gracioso cuando un hombre y una mujer no están de acuerdo

Mi amigo, por ejemplo, en esa pelea me tildó de dramática. Touché. Algo de eso quedó resonándome por todo el cuerpo. Sin embargo, yo estaba tratando de explicarle – con demasiada vehemencia, tal vez – cosas que para mí eran importantes. Y él no las podía comprender. Después de un rato de diálogo sinuoso lo sentí sensible; levemente herido. Y, de a poco, comenzaron a aflorar temas personales de cada uno que probablemente habían dejado la escena bien preparada como para que este choque se produjera y escale. Así y todo ninguno dio el brazo a torcer.

Hace 35 a la sombra e insisten con el verano como "época de balances"

Los aires acondicionados, las piletas y las terrazas se vuelven objetos de deseo. La ropa se aliviana y se acorta. Y todos, en mayor o menor medida, soñamos con estas tres cosas: cerveza fría, helado, vacaciones. Pero también el verano nos vuelve autocríticos y exigentes. Nos dejamos afectar por dicotomías contundentes. Por extremos extremistas. Por ejemplo: “aquello que tenemos” y “aquello que nos falta”; “las metas cumplidas” y “las metas que quedaron sin cumplir”.Y lo cierto es que aunque hayamos hecho un montón- pero un montón- de cosas, siempre queda un manojo de asuntos por abordar,

¿No se trataba, justamente, de mandar algunas cosas a volar?

Mientras lo miraba quemarse, sentí unas ganas locas de reírme de mi misma. Y de ese ritual que estaba haciendo, tan concentrada. Recuerdo que pensé: ¿Si soltar es tan importante y nos hace tan bien, por qué no lo hacemos más seguido? ¿Si esos puntos que anoté con mano firme son cosas que quiero dejar atrás, qué me lo impide? ¿De qué o de quién dependo? ¿De un eclipse? ¿De un papelito? ¿De una birome? ¿De un encendedor? Claramente decidir qué soltamos y cuando lo hacemos está en nosotros. Y lo mejor es que tenemos la libertad y la capacidad de hacerlo a piacere (lo cual no quiere decir que sea fácil).

Un eclipse, un papelito, una birome y un encendedor

¡Listo! No había tiempo que perder. Mientras él terminaba su cigarrillo agarré mi teléfono y me puse a investigar, a toda velocidad. En el muro de Mery (personaje entrañable si los hay, que suele compartir información nutritiva para el alma), leí: “Hoy. Eclipse solar más Escorpio alrededor. Momento de reflexionar sobre lo que queremos que desaparezca de nuestras vidas. ¿Qué queremos iluminar? ¿Qué queremos que salga a la luz? Muerte y renacimiento. A las 17:00 escribir en un papelito lo que no queremos más y después prenderlo fuego.

Identikit de una mujer que tiende a esquivar las presentaciones

Me cuesta presentarme, además, porque cuando lo hago no puedo evitar preguntarme un montón de cosas: ¿Qué nos define, qué nos hace ser lo que somos? ¿El nombre que nos pusieron? ¿El contexto en el cual aterrizamos en este mundo? ¿Nuestro cuerpo, nuestra edad? ¿Nuestros roles cotidianos? ¿Nuestras vivencias? ¿La profesión que elegimos? ¿Nuestra situación sentimental? ¿El lugar, ó los lugares, que habitamos? ¿Nuestros gustos? ¿Nuestra forma de bailar? ¿Nuestros anhelos? ¡Que difícil! ¿Cómo delimitar, con unas pocas palabras, algo tan intangible y profundo? ¿Cuál es la mejor manera de contar quien es uno cuando lo cierto es que somos, todos, un poquito de un montón de cosas?